jueves, 11 de septiembre de 2014

Amor de familia

 Invitados a no falsificar los sentimientos y a salir de nuestros propios intereses

Jesucristo, Nuestro Señor, habla al mismo tiempo con el realismo del que conoce esta tierra y las cosas de esta tierra, y con el ideal del que conoce el Cielo y las cosas del Cielo.
Consideremos nada más esa sencilla exclamación: "¡Amad a vuestros enemigos!" San Lucas 6,27. Nos recuerda que tenemos enemistades, que tenemos enemigos, así como después nos dirá que, "hay quien nos odia, quien nos maldice, quien nos injuria" San Lucas 6,27-28.
Ese es el realismo de quien sabe cómo es el ser humano. Ese es el realismo de la vida nuestra, donde le caemos bien a unas personas y mal a otras. Ese es el realismo de esta tierra, donde no es posible avanzar sin nunca pisarle los intereses a otro, o a otra. Y por consiguiente, esa es la vida nuestra.
Pero, cuando nos pide, "que amemos a nuestros enemigos y que oremos por los que nos injurian" San Lucas 6,27-28, entonces ese mismo realismo se convierte en maravilloso ideal, ideal vivido en primer lugar por el mismo Cristo que, "amó hasta el extremo", -como nos dice la Escritura-, "a sus propios verdugos" San Juan 13,1.
Muchas veces, en la experiencia como sacerdote, que sé que no es muy larga, pero tampoco será despreciable, he tenido que decirle a las personas: "¡No falsifiquen sus sentimientos!"
Por ejemplo, un caso concreto: una mujer que sufre por la infidelidad del esposo y siente odio hacia su rival, siente rencor, resentimiento hacia esa mujer que está a punto de destruir, o que incluso ha destruido ya el hogar que con tanto esfuerzo, con tanta ilusión y con tantos años, se estaba edificando.
Es ridículo decirle a esa mujer: "¡No! Usted no sienta lo que está sintiendo. Procure no sentir lo que está sintiendo. Haga de cuenta que no". Si hay alguien real en esta tierra, es Jesucristo. "Esa persona es una enemiga suya, y eso tiene todas las letras, "enemiga". ¡Es una enemiga suya!"
"Y ahora que sabe que es una enemiga, que además, seguramente habrá practicado brujería, o lo que sea que es equivalente a este género de maldición, usted, de acuerdo a la enseñanza de Jesucristo, sin dejar de pensar y de caer en la cuenta de que se trata de una enemiga, ore por esa persona". "-Bueno, ¿y cómo voy a orar por mi enemiga, por la persona que me está destruyendo?"
Es que nosotros algunas veces creemos que la oración es solamente como el efluvio del sentimiento, es como lo que brote del sentimiento, es la idea protestante de oración que se nos ha entrado mucho. ¡Hombre! Esa oración tiene su lugar, esa oración espontánea que nace así como del alma, que es como decirle a Dios: "Estos son mis sentimientos", éso tiene mucho valor.
Pero, lo más importante en la oración, como nos recuerda el Papa Juan Pablo Segundo en su obra, "Cruzando el Umbral de la Esperanza", es saber que es Dios el que tiene la iniciativa. Entonces, he aquí cómo puede orar una mujer por su rival, por su enemiga; porque es una enemiga.
Puede decir palabras como éstas: "Tú eres el único Creador y Dueño de todas las vidas. De ti sólo te pido que tu voluntad se cumpla en la vida de esta persona. Te imploro, Señor, que sea tu querer y tu voluntad, no el mío, ni el de nadie, ni el de ella, que sea tu voluntad y tu querer, el que se realice en esa persona".
Fíjate, cómo no hay que falsificar los sentimientos, no hay que ponerse a decir: "Dale bendiciones, conviértela,..." ¡No! Muchas veces, la única oración que uno puede hacer al principio, pero que es la más útil hasta el final, es pedirle a Dios que se cumpla su voluntad en la persona.
De este modo, nosotros no pecamos. No pecamos, porque no decimos mentiras sobre lo que estamos sintiendo. Y no pecamos, porque tampoco damos curso libre a nuestro odio, que en últimas nos destruye primero a nosotros antes que destruir a cualquier otro.
Una enseñanza más que nos trae esta lectura de hoy, está en aquello que nos dice Jesucristo: en salir de la lógica de la transacción. En alguna predicación decíamos, que el amor propio de la familia es muy bello, pero no es el amor más alto ni el amor más grande.
El amor de familia es hermoso. ¡Hermoso! Nos humaniza, es el nido del que hemos salido todos. Pero, el amor de familia no es el amor más alto. El amor de familia es un amor en la carne y en la sangre, y por lo tanto, es un amor con retroalimentación, es un amor con pacto de retroventa, es un amor de intercambio. No es el amor más alto.
Por eso, quienes transcurren su vida, sobre todo en las cosas de la familia, los niños, los nietos, el esposo, los vecinos, esas personas necesitan, -y eso es lo que nos ofrece Jesucristo hoy-, el llamado a un amor más grande.
Porque resulta que el amor de familia, la vida de familia y la vida del ama de casa, que no le hace mal a nadie, sino que le ha hecho mucho bien a sus hijos, es una vida muy meritoria, pero es una vida que puede estar marcada también por graves egoísmos.
Precisamente, una reunión, una fundación, un instituto como el que tienen ustedes, es un llamado a superar el egoísmo colectivo. Porque, existe el egoísmo unipersonal, el egoísmo de una persona, y existe el egoísmo de una pareja, existe el egoísmo de una familia, existe el egoísmo de una clase social y existe el egoísmo de un país.
En "La Liturgia de las Horas", por ejemplo, hay una petición muy bella, en la cual se le ruega a Dios que los que están en naciones más beneficiadas, más desarrolladas, no piensen sólo en el bienestar de su nación, sino piensen también en las naciones más pobres.
O sea, que hay un egoísmo de nación y hay un egoísmo de raza como el que se vive en muchas partes de Europa. ¡Hay un racismo y una xenofobia terribles!
Mas, no yéndonos a esos ejemplos sino volviendo a nuestro pequeño mundo, pensemos cuántos egoísmos son egoísmos de familia. ¡Egoísmos de familia! ¡Tal cual! Es decir, personas que nacen, viven, se reproducen y mueren, pensando en su familia.
Yo no voy a decir que eso esté mal; voy a decir que eso es insuficiente. Porque la lógica del amor de familia es una lógica con pacto de retroventa, es una lógica de intercambio.
¡Qué hermosa misión hace un instituto como "Las fieles Siervas de Jesús", cuando reúne precisamente corazones de las familias! Porque el corazón de la familia, indudablemente, es la mujer. Aquí hay corazones de familia.
Aquí hay familias que han enviado a sus embajadoras más preciosas, sus corazones que son bellos, corazones palpitantes de amor, pero corazones que están llamados a ir más allá del egoísmo de familia.
Esta es la grandeza que tiene un instituto secular: que hace que la persona se dé cuenta de que el mundo es más grande que las cuatro paredes de su casa, que se dé cuenta que la Iglesia tiene necesidades que no quedan satisfechas simplemente con educar bien a unos hijos.
Que nos demos cuenta de que hay pobres que no tienen ni papá ni mamá, ni tío ni tía, ni hermano ni hermana, ni nadie que ayude. Y que si cada uno de nosotros cuida solamente los intereses de su casa, jamás daremos vida.
Como quien dice, un instituto como "Las fieles Siervas de Jesús", está recordándole a cada una de ustedes, que hay que aprender a ser fecundos, no sólo en el amor que tiene intercambio, no sólo en el amor que tiene retribución, no sólo en el amor que queda pagado: "Yo doy y tú me das". Hay que aprender a ser fecundos en el amor generoso, en el amor dadivoso, en el amor de gracia.
Y ese amor de gracia, ése es el amor que salvó al mundo, ése es el amor que cambia radicalmente la sociedad y ése es el amor que en últimas, le da su más preciosa fecundidad a la familia.
Cristo, extendido en la Cruz, Cristo, sangrante en la Cruz, Cristo, amoroso en la Cruz, preside esta celebración. Es el mismo Cristo el que nos recuerda a todos nosotros, que tenemos que aprender a salir de nuestros intereses. Más claro no podía decirlo el evangelio: "Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?" San Lucas 6,32.
Estas palabras tiene que aplicárselas seriamente toda ama de casa y pensar si los nichos de su amor, son las paredes de su casa.
Porque si es así, aquí está la Palabra de Cristo, que con toda la delicadeza y la belleza femenina que tú puedas tener, te está diciendo: "¿Y qué mérito tiene tu vida?" No está diciendo que sea una vida mala, sino está diciendo que es una vida que tiene que ser llamada a una generosidad más alta.
Y eso es lo que recuerda un instituto como éste. Eso es lo que te está diciendo: que estás llamado a un amor más grande, que no todo amor tiene que tener retribución, que hay otras maneras de ser fecundos.
¡Sal un poco de la estrechez de esos pequeños intereses, de esas cinco o seis personas, tres, las que sean! Desde luego, ellas tendrán que tener el primer lugar en tu vida.
Y por esta razón, hemos hablado también de la importancia del amor al esposo y de lo que se construye en la casa. Pero aún después de eso, aquí está la Palabra del Señor: "Si haces bien sólo a los que te hacen bien, ¿qué mérito tienes?" San Lucas 6,33. "Y si prestas sólo cuando esperas cobrar, ¿qué mérito tienes?" San Lucas 6,34.
¿Dónde se realizará éso? ¿Dónde vamos a encontrar esos espacios para dar sin esperar nada? ¿Para prestar sin cobrar nada? ¿Para invitar sin esperar a que nos inviten? Esa es la maravilla que nos ofrecen los grupos, los movimientos apostólicos, los institutos seculares.
Ofrecen esos espacios, para que cada persona diga: "¡Un momento! Yo puedo estar cayendo en el egoísmo de familia. Puedo estarme recostando en la comunidad, de que ahora recibo, porque un día di. O, porque ahora doy, espero un día recibir".
"¡No! Cristo, el Señor, que me amó hasta el extremo, que ofreció su Sangre por mí de una manera gratuita y maravillosa transformando el universo entero, Cristo me llama para que yo ame también más allá de las fronteras de mi hogar".@fraynelson

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