domingo, 21 de diciembre de 2014

No seamos Saules....



La primera lectura y el evangelio nombran a David. La primera lectura nos cuenta la promesa que Dios hace a David, y el evangelio nos cuenta cómo esa promesa se ha cumplido. Dios promete a David una dinastía, y esa dinastía se realiza en la persona de Cristo, como escuchamos en el evangelio.

David, sabemos bien, no fue el primer rey de Israel, sino el segundo. El primero fue Saúl. Y es bueno reconocer la diferencia entre David y Saúl, para reconocer también la diferencia entre nuestras fuerzas y la fuerza de Dios. 

¿Cómo era Saúl? Era un guerrero alto, fornido, seguro de sí mismo. Saúl es comparable en su origen a los reyes de otros pueblos. Casi siempre en esos pueblos antiguos, resulta siendo rey un guerrero, alguien que tiene fuerza, que se ha acreditado con victorias, y que por lo tanto, convoca al pueblo en torno a sí.

Casi siempre, el rey en esos pueblos antiguos, tiene su origen en la victoria bélica. Sus manos, entonces, están manchadas de sangre. Está acostumbrado a matar para reinar, a imponerse y así, a conseguir el reino.

Saúl no es la excepción en este principio general sobre los reyes de esta tierra. Saúl, de la tribu de Benjamín, hijo de Quis, es un hombre alto, seguro de sí mismo, jefe de tropa, que ha emprendido con éxito campañas militares y ha vencido. Ese fue el primer rey de Israel.

¿Cuál es el problema de ese primer rey? ¿Por qué Dios lo descarta? Porque ese rey, precisamente, está tan seguro de su altura, que le cuesta trabajo abajarse. Está tan convencido de su fuerza, que le cuesta trabajo ser débil y recibir la fuerza de Dios. Mejor dicho, le cuesta trabajo reconocer que también él es débil.

Saúl no se humilla fácilmente; Saúl no obedece. Él siente que es el general de los ejércitos de Israel, y se le olvida que el Rey de los ejércitos es el Señor. Por consiguiente, cuando Dios le va dando instrucciones, -porque Dios es el verdadero Rey de los ejércitos-, Saúl no soporta ser el segundo.

La cuestión hace crisis, cuando Dios en cierta batalla le encomienda que entregue al anatema todo el botín de la victoria, que no se reserve nada para sí mismo. Y Saúl no hace caso con el pretexto de ofrecer unos sacrificios, ofrendas religiosas al Dios de Israel. Luego, Saúl es el hombre fuerte, traicionado por su misma fuerza.

David es distinto. Tal vez recordamos en qué circunstancias fue encontrado él. Samuel, el Profeta, va a la Casa de Jesé y quiere hallar el designio de Dios. Cuando pasa el primero de los hijos de Jesé, es alto, fornido, seguramente imponente. 

Y Samuel, todavía pensando a la manera humana, cuando ve ése primero de los hijos de Jesé, dice en sus adentros: "Quizás sea éste el elegido del Señor" 1 Samuel 16,6. Pero, esa voz misteriosa que hizo a Samuel profeta, inmediatamente le replica: "¡No! La mirada de Dios no es como la mirada del hombre" 1 Samuel 16,7.

El resto de la historia la conocemos. Pasan los hijos de Jesé, se acaban los hijos, y parece que ahí no hay rey. Samuel pregunta: "-¿No quedan más muchachos? -¡Sí! El más pequeño que está cuidando las ovejas, que está con el rebaño" 1 Samuel 16,11.

De manera que si Saúl es el más grande, David es el más pequeño. Si Saúl está acostumbrado a matar para reinar, David está acostumbrado a proteger la vida, a cuidar el rebaño. El uno sabe bien cómo acabar la vida, y el otro está aprendiendo a cuidarla.

¿Quién es Saúl? Un hombre que cuenta con la fuerza de sus brazos y con la fuerza de un ejército. ¿Quién es David? Un hombre que en medio de los peñascos, de esos campos y pedregales, sólo cuenta con su astucia, con la oración y la gracia de Dios, para vencer a los enemigos del rebaño.

Por eso recordamos, que cuando David se enfrenta con el gigante aquel de los filisteos, dice: "El mismo Señor que me ha permitido librar al rebaño de leones y fieras, ahora va a permitir que yo libre a este otro rebaño, que es Israel, de esta otra bestia, que es ese gigantón" 1 Samuel 17,37. David está acostumbrado a proteger el rebaño y a confiar en Dios.

Quizá en todo el Antiguo Testamento, la imagen más nítida de esa fe en la gracia y en la unción de Dios, la encontramos en David. De ahí que son tan distintos los finales de Saúl y de David.

Dios descarta a Saúl y elige a David. Saúl se llena de envidia y de muchas formas intenta asesinar, destruir a David. Y fíjate cómo, mientras Saúl hace esfuerzos casi ridículos por acabar con David, David, una y otra vez, teniendo él mismo la ocasión de matar a Saúl, no lo hace. 

Saúl no respeta la voz de Dios que ha elegido a David. Y en cambio, David sí respeta la unción de Dios que ha consagrado a Saúl.

Como hombres, estrictamente hablando, como personas humanas, tal vez no fueran muy distintos. Tal vez, como personas humanas, sería difícil escoger entre uno y otro. Si uno mira atentamente los textos, a veces parece que incluso Saúl tenía como más personalidad. David es un poco más ladino. Es así como sagaz y un tanto taimado, como recursivo. 

Hace alianzas con los filisteos. Durante un tiempo de su vida ha estado trabajando para ellos. Se reúne y crea una especie de ejército con los bandoleros, los sicarios, los desechables de su sociedad. David no es ningún modelo de virtudes acabadas. Es un hombre que también tiene las manos manchadas de sangre.

Humanamente, -repito-, no es fácil escoger entre uno y otro. Sin embargo, sí hay esa diferencia, si los miramos ante Dios. Mientras que Saúl, en último término, se apoya en sí mismo, David, en último término, se apoya en Dios. Y por eso, deja la justicia a Dios, deja su futuro en Dios y es la imagen de aquel que se apoya en la gracia de Dios.

Es como una especie de anticipación de la gracia del Nuevo Testamento, vista ya en el Antiguo. A este David, que ha confiado así en la gracia divina, hace Dios la promesa que escuchábamos en la primera lectura: "Yo voy a afirmar tu descendencia después de ti" 2 Samuel 7,12

Sobre esa fe en la gracia que tiene David, sobre esa confianza en Dios que tiene este rey, Dios puede edificar. Porque, el que intenta construir sobre sus propias fuerzas y el que pone su confianza última sólo en sí mismo, es otro Saúl, es otra Torre de Babel que acabará en dispersión y ruina.

Esa es la Casa de David, una casa edificada en la gracia y en la confianza en Dios. O sea que, en realidad, la promesa que Dios le hace a este rey, equivale a estas palabras: "Puesto que tú has confiado en mí, puesto que tú crees en la gracia, en ti y a través de ti, puedo manifestar esa gracia para mi pueblo".

Y es esta voz de Dios, este juramento que Dios hace a la Casa de David, el que tiene su cumplimiento en Jesucristo. Jesucristo es la plenitud de expresión de vida, de belleza, de fuerza de esa gracia. Jesucristo es esa gracia, esa misma gracia hecha visible y patente, hecha manifiesta a todos nosotros.

Jesucristo es llamado aquí Descendiente de David, porque Él, como verdadero David, cuidará el rebaño, lo salvará de sus enemigos, y podrá presentarlo íntegro ante los ojos de su Padre.

Recibamos, entonces, a este Descendiente de David, y para ser verdaderamente pueblo suyo y reino suyo, roguemos de Dios que tengamos también nosotros esa misma confianza en su gracia.

Que el piso último, que el sótano último de nuestro corazón, sea enteramente para este Príncipe de gracia, que es Nuestro Salvador Jesucristo.

Amén.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Transustanciación





El misterio de la Eucaristía
¡De cuántas cosas es signo el pan!
Veamos qué ocurre cuando el pan llega al altar y es consagrado por el sacerdote...


Por: P. Raniero Cantalamessa |




Los sacramentos son signos: «producen lo que significan». De aquí la importancia de entender de qué es signo el pan entre los hombres. En cierto sentido, para comprender la Eucaristía, prepara mejor la labor del campesino, del molinero, del ama de casa o del panadero, que la del teólogo, porque aquellos saben del pan infinitamente más que el intelectual que lo ve sólo en el momento en que llega a la mesa y lo come, tal vez hasta distraídamente.

¡De cuántas cosas es signo el pan! De trabajo, de espera, de alimento, de alegría doméstica, de unidad y solidaridad entre quienes lo comen... El pan es el único, entre todos los alimentos, que nunca da náuseas; se come a diario y cada vez agrada su sabor. Va con todos los alimentos. Las personas que sufren hambre no envidian a los ricos su caviar, o el salmón ahumado; envidian sobre todo el pan fresco.

Veamos ahora qué ocurre cuando este pan llega al altar y es consagrado por el sacerdote. La doctrina católica lo expresa con la palabra: transustanciación. Con ella se quiere decir que en el momento de la consagración el pan deja de ser pan y se convierte en el cuerpo de Cristo; la sustancia del pan –esto es, su realidad profunda que se percibe, no con los ojos, sino con la mente— cede el puesto a la sustancia, o mejor a la persona, divina que es Cristo vivo y resucitado, si bien las apariencias externas (en lenguaje teológico los «accidentes») siguen siendo las del pan.

Para comprender transustanciación pedimos ayuda a una palabra cercana a ella y que nos es más familiar: la palabra transformación. Transformación significa pasar de una forma a otra, transustanciación pasar de una sustancia a otra. Pongamos un ejemplo. Al ver a una señora salir de la peluquería, con un peinado completamente nuevo, es espontáneo decir: «¡Qué transformación!». Nadie sueña con exclamar: «¡Qué transustanciación!». Claro. Ha cambiado su forma y aspecto externo, pero no su ser profundo ni su personalidad. Si era inteligente antes, lo sigue siendo ahora; si no lo era, lo siento, pero tampoco lo es ahora. Han cambiado las apariencias, no la sustancia.

En la Eucaristía sucede exactamente lo contrario: cambia la sustancia, pero no las apariencias. El pan es transustanciado, pero no transformado; las apariencias (forma, sabor, color, peso) siguen siendo las de antes, mientras que cambia la realidad profunda: se ha convertido en el cuerpo de Cristo. Se ha realizado la promesa de Jesús escuchada al comienzo: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

La Eucaristía ilumina, ennoblece y consagra toda la realidad del mundo y la actividad humana. En la Eucaristía la propia materia –sol, tierra, agua— es presentada a Dios y alcanza su fin, que es el de proclamar la gloria del Creador. La Eucaristía es el verdadero «cántico de las criaturas».

1ª. La santa misa es sustancialmente el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito: la misma Víctima, la misma oblación, el mismo Sacerdote principal. No hay entre ellos más que una diferencia accidental: el modo de realizarse (cruento en la cruz, incruento en el altar). Así lo declaró la Iglesia en el concilio Tridentino. (1)
2ª La santa misa, como verdadero sacrificio que es, realiza propísimamente las cuatro finalidades del mismo: adoración, reparación, petición y acción de gracias (D 948 y 950).
3ª El valor de la misa es en sí mismo rigurosamente infinito. Pero sus efectos, en cuanto dependen de nosotros, no se nos aplican sino en la medida de nuestras disposiciones interiores.

La Santa Misa como medio de santificación
Fines y efectos de la santa misa 


Por: Antonio Royo Marín O.P. 




Nociones previas

Recordemos en primer lugar algunas nociones dogmáticas.

1ª. La santa misa es sustancialmente el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito: la misma Víctima, la misma oblación, el mismo Sacerdote principal. No hay entre ellos más que una diferencia accidental: el modo de realizarse (cruento en la cruz, incruento en el altar). Así lo declaró la Iglesia en el concilio Tridentino. (1)
2ª La santa misa, como verdadero sacrificio que es, realiza propísimamente las cuatro finalidades del mismo: adoración, reparación, petición y acción de gracias (D 948 y 950).
3ª El valor de la misa es en sí mismo rigurosamente infinito. Pero sus efectos, en cuanto dependen de nosotros, no se nos aplican sino en la medida de nuestras disposiciones interiores.

Fines y efectos de la santa misa 

La santa misa, como reproducción que es del sacrificio redentor, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos que el sacrificio de la cruz. Son los mismos que los del sacrificio en general como acto supremo de religión, pero en grado incomparablemente superior. Helos aquí:

1º ADORACIÓN. -El sacrificio de la misa rinde a Dios una adoración absolutamente digna de El, rigurosamente infinita. Este efecto lo produce siempre, infaliblemente, ex opere ope rato, aunque celebre la misa un sacerdote indigno y en pecado mortal. La razón es porque este valor latréutico o de adoración depende de la dignidad infinita del Sacerdote principal que lo ofrece y del valor de la Víctima ofrecida.

Recuérdese el ansia atormentadora de glorificar a Dios que experimentaban los santos. Con una sola misa podían apagar para siempre su sed. Con ella le damos a Dios todo el honor que se le debe en reconocimiento de su soberana grandeza y supremo dominio; y esto del modo más perfecto posible, en grado rigurosamente infinito. Por razón del Sacerdote principal y de la Víctima ofrecida, una sola misa glorifica más a Dios que le glorificarán en el cielo por toda la eternidad todos los ángeles y santos y bienaventurados juntos, incluyendo a la misma Santísima Virgen María, Madre de Dios. La razón es muy sencilla: la gloria que proporcionarán a Dios durante toda la eternidad todas las criaturas juntas será todo lo grande que se quiera, pero no infinita, porque no puede serlo. Ahora bien: la gloria que Dios recibe a través del sacrificio de la misa es absoluta y rigurosamente infinita.

En retorno de esta incomparable glorificación, Dios se inclina amorosamente a sus criaturas. De ahí procede el inmenso valor de santificación que encierra para nosotros el santo sacrificio del altar.

Consecuencia. -¡Qué tesoro el de la santa misa! ¡Y pensar que muchos cristianos-la mayor parte de las personas devotas no han caído todavía en la cuenta de ello, y prefieren sus prácticas rutinarias de devoción a su incorporación a este sublime sacrificio, que constituye el acto principal de la religión y del culto católico!

2º REPARACIÓN. -Después de la adoración, ningún otro deber más apremiante para con el Creador que el de reparar las ofensas que de nosotros ha recibido. Y también en este sentido el valor de la santa misa es absolutamente incomparable, ya que con ella ofrecemos al Padre la reparación infinita de Cristo con toda su eficacia redentora.

«En el día, está la tierra inundada por el pecado; la impiedad e inmoralidad no perdonan cosa alguna. ¿Por qué no nos castiga Dios? Porque cada día, cada hora, el Hijo de Dios, inmolado en el altar, aplaca la ira de su Padre y desarma su brazo pronto a castigar.

Innumerables son las chispas que brotan de las chimeneas de los buques; sin embargo, no causan incendios, porque caen al mar y son apagadas por el agua. Sin cuento son también los crímenes que a diario suben de la tierra y claman venganza ante el trono de Dios; esto no obstante, merced a la virtud reconciliadora de la misa, se anegan en el mar de la misericordia divina...» (2)

Claro que este efecto no se nos aplica en toda su plenitud infinita (bastaría una sola misa para reparar, con gran sobreabundancia, todos los pecados del mundo y liberar de sus penas a todas las almas del purgatorio), sino en grado limitado y finito según nuestras disposiciones. Pero con todo:

a) Nos alcanza de suyo ex opere operato, si no le ponemos obstáculos-la gracia actual, necesaria para el arrepentimiento de nuestros pecados (3). Lo enseña expresamente el concilio de Trento: «Huius quippe oblatione placatus Dominus, gratiam et donum paenitentiae concedens, crimina et peccata etiam ingentia dimittit» (D 940).

Consecuencia. -Nada puede hacerse más eficaz para obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa intención el santo sacrificio de la misa, rogando al mismo tiempo al Señor quite del corazón del pecador los obstáculos para la obtención infalible de esa gracia.

b) Remite siempre, infaliblemente si no se le pone obstáculo, parte al menos de la pena temporal que había que pagar por los pecados en este mundo o en el otro. De ahí que la santa misa aproveche también (D 940 Y 950). El grado y medida de esta remisión depende de nuestras disposiciones. (4)

Consecuencias.-Ningún sufragio aprovecha tan eficazmente a las almas del purgatorio como la aplicación del santo sacrificio de la misa. Y ninguna otra penitencia sacramental pueden imponer los confesores a sus penitentes cuyo valor satisfactorio pueda compararse de suyo al de una sola misa ofrecida a Dios. ¡Qué dulce purgatorio puede ser para el alma la santa misa!

3º PETICIÓN. -«Nuestra indigencia es inmensa; necesitamos continuamente luz, fortaleza, consuelo. Todo esto lo encontramos en la misa. Allí está, en efecto, Aquel que dijo: «Yo soy la luz del mundo, yo soy el camino, yo soy la verdad, yo soy la vida. Venid a mí los que sufrís, y yo os aliviaré. Si alguno viene a mí, no lo rechazaré» (5).

Y Cristo se ofrece en la santa misa al Padre para obtenernos, por el mérito infinito de su oblación, todas las gracias de vida divina que necesitamos. Allí está «siempre vivo intercediendo por nosotros» (Hebr 7, 25), apoyando con sus méritos infinitos nuestras súplicas y peticiones. Por eso, la fuerza impetratoria de la santa misa es incomparable. De suyo ex opere operato, infalible e inmediatamente mueve a Dios a conceder a los hombres todas cuantas gracias necesiten, sin ninguna excepción; si bien la colación efectiva de esas gracias se mide por el grado de nuestras disposiciones, y hasta puede frustrarse totalmente por el obstáculo voluntario que le pongan las criaturas.

«La razón es que la influencia de una causa universal no tiene más límites que la capacidad del sujeto que la recibe. Así, el sol alumbra y da calor lo mismo a una persona que a mil que estén en una plaza. Ahora bien: el sacrificio de la misa, por ser sustancialmente el mismo que el de la cruz, es, en cuanto a reparación y súplica, causa universal de las gracias de iluminación, atracción y fortaleza. Su influencia sobre nosotros no está, pues, limitada sino por las disposiciones y el fervor de quienes las reciben. Así, una sola misa puede aprovechar tanto a un gran número de personas como a una sola; de la misma manera que el sacrificio de la cruz aprovechó al buen ladrón lo mismo que si por él solo se hubiese realizado. Si el sol ilumina lo mismo a una que a mil personas, la influencia de esta fuente de calor y fervor espiritual como es la misa, no es menos eficaz en el orden de la gracia. Cuanto es mayor la fe, confianza, religión y amor con que se asiste a ella, mayores son los frutos que en las almas produce».

Al incorporarla a la santa misa, nuestra oración no solamente entra en el río caudaloso de las oraciones litúrgicas -que ya le daría una dignidad y eficacia especial ex opere operantis Ecclesiae-, sino que se confunde con la oración infinita de Cristo. El Padre le escucha siempre: «yo sé que siempre me escuchas» (Io 11, 42), y en atención a El nos concederá a nosotros todo cuanto necesitemos.

Consecuencia. -No hay novena ni triduo que se pueda comparar a la eficacia impetratoria de una sola misa. ¡Cuánta desorientación entre los fieles en torno al valor objetivo de las cosas! Lo que no obtengamos con la santa misa, jamás lo obtendremos con ningún otro procedimiento. Está muy bien el empleo de esos otros procedimientos bendecidos y aprobados por la Iglesia; es indudable que Dios concede muchas gracias a través de ellos; pero coloquemos cada cosa en su lugar. La misa por encima de todo.

4° ACCIÓN DE GRACIAS. -Los inmensos beneficios de orden natural y sobrenatural que hemos recibido de Dios nos han hecho contraer para con El una deuda infinita de gratitud. La eternidad entera resultaría impotente para saldar esa deuda si no contáramos con otros medios qué los que por nuestra cuenta pudiéramos ofrecerle. Pero está a nuestra disposición un procedimiento para liquidarla totalmente con infinito saldo a nuestro favor: el santo sacrificio de la misa. Por, ella ofrecemos al Padre un sacrificio eucarístico, o de acción de gracias, que supera nuestra deuda, rebasándola infinitamente; porque es el mismo Cristo quien se inmola por nosotros y en nuestro lugar da gracias a Dios por sus inmensos beneficios. Y, a la vez, es una fuente de nuevas gracias, porque al bienhechor le gusta ser correspondido.

Este efecto eucarístico, o de acción de gracias, lo produce la santa misa por sí misma: siempre, infaliblemente, ex opere operato, independientemente de nuestras disposiciones.

***

Tales son, a grandes rasgos, las riquezas infinitas encerradas en la santa misa. Por eso, los santos, iluminados por Dios, la tenían en grandísimo aprecio. Era el centro de su vida, la fuente de su espiritualidad, el sol resplandeciente alrededor del cual giraban todas sus actividades. El santo Cura de Ars hablaba con tal fervor y convicción de la excelencia de la santa misa, que llegó a conseguir que casi todos sus feligreses la oyeran diariamente.

Pero para obtener de, su celebración o participación el máximo rendimiento santificador es preciso insistir en las disposiciones necesarias por parte del sacerdote que la celebra o del simple fiel que la sigue en compañía de toda la asamblea.

Disposiciones para el santo sacrificio de la misa.

Alguien ha dicho que para celebrar o participar dignamente en una sola misa harían falta tres eternidades: una para prepararse, otra para celebrarla o participar en ella y otra para dar gracias. Sin llegar a tanto como esto, es cierto que toda preparación será poca por diligente y fervorosa que sea.

Las principales disposiciones son de dos clases: externas e internas.

a) Externas.-Para el sacerdote consistirán en el perfecto cumplimiento de las rúbricas y ceremonias que la Iglesia le señala. Para el simple fiel, en el respeto, modestia y atención con que debe participar activamente en ella.

b) Internas.-La mejor de todas es identificarse con Jesucristo, que se inmola en el altar. Ofrecerle al Padre y ofrecerse a sí mismo en El, con El y por El. Esta es la hora de pedirle que nos convierta en pan, para ser comidos por nuestros hermanos con nuestra entrega total por la caridad. Unión íntima con María al pie de la cruz; con San Juan, el discípulo amado; con el sacerdote celebrante, nuevo Cristo en la tierra («Cristo otra vez», gusta decir un alma iluminada por Dios). Unión a todas las misas que se celebran en el mundo entero. No pidamos nunca nada a Dios sin añadir como precio infinito de la gracia que anhelamos: «Señor, por la sangre adorable de Jesús, que en este momento está elevando en su cáliz un sacerdote católico en algún rincón del mundo». (7)

La santa misa celebrada o participada con estas disposiciones es un instrumento de santificación de primerísima categoría, sin duda alguna el más importante de todos.

Antonio Royo Marín O.P. Teología de la Perfección Cristiana

 


 

jueves, 4 de diciembre de 2014

Tiempo de llegada

Hay personas que estos dias están inmersos en unos tiempos que ellos dicen de adviento, osea de llegada; llegada de qué ?, la llegada de algo muy serio que todos sabemos que hace falta en nuestras comunidades, en nuestras familias e incluso en nosotros mismos.

Porque los acontecimientos que nos rodean en el mundo sí que nos están gritando que falta algo, que falta algo, que falta algo no, ¡que falta muchísimo! Que falta mucha justicia, que falta mucha paz en muchas personas, que falta mucha solidaridad, que falta muchísimo amor, que falta muchísima alegría.

Algo grave está pasando y ya no nos sirve que la llegada vendrá de los partidos políticos, van pasando las elecciones con sus diferentes opciones ideológicas y las cosas no mejoran, al contrario, pues la corrupción se mantiene, la gente no encuentra modos de ganarse la vida, etc,etc...osea que hay cierta prosperidad y aquí lo que se está construyendo es una sociedad dónde cada uno va a lo suyo,y en el peor de los casos tener mucho cuidado para que no te intenten quitar lo que te has ganado y repartírselo entre los que han conseguido puestos de privilegio.

La llegada es un poco eso, el adviento es hacernos esa clase de preguntas, eladviento es reconocer que necesitamos, que necesitamos verdaderamente cambio y conversión,porque así como hablamos de dinero o de violencia política, así podríamos hablar también de parejas, o podríamos hablar de aborto, o podríamos hablar de educación, o podríamos hablar de problemas éticos muy complicados.

Estamos jugado a ser aprendices de brujo, ahora dicen algunos científicos: "¿Oiga, y por qué no clonamos a un Neanderthal para los interesados en la ciencia? ¡Hagamos un clon a ver cómo eran los Neanderthales!" Los Neanderthales se extinguieron hace unos cientos de miles de años, pero el DNA o el ADN de los neandertales se puede reconstruir, se puede reconstruir el genoma completo del neandertal. Y algunos científicos, entre ellos rusos, han encontrado un modo que parece prometedor para revivir especies extinguidas.

El primer candidato para revivirlo es el mamut. El mamut vivió hasta no hace mucho. Entonces ese mamut que tenía pelo, tenía una especie de pelambre larga, ese mamut lanoso, pues lo quieren restaurar, y han encontrado un procedimiento para partir del genoma del mamut y empezar a utilizar los óvulos de una especie cercana, probablemente el elefante, para ir produciendo cada vez más criaturas o seres que finalmente darían como resultado un mamut. Entonces, "¡vamos a resucitar al mamut!"

Bueno, no se había secado la tinta después de esa noticia cuando ya otro propuso: "Pues si podemos resucitar al mamut, ¡resucitemos al neandertal de una vez!" Y otros proponen que mezclemos el genoma humano con genoma de cerdo o de ratón; y otros dicen: "Utilicemos embriones para hacer órganos de repuesto"; Y dice uno: "¿En qué estamos? ¿A dónde vamos? ¿A dónde va esta humanidad?" ¿Hay un límite o no hay un límite? ¿Eso simplemente sigue y sigue y sigue?"

Hace poco, en un programa especial, un científico decía: "Estamos estudiando la bioquímica del cerebro, analizando casos de personas superdotadas porque creemos que podemos mejorar, por medio de ese análisis, podemos mejorar cosas como la memoria o la agilidad mental". Entonces este señor está proponiendo que se produzcan tratamientos que en parte serían neuroeléctricos, en parte bioquímicos, tratamientos para capacitar a algunos seres humanos para que tuvieran capacidades mucho más allá de lo normal.

Por ejemplo, por decir algo sencillo, sustancias que si las persona la ingiere muchas veces, le producirían una memoria fotográfica impresionante. Bueno, y dice uno: "Para los que a veces olvidamos cifras o nombres, ¡eso sería una bendición!"

Pero el problema es que esas sustancias no van a ser para todo el mundo, el problema es que esos aditivos para producir superhombres y supermujeres, esos aditivos van a salir a un costo exorbitante, entonces muy probablemente vamos a tener personas que tienen una capacidad de prolongar su salud o de mejorar sus capacidades mentales o capacidades físicas mucho más allá del común de la raza humana; es decir, gente que va a jugar con ventaja.

¿Qué va a pasar en la humanidad cuando eso suceda? ¿Qué va a pasar cuando tengamos personas que pueden procesar información casi a velocidad de computadora con una memoria impresionante? ¿Qué va a pasar cuando esta clase de gente tenga una cuota mayor de poder? 

Todas estas preguntas, todas estas son las preguntas del adviento: "¿Para dónde va nuestra humanidad? ¿Para dónde vamos? ¿Qué estamos haciendo con el don precioso de la vida?"
Y la conclusión a la que uno llega,es : quién va a salvarnos, a salvarnos de nuestros desmanes éticos o bioéticos o antiéticos; quién a salvarnos de nuestra codicia que no se detiene aunque tengamos los bolsillos a reventar; quién a salvarnos de nuestras adicciones, quién a salvarnos, quién a salvarnos de nuestro afán de venganza que no cesa, que no termina que no se sacia nunca".

Qué llegada esperamos para qué todo esto cambie ?, con nuestras fuerzas no somos capaces, más bien iremos a peor,...o no?

Hace dos mil años vino Uno que viene y que vendrá y Ese dijo que sin él no teniamos nada que hacer para conseguir este cambio que necesitamos, que la única solución nuestra era imitarlo en sus obras. Éste es el niño que va ha aparecer en los próximos dias en todos los pesebres, tumbado en un humilde pesebre y que vino,viene y vendrá para el que quiera llene este vacio que más que patente existe y galopa en nuestras comunidades y de rebote en nuestro interior.