martes, 2 de septiembre de 2014

hoy, el bien a veces parece mal y el mal a veces parece bien



La presencia del demonio está en la primera página de la Biblia y la Biblia termina con la presencia del diablo, con la victoria de Dios sobre el demonio. 
No hay que ser ingenuos. El Señor nos da algunos criterios para "discernir" la presencia del mal y seguir en el camino cristiano cuando hay tentaciones. Uno de los criterios es no seguir la victoria de Jesús sobre el mal sino solo a medias. O estás conmigo -dice el Señor- o estás contra mí. 
Jesús vino a destruir al diablo, a darnos la liberación de la esclavitud del diablo sobre nosotros. Y, en este punto, no hay matices. Hay una lucha, y una lucha en la que se juega la salud, la salud eterna, la salvación eterna. Siempre debemos vigilar, vigilar contra el engaño, contra la seducción del mal. 
Y podemos hacernos la pregunta: ¿Vigilo sobre mí, sobre mi corazón, sobre mis sentimientos y mis pensamientos? ¿Guardo el tesoro de la gracia? ¿Protejo la presencia del Espíritu Santo en mí? ¿O dejo todo así nomás y creo que está bien? Pero si no lo cuidas, viene uno que es más fuerte que tú. Pero cuando viene otro más fuerte y lo vence, le quita las armas en que confiaba, y reparte los despojos. ¡Hay que vigilar! (Cf. S.S. Francisco, 11 de octubre de 2013, homilía en la capilla de Santa Marta) 


Título: “Mientras no aparece Jesucristo, el bien y el mal se confunden”



Queridos Hermanos:

Las lecturas de este día, tomadas de la Primera Carta a los Corintios y del Santo Evangelio según San Lucas, nos invitan a hablar sobre los espíritus.

San Pablo en la Carta a los Corintios dice: “¿Quién conoce lo que hay en el hombre, sino el Espíritu que está en el hombre; y quién conoce lo que hay en Dios, sino el Espíritu de Dios?” 1 Corintios 2,11.

Luego, el evangelio, nos habla de un espíritu inmundo, que no es el espíritu del hombre, porque cuando Jesús realiza este exorcismo, el hombre sigue vivo; mejor, recupera plenamente su vida.

Mientras que ese espíritu inmundo tiene que apartarse, tiene que irse, y desde luego, ese espíritu inmundo tampoco es ni puede ser confundido, ni puede ser mezclado con el Espíritu de Dios.

Porque, precisamente, es el poder del Espíritu de Dios el que arroja a ese espíritu inmundo; así pues, hoy tenemos muchos espíritus en estas lecturas, tenemos el Espíritu de Dios que actúa con poder en Jesucristo.

Como nos decía el mismo Cristo, el día de ayer, aplicándose las palabras del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido” San Lucas 4,19; Cristo es el Ungido del Espíritu.

De hecho, la palabra Cristo en español viene de una palabra en griego “Cristhos” que significa untado, ungido; ungido por el Espíritu. Jesús es el Ungido, el Untado por el Espíritu de Dios.

Y es precisamente ese Espíritu el que primero lo movió al desierto, al silencio, la oración, la contemplación, la penitencia; y que luego lo mueve a las aldeas, a las ciudades, a las plazas; el mismo Espíritu que luego lo conduce hacia la Cruz.

El mismo Espíritu que no lo abandona en el sepulcro; el mismo Espíritu que lo resucita de entre los muertos. Si uno piensa bien las cosas, no se sabe si el evangelio tiene realmente como protagonista a Jesús o al Espíritu.

Afortunadamente, las Divinas Personas no pelean por derechos de autor, y no les interesa los protagonismos. Lo cierto del caso es que Jesús es Protagonista del Evangelio, pero el Espíritu también es protagonista del Evangelio.Y puesto que todo sucede según el designio de Dios Padre, el Padre es protagonista del Evangelio.

Pero bien, ¿qué vamos hacer con tantos espíritus? Pues la solución es muy sencilla: si el Espíritu de Dios unge nuestro espíritu, obramos como Jesús; si el Espíritu de Dios no unge nuestro espíritu, quedamos listos, preparaditos, condimentados, sazonados y preparados para que sea más bien el espíritu inmundo el que se apodere de nosotros.

Sin embargo, no debemos caer en el terrorismo de decir que el que no tiene el Espíritu de Dios, entonces está poseído por el diablo; no. El espíritu del hombre puede ser también autor y fuente de pecado, por sus concupiscencias, por sus venganzas, por sus codicias, por sus malas inclinaciones.

Sin embargo, aquel que no se decide pronto por Dios, debería saber muy claramente que está listico, preparadito, condimentado, y sazonado para que venga más bien el espíritu inmundo a hacer de las suyas en esa vida. Esa es una enseñanza, y es como importante.

Hay otra que quiero compartir con ustedes. Un ejemplo que he dicho en otras ocasiones: cuando hay poquita luz, el mugre no se ve; pero cuando llega la luz con toda su fuerza, ahí, sí aparece el mugre. Piense usted en un vidrio.

De noche, todos los vidrios están limpios; pero cuando llega el sol y golpea con fuerza el cristal, ahí sí se ve que está empañado aquí, engrasado acá, sucio acá; que aquí hay polvo, que aquí hay no sé qué.

Lo mismo sucede con el Espíritu que Jesús vino a traer a esta tierra: mientras no aparece Jesucristo, el bien y el mal se confunden: uno no sabe qué será lo bueno de lo malo, y qué será lo malo de lo malo. Y esa es un poco la situación en la que vivimos hoy.

Hoy, el bien y el mal se han oscurecido en la conciencia de los colombianos; hoy, el bien a veces parece mal y el mal a veces parece bien; y entonces pesa sobre nosotros aquella maldición de Isaías, cuando dijo: “¡Ay! de aquellos que llaman bien al mal, y mal al bien” Isaías 61,1.

Cuando hay personas que sienten que somos una sociedad atrasada, porque no hemos despenalizado el aborto; ¿qué es eso? Sino llamar bien al mal, y mal al bien; pero no se asusten, sigamos el principio fundamental no os atortoléis.

Queridos hermanos, en la medida en que Cristo va llegando con poder a nuestras vidas, en la medida en que su luz golpea fuerte en el cristal de la conciencia, uno ya no puede decirse mentiras. Uno ya, cuando está robando, sabe que está robando; y cuando está mintiendo, sabe qué está mintiendo.

Pero es tan intensa la luz que trae Jesús, que incluso ese espíritu inmundo que era un espíritu que iba a la sinagoga, analice usted, incluso este espíritu inmundo que era capaz de llevar a un hombre a una sinagoga, es decir, era capaz hasta de darle apariencia de religión, incluso ese espíritu inmundo, ya no resiste el volumen y se ve obligado a mostrarse.

Tráele luz a tu vida, y saldrán los fantasmas, los nomos, los demonios, los pecados, las mentiras con que nos hemos venido engañando. Mentiras como decir: “Uno también es humano”, como decir: “Yo soy mujer y tengo derecho”, como decir: “Todo el mundo lo hace”, como decir cualquier tontería de esas.

Ya no nos diremos tonterías; la luz y la verdad llegarán a nuestra vida, y el demonio mismo tendrá que huir de nosotros en la medida en que la luz que trae el Espíritu de Cristo se apodere de nuestro Espíritu.

Ese Espíritu obra con todo su poder en la Santa Misa; es capaz de transformar la esencia el ser mismo del pan hasta convertirlo en Cuerpo del Señor.

Digo, entonces, a todos, pero especialmente, a quienes se vayan a acercar a comulgar en esta Eucaristía: abran así sus vidas, háganse receptivos. Hagámonos plenamente receptivos, blanditos al Espíritu de Dios para no resultar blanditos al espíritu del pecado, de la iniquidad del mundo.

Venga este Espíritu de Cristo a iluminarnos, a fortalecernos, a convertirnos.

Amén.@fraynelson


Me aterra




demonios

    Ayer contemplábamos cómo el pecado de los hombres, al contacto con la verdad, desataba una furia capaz de despeñar por un barranco al propio Dios. Hoy –como si se tratase de reacciones químicas– vemos cómo responden los demonios a ese contacto con la Verdad.

    Había en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar a voces: – «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el santo de Dios».

    Curioso: al igual que en los hombres, también en los demonios Jesús desata voces, furia y ruido. Supongo que es una forma de intentar tapar el sonido de la Verdad. También gritaron los fariseos ante el discurso de Esteban antes de lapidarlo.

    Pero más curioso aún es cómo, mientras los nazarenos se precipitaron en impulsos asesinos, los demonios se lanzan a gritar jaculatorias. Palabras similares a las de este demonio, en boca de Simón Pedro, merecieron la alabanza de Jesús.

    Yo temo mas a los demonios cuando escupen jaculatorias que cuando escupen fuego. Porque con fuego no me engañan. Pero tantas insinuaciones «piadosas», susurradas al oído, tratando de convencerme de que lo santo es no obedecer… Eso me aterra.





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Autor: P. Angel Peña O.A.R. | Fuente: Catholic.net
Dios te quiere santo
¿Y tú? Él te conoce por tu nombre y apellidos. Él quiere siempre lo mejor para ti y sigue soñando maravillas en tu vida.
 
Dios te quiere santo


Dios, tu Padre, que te ha creado, quiere lo mejor para ti Y, por eso, quiere que seas santo. La voluntad de Dios es tu santificación (1 Tes 4,3). Dios te eligió desde antes de la formación del mundo para que seas santo e inmaculado ante Él por el amor (Ef 1,4). Por eso, en la Biblia, que es una carta de amor de Dios, se insiste mucho: “Sed santos, porque yo vuestro Dios soy santo” (Lev 19,2; 20,26). Y Jesús nos dice: “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo” (Mt 5,48). Así que tú y yo, y todos "los santificados en Cristo Jesús, estamos llamados a ser santos" (l Co 1,2). 

El mismo Catecismo de la Iglesia Cató1ica nos habla en este sentido: "Todos los fieles son llamados a la plenitud de la vida cristiana" (Cat 2028). "Todos los cristianos, de cualquier estado o condición están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad" (Cat 825). 

En el concilio Vaticano II, en la Constitución "Lumen gentium", todo el capítulo V está dedicado a la vocación universal a la santidad. Y dice en concreto: “Quedan invitados, y aun obligados, todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado” (Lumen gentium n° 42). 

Así que está claro que puedes ser santo. Dios lo quiere ¿y tú? No digas que no tienes las cualidades necesarias. No digas que Dios no te ha llamado. No has venido al mundo por casualidad. No eres un cualquiera para Dios, no eres uno más entre los millones de hombres que han existido, existen o existirán. Él te ama con un amor personal. Él te conoce por tu nombre y apellidos. Él quiere siempre lo mejor para ti y sigue soñando maravillas en tu vida. ¿Lo vas a defraudar en sus planes divinos? ¿Crees que no vales nada? ¿Crees que todos los demás valen más que tú? Tú tienes que cumplir tu misión y ser santo, cumpliendo tu misión con las cualidades que Dios te ha dado. No envidies a nadie. No sueñes con otras misiones, no te sientas triste por no tener lo que tú quisieras “humanamente hablando”. Dios te ama así como eres. No te compares con los demás para devaluarte o para creerte superior. Levántate de tus cenizas y de tus pecados. Levanta la cabeza y mira hacia el cielo. Allí te espera tu Padre Dios y cuenta contigo para salvar al mundo. 

Sé humilde y servicial con todos. Sé amable, procura hacer felices a cuantos te rodean. Sé instrumento del amor de Dios para los demás. Que el amor sea la norma suprema de tu vida y que, por amor, des tu vida entera a1 servicio de los demás. Y tu Padre Dios se sentirá orgulloso de ti y te sonreirá en tu corazón y sentirás su paz y felicidad dentro de ti. No temas. Jesús te espera en la Eucaristía para ayudarte y nunca te abandonará. María es tu Madre y vela por ti. Los santos son tus hermanos. Y un ángel bueno te acompaña. 


DESEO DE SANTIDAD 

El primer paso para ser santo es querer ser santo. Si no quieres serlo, porque crees que es imposible para ti o simplemente no quieres, porque crees que hay que sufrir demasiado y prefieres tu vida tranquila y sin complicaciones... Entonces, estás perdido y nunca llegarás a la santidad. 

Santa Teresa de Jesús nos habla de que hay que tener una "determinada determinación", una decisión seria de querer ser santos. Evidentemente, las personas que tienen una voluntad muy débil y que se quedan en bonitos deseos, pero no ponen de su parte y no se esfuerzan, nunca podrán llegar a ser santos, mientras no adquieran esa fuerza de voluntad que es necesaria para hacer grandes cosas. 

Recuerdo que un día estaba paseando con otro sacerdote y se nos acercó un buen hombre que le dijo a mi compañero: “Padre, Ud. es un santo”. Y él le dijo: “No soy santo, pero quiero ser santo". Una buena respuesta, reconocer que somos pecadores y nos falta mucho, pero decir claramente y sin vergüenza: “Quiero ser santo”. Personalmente, cuando me dicen algo así, les digo: “Solamente soy un aspirante a la santidad”, ¿y tú? 

Si quieres ser santo de verdad, debes comenzar por ser un buen cristiano. Eso significa que nunca debes mentir, ni robar, ni decir malas palabras ni ser irresponsable. Eso supone una decisión firme de evitar todo lo que ofenda a Dios y a los demás y querer ser siempre sincero, honesto, honrado, responsable... 

Una vez que estás bien encaminado y deseas amar a Dios sobre todas las cosas, no debes angustiarte por no ver avances importantes, pues la santidad es un regalo de Dios que debes pedir también humildemente todos los días. ¿Lo pides de verdad y con sinceridad? Pero no pidas un determinado tipo de santidad, sea con dones místicos o sin ellos, con buena salud para trabajar o con enfermedad, con puestos importantes o sin ellos. Déjale a Dios que escoja el tipo de santidad que quiere para ti. Él te conoce y te ama, déjate llevar sin condiciones, e invoca a tu santo patrono. ¡Qué importante es tener un nombre cristiano y tener un santo protector a quien invocar con devoción! 





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