miércoles, 29 de octubre de 2014

Tu conciencia

Se dice que el concepto es poco moderno, que pertenece a una época ya superada...


Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Conoze.com




«La conciencia, nos dicen los queridos marxistas, es un invento de la burguesía para provocar en el proletariado sentimientos de culpabilidad y con ello mantenerle encadenado». Cinco minutos más tarde apelan a nuestra conciencia ante la miseria y los sufrimientos de la clase proletaria.

Pero también desde perspectivas no marxistas se niega con frecuencia la existencia de la conciencia. Se dice que el concepto es poco moderno, que pertenece a una época ya superada. Hoy sabemos que se trata tan sólo de convencionalismos y del llamado instinto gregario. Es necesario que existan algunas leyes según las cuales el individuo debe sacrificar algunas veces sus propios intereses en favor de la «grey». Teniendo en cuenta que la grey le proporciona muchas ventajas, este sacrificio queda más que compensado, y así el instinto gregario sirve en definitiva al más fuerte de los instintos, al instinto de conservación. Ayudamos a los demás porque entonces podemos esperar ayuda de ellos.

Reflexionemos sobre ello. Un hombre camina solitario por la calle de noche y oye un grito de auxilio.

C (el instinto de conservación) dice: «¡No vayas, te pondrás en peligro!»

G (el instinto gregario) dice: «¡Tienes que ir, un miembro del rebaño necesita tu ayuda!»

C advierte: «¡Para ti tú eres el primero!»

G advierte a su vez: «¡Es cierto, pero si no vas te desacreditarás ante la grey, te señalarán con el dedo, te rechazarán, quedarás marcado!»

C «¡Imbécil! Pero si está oscuro, nadie te ve y nadie sabe que pasas casualmente por aquí. Vete a casa y todo estará en orden!»

Y como el instinto de conservación es en definitiva el instinto más fuerte y en pura lógica tiene razón, nuestro hombre le sigue y se va a su casa. Ahora debería felicitarse a sí mismo por haberlo hecho tan bien y acertadamente. Su posición en el rebaño no se ha debilitado y a pesar de ello ha podido escapar del peligro. En cambio, lo que sucede es que no puede ni mirarse al espejo. Está furioso consigo mismo. Sufre. ¿Por qué? Porque sí hay alguien que sabe cómo ha actuado. El mismo lo sabe; y él no sólo tiene instinto de conservación e instinto gregario, si no además otra cosa, un juez incorruptible, la conciencia.

Y hay otro más que lo sabe. Conciencia no es lo mismo que ciencia. Conscientia se dice en latín: consabiduría, complicidad. Y el cómplice es Dios.

 

martes, 28 de octubre de 2014

Cambio de mentalidad

Hombres que cambiaron sus valores políticos y religiosos por una vida de humildad y perdón, al lado de Cristo.







Vamos a contemplar en estos dos Apóstoles ese cambio profundo de vida. Son para nosotros los hombres que cambiaron sus valores políticos religiosos por una vida al lado de Cristo basada en la humildad, en la mansedumbre y en el perdón.

Pertenecían según podemos saber al grupo de los celotes, un grupo de judíos convencidos de su fe y de sus tradiciones, pero que combatían al opresor romano y esperaban un Mesías que los liberara de aquella opresión. Cristo les sale al paso, sin importarle su militancia y sus convicciones, y les invita a seguirle. Ello va a suponer un cambio de mentalidad, una conversión interior, un abandono de algo muy metido en sus corazones. Así se convertirán con el tiempo en hombres que lucharán por liberar al hombre de otras esclavitudes distintas a las políticas: la esclavitud del pecado, la esclavitud de las pasiones, la esclavitud, sobre todo, del propio yo. En este contexto vamos a contemplar el cambio que lógicamente se tuvo que realizar en ellos.


Del odio al amor.

Sabemos que todo judío odiaba a los romanos. Aquello sólo era símbolo de una realidad que se repite en el corazón del hombre: el rencor, el odio, la acepción de personas. Al ser llamados por Cristo Judas y Simón empiezan a comprender que el Maestro centra su mensaje en el amor, en el perdón, en el olvido de las ofensas. Sin duda, en su interior tuvo que darse una revolución profunda, difícil, sangrante. Pero poco a poco empezó a entrar en ellos la comprensión de una nueva visión del hombre, no como enemigo, sino como hermano, hijo del mismo Padre, que ama a todos y hace salir el sol sobre buenos y malos. Así el odio, el rencor, la venganza fueron desapareciendo y en su lugar se situaron la paz, la oración por los enemigos, el amor.


De la ira a la mansedumbre.

Los celotas emprendían campañas de acoso violentas contra los romanos, aunque casi siempre llevaron las de perder. Les movía en rencor, y el rencor engendra ira y violencia. Desde el principio Judas y Simón empezaron a escuchar del Maestro palabras de mansedumbre: Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra (Mt 5,4). ¡Qué difícil debió ser para ellos abandonar el camino de la ira para acercarse a los hombres con bondad, con respeto, con comprensión! Sin embargo, estamos seguros de que pronto comprendieron que aquel camino lograba mejores frutos en la relación entre los hombres. No les pedía Cristo que destruyeran su forma de ser, sino que emplearan para el bien aquella fuerza interior que un día usaron mal, porque la pusieron al servicio de sus pasiones.


Del Dios de la venganza al Dios del amor.

También Judas y Simón tuvieron que entrar por medio de Cristo, Dios hecho hombre, a la comprensión de un Dios distinto, un Dios que es Padre bondadoso, amable, bueno. Esta conversión debió ser dura para hombres que tenían una clara conciencia de ser parte del pueblo elegido y que precisamente rechazaban a los romanos porque éstos intentaban arrebatarles su fe, sus costumbres, sus tradiciones. Es curioso, pero Dios nos pide que amemos incluso a quienes le odian a Él, a quienes le persiguen en su Iglesia, a quienes parecen enemigos irreconciliables de la fe. Más aún, nos asegura que con el amor convenceremos al mundo de la autenticidad de nuestra fe.


A la luz del Evangelio de Cristo y del ejemplo de estos dos Apóstoles, nosotros, hombres de hoy, tenemos que revisar nuestra vida y decidir qué cambios debemos realizar para ser cristianos de veras. ¿Qué nos puede pedir Dios tomando como punto de referencia los valores de la humildad, de la pobreza y de la abnegación? Sin duda, podrían ser muchísimas cosas e, incluso, cada uno tendrá necesidades distintas. Sin embargo, vamos a repasar algunas de las exigencias contenidas en estos valores para nosotros, hombres, padres de familia, esposos, profesionales, miembros de la Iglesia.
 

Dios nos pide en primer lugar un cambio de mentalidad. Con frecuencia nuestra mente, nuestra inteligencia, nuestra razón están prisioneras de lo material, de lo cotidiano, de lo intrascendente, de lo inmediato. Parecemos ciudadanos de una tierra sin horizontes y sin futuro. Nos parecemos a aquel hombre rico que, tras una buena cosecha, se construye unos grandes graneros y se invita a sí mismo a vivir bien (Lc 12, 16-21). ¡Cómo necesitamos levantar nuestra mirada a la eternidad, dar prioridad a lo espiritual, apreciar más las realidades importantes de la vida como la fe, la familia, la amistad! No nos resulta fácil esta liberación, porque además vivimos en una sociedad que sólo nos habla de bienestar, de comodidad, de éxito, de eficacia. Sin embargo, con los días y con los años vamos saboreando el sabor amargo de una vida que se encierra sobre sí misma sin horizontes y sin futuro.

Tenemos que decidirnos, pues, por dar prioridad al espíritu y a sus cosas sobre la materia, poniendo a Dios como centro de nuestro vida, y no a nosotros como centro de Dios. Tenemos que optar por la oración, por los sacramentos, por las practicas religiosas en lugar de dejarlas relegadas por culpa de nuestras ocupaciones. Tenemos que ser hombres de vida interior más que de acción. Tenemos que defender más la familia que el trabajo. Tenemos que cuidar más la paz interior que las cuentas bancarias.

 
Dios nos pide en segundo lugar un cambio de corazón. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne (Ez 36, 26). El corazón de piedra es ese corazón endurecido por el racionalismo, el orgullo, la autosuficiencia, la vanidad, el sentido de superioridad. Y el corazón de carne es ese otro corazón humilde, anclado en la fe, sencillo, sin complicaciones, cordial. Es muy necesario para nosotros los hombres abandonar esa falsa madurez que nos conduce frecuentemente a actitudes marcadas por el individualismo, la seguridad, la fuerza, pero que encierran tal vez posturas egoístas, cobardías inconfesables, miedo a la verdad. Tenemos que hacernos como niños. Tenemos que aceptarnos como limitados. Tenemos que aprender a equivocarnos sin rubores. Tenemos que decidirnos a pedir ayuda a los demás y a recibir de los demás con paz sugerencias, correcciones. Tenemos, en definitiva, que dejar los hábitos del hombre viejo para asumir los del hombre nuevo, creado a imagen de Cristo.
 
Dios nos pide en tercer lugar un cambio de actitudes. Con frecuencia nuestra vida responde a un esquema que difícilmente alteramos con los años. Nos convencemos de unas prioridades que casi sacralizamos; nos instalamos en unas costumbres que no dejamos por ningún motivo; nos hacemos dueños de unos prejuicios que nadie nos hará cambiar; nos aficionamos a un estilo de vida que no nos complique nuestra relación con el entorno; nos ponemos unos límites para no dar más de nosotros mismos; nos diferenciamos de todos para poder vivir a gusto con nuestra mediocridad. Hay que cambiar en todos estos campos, tras los cuales se puede ocultar desde la pereza hasta la presunción, desde la mentira hasta la avaricia, desde la cobardía hasta la falsa prudencia.

Por el contrario, tenemos que abrirnos al cambio, abandonar prejuicios, convencernos de nuestras mentiras, romper con nuestros hábitos egoístas, abrir las puertas a una vida más marcada por los sentimientos y la afectividad. Y evidentemente todo ello para ser personas equilibradas, ricas interiormente, abiertas a la felicidad, pues Dios nos quiere así.
Juan Ferrán

lunes, 27 de octubre de 2014

Hopócritas...


“«Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado? Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no habla que soltarla en sábado?» A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía.” El jefe de la sinagoga actuaría con la intención de que la gente no pecase, intención recta, pero no se daba cuenta que sólo cuando Jesús se acerca a esa mujer atada por Satanás es cuando puede “encender la luz” y empezar a vivir en libertad. Muchos la habrían recomendado que rezase y fuese buena (por eso estaría en la sinagoga ) pero sólo cuando entró Cristo a su lado pudo empezar a vivir.



Meditación del Papa Francisco

A Jesús sólo le interesa la persona, y Dios. Jesús, quiere que la gente se acerque, que le busque y se siente conmovido cuando la ve como oveja sin pastor. Y toda esta actitud es por lo que la gente dice: ‘¡Pero, esta es una enseñanza nueva!’. No, no es una enseñanza nueva: es la manera de hacerlo, nueva. Es la transparencia evangélica.

Pidamos al Señor que esta lectura nos ayude en nuestra vida de cristianos: todos. Cada uno en su lugar. A no ser legalistas puros, hipócritas como los escribas y los fariseos. A no ser corruptos como los hijos de Elí. A no ser tibios como Elí, sino a ser como Jesús, con ese celo de buscar a la gente, de curar a la gente, de amar a la gente y con esto decirle: ‘¡Pero si yo hago esto así, piensa cómo te ama Dios, cómo es tu Padre!’ Esta es la enseñanza nueva que Dios nos pide. Pidamos esta gracia. (Cf. S.S. Francisco, 14 de enero de 2014, homilía en Santa Marta)

Reflexión
Todos nos maravillamos de los milagros que realizaba Jesús. ¡Y cuántas veces le hemos pedido la curación de alguna enfermedad, nuestra o de alguna persona a la que queremos!

Sin duda, las enfermedades de aquella época eran difíciles de curar. No contaban con los medios actuales de diagnosis y terapias. No había salas de operaciones con la higiene que conocemos hoy, ni ecografías, ni vacunas, ni anestesias locales. Todo eso ha venido con el progreso técnico, médico y farmacológico.

Parece como si Dios hubiera dejado en manos de los médicos el cuidado del cuerpo para poder dedicar a los sacerdotes, sus más íntimos colaboradores, a la tarea más importante: el cuidado espiritual. Es increíble recuperar la vida de gracia y de intimidad con Dios. Es maravilloso ver nacer a Cristo cada día en la Eucaristía.

Porque la vida espiritual, aunque esté oculta a los ojos, tiene una dimensión infinitamente superior a las acciones puramente materiales. Por ejemplo, un acto de caridad hecho por amor a Dios embellece al alma de tal manera que nos quedaríamos extasiados si pudiéramos contemplarla. Es impresionante lo que realizan en nosotros los sacramentos. Porque recibimos gracias especiales de Dios. Sin embargo, tenemos que reconocer que estamos sujetos a las realidades de la tierra y que no podemos percibir nuestra transformación en el mundo espiritual. Pero si tenemos fe, y perseveramos hasta el final, un día podremos ver con claridad, sin misterios, la grandeza de cada alma humana.

Petición
Vivir los sacramentos, la Confesión y la Eucaristía, sabiendo que son los medios para curar nuestras enfermedades espirituales.



Meditación del Papa Francisco

A Jesús sólo le interesa la persona, y Dios. Jesús, quiere que la gente se acerque, que le busque y se siente conmovido cuando la ve como oveja sin pastor. Y toda esta actitud es por lo que la gente dice: ‘¡Pero, esta es una enseñanza nueva!’. No, no es una enseñanza nueva: es la manera de hacerlo, nueva. Es la transparencia evangélica.

Pidamos al Señor que esta lectura nos ayude en nuestra vida de cristianos: todos. Cada uno en su lugar. A no ser legalistas puros, hipócritas como los escribas y los fariseos. A no ser corruptos como los hijos de Elí. A no ser tibios como Elí, sino a ser como Jesús, con ese celo de buscar a la gente, de curar a la gente, de amar a la gente y con esto decirle: ‘¡Pero si yo hago esto así, piensa cómo te ama Dios, cómo es tu Padre!’ Esta es la enseñanza nueva que Dios nos pide. Pidamos esta gracia. (Cf. S.S. Francisco, 14 de enero de 2014, homilía en Santa Marta)

Reflexión
Todos nos maravillamos de los milagros que realizaba Jesús. ¡Y cuántas veces le hemos pedido la curación de alguna enfermedad, nuestra o de alguna persona a la que queremos!

Sin duda, las enfermedades de aquella época eran difíciles de curar. No contaban con los medios actuales de diagnosis y terapias. No había salas de operaciones con la higiene que conocemos hoy, ni ecografías, ni vacunas, ni anestesias locales. Todo eso ha venido con el progreso técnico, médico y farmacológico.

Parece como si Dios hubiera dejado en manos de los médicos el cuidado del cuerpo para poder dedicar a los sacerdotes, sus más íntimos colaboradores, a la tarea más importante: el cuidado espiritual. Es increíble recuperar la vida de gracia y de intimidad con Dios. Es maravilloso ver nacer a Cristo cada día en la Eucaristía.

Porque la vida espiritual, aunque esté oculta a los ojos, tiene una dimensión infinitamente superior a las acciones puramente materiales. Por ejemplo, un acto de caridad hecho por amor a Dios embellece al alma de tal manera que nos quedaríamos extasiados si pudiéramos contemplarla. Es impresionante lo que realizan en nosotros los sacramentos. Porque recibimos gracias especiales de Dios. Sin embargo, tenemos que reconocer que estamos sujetos a las realidades de la tierra y que no podemos percibir nuestra transformación en el mundo espiritual. Pero si tenemos fe, y perseveramos hasta el final, un día podremos ver con claridad, sin misterios, la grandeza de cada alma.



Meditación del Papa Francisco

A Jesús sólo le interesa la persona, y Dios. Jesús, quiere que la gente se acerque, que le busque y se siente conmovido cuando la ve como oveja sin pastor. Y toda esta actitud es por lo que la gente dice: ‘¡Pero, esta es una enseñanza nueva!’. No, no es una enseñanza nueva: es la manera de hacerlo, nueva. Es la transparencia evangélica.

Pidamos al Señor que esta lectura nos ayude en nuestra vida de cristianos: todos. Cada uno en su lugar. A no ser legalistas puros, hipócritas como los escribas y los fariseos. A no ser corruptos como los hijos de Elí. A no ser tibios como Elí, sino a ser como Jesús, con ese celo de buscar a la gente, de curar a la gente, de amar a la gente y con esto decirle: ‘¡Pero si yo hago esto así, piensa cómo te ama Dios, cómo es tu Padre!’ Esta es la enseñanza nueva que Dios nos pide. Pidamos esta gracia. (Cf. S.S. Francisco, 14 de enero de 2014, homilía en Santa Marta)

Reflexión
Todos nos maravillamos de los milagros que realizaba Jesús. ¡Y cuántas veces le hemos pedido la curación de alguna enfermedad, nuestra o de alguna persona a la que queremos!

Sin duda, las enfermedades de aquella época eran difíciles de curar. No contaban con los medios actuales de diagnosis y terapias. No había salas de operaciones con la higiene que conocemos hoy, ni ecografías, ni vacunas, ni anestesias locales. Todo eso ha venido con el progreso técnico, médico y farmacológico.

Parece como si Dios hubiera dejado en manos de los médicos el cuidado del cuerpo para poder dedicar a los sacerdotes, sus más íntimos colaboradores, a la tarea más importante: el cuidado espiritual. Es increíble recuperar la vida de gracia y de intimidad con Dios. Es maravilloso ver nacer a Cristo cada día en la Eucaristía.

Porque la vida espiritual, aunque esté oculta a los ojos, tiene una dimensión infinitamente superior a las acciones puramente materiales. Por ejemplo, un acto de caridad hecho por amor a Dios embellece al alma de tal manera que nos quedaríamos extasiados si pudiéramos contemplarla. Es impresionante lo que realizan en nosotros los sacramentos. Porque recibimos gracias especiales de Dios. Sin embargo, tenemos que reconocer que estamos sujetos a las realidades de la tierra y que no podemos percibir nuestra transformación en el mundo espiritual. Pero si tenemos fe, y perseveramos hasta el final, un día podremos ver con claridad, sin misterios, la grandeza de cada alma humana.

Petición
Vivir los sacramentos, la Confesión y la Eucaristía, sabiendo que son los medios para curar nuestras enfermedades espirituales.

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   Aquella mujer era, ante los ojos de Cristo, la imagen viva de la Humanidad pecadora: encorvada, sin poderse enderezar. Así andaba el Género Humano: vuelto hacia la tierra, arañando con los ojos el suelo, sin poderse enderezar para mirar a lo alto.

   ¿Acaso no conoces a muchos que, como aquella mujer, sólo tienen ojos para las cosas de esta vida? Toda su mirada se centra en sus problemas, su deseos terrenos, sus dolores y alegrías mundanas. Les hablas de Dios, y es como si te refirieses la existencia de vida en Plutón. No entienden… No pueden enderezarse. Viven sin Cielo, sin trascendencia, ajenos a su propia alma.

   Al verla Jesús, la llamó y le dijo: – «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». El Hijo de Dios se encarnó para que personas como esta mujer, encorvadas de por vida, pudieran ver a su Creador. Ya que ellos no podían enderezarse, se agachó Dios, se hizo carne, y se puso al alcance de sus ojos.

   No lo olvides: lo primero no es hablar del Cielo a quien vive para la Tierra. Lo primero es que, en ti, a quien pueden ver, esas personas comprueben que el Cielo existe y que Dios las llama.


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domingo, 26 de octubre de 2014

amarás....

XXX Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad

Homilias y espiritualidades....

Es muy interesante ver en la Biblia cómo Dios quiere inculcarnos sus enseñanzas, porque en la Biblia no sólo es interesante lo que nos enseña sino cómo nos lo enseña.


.....el tema de hoy son los mandamientos, el amor a Dios y el amor al prójimo. Y la primera lectura se refiere al amor al prójimo y lo interesante, insisto, por lo menos es lo que quiero destacar hoy, es la manera como quiero enseñar eso, el amor al prójimo ante todo.
Observemos hermanos, que el amor del que se nos habla aquí no es una cosa que a uno le salga espontáneamente, porque amar muchas veces implica renunciar a las propias ventajas, amar muchas veces implica sacrificarse, ceder privilegios.


......Y el corazón humano, herido por el pecado original y por los pecados personales y sociales, no siempre está dispuesto a amar, por esto tenemos que decir que el amor necesita ser aprendido; el deseo no, pero el amor sí.
Para desear no necesitamos que nos enseñen, pero para amar sí y el libro del Éxodo, en la primera lectura de hoy, nos da unas claves muy interesantes para acercarnos al amor, para enseñar amor y para aprender a amar.
Miremos que es lo que se está diciendo ahí: “No debes perjudicar ni humillar al inmigrante” Exodo 22,20, esa es la palabra que han escogido en esta traducción, otras Biblias dicen “el extranjero”.



No esperemos a que la vida nos quite lo que tenemos para que se cumpla el refrán: “Uno no sabe lo que tiene sino cuando lo pierde”, no es necesario perderlo, basta acercarnos con amor al hermano, basta descubrir la necesidad del hermano, basta sentir lo que el está viviendo y entenderemos la palabra de Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”San Mateo 22,39.

Celebremos la Palabra de Dios, celebremos sus sacramentos.

Hay ocasión de visitar santuarios de Confucio y santuarios Taoístas en estos días, los altares sencillos donde la gente ofrece sus frutas o el incienso y donde están esas piezas de madera que parecen como unas medias lunas y que se tiran para averiguar la suerte. Con esos actos tan sencillos, estas personas desean expresar su veneración por el recuerdo de antepasados o por ciertas formas de deidad que ellos consideran que existen.

.......Pero lo primero que atrae mi atención, cuando veo a la gente haciendo esa clase de cosas, es que no existe esta proclamación de una palabra, nosotros nos reunimos y lo primero que hacemos es escuchar la palabra, por eso nuestra Misa tiene dos partes, la liturgia de la palabra y la liturgia de la Eucaristía, la celebración liturgia es como celebración.
Nosotros celebramos la palabra de Dios, la celebramos escuchándola, presidiéndola, atendiéndola y luego celebramos el amor que Dios nos ha tenido, porque en una cena como esta, cena que celebramos en la Misa, Jesús nos regaló todo lo que nos podía regalar, su cuerpo, su sangre, su vida entera y eso no existe en los templos de estos amigos aquí en el país, ellos no tienen esa noticia.

No podemos decir quién es mejor o quien es peor, no se trata de eso, si algo bueno tenemos es un regalo de Dios, quien de nosotros hizo algo para que Cristo se le manifestara así, como se nos ha manifestado, pero lo que quiero es que apreciemos nuestra fe, que valoremos lo que tenemos, desde que empezamos la Misa, lo primero que hacemos es trazarnos la señal de la cruz y ya con ese solo gesto estamos recordando en donde se manifestó el amor de Dios, de que tamaño es el amor de Dios, un Dios que se ha ocupado de nosotros, que se ha agachado para levantarnos, que ha tenido la ternura, la compasión, la misericordia para con nosotros.
Mientras que en estas religiones orientales todo es empinarse para tratar de subir a un nivel espiritual, sapiencial, divino, esto se ve sobre todo en el confucianismo, mientras que la religión oriental es tratar de empinarse, nuestra fe cristiana es descubrir a un Dios que se agachó.


La religión oriental es como el ser humano que hace lo mejor de lo mejor de sus fuerzas físicas, emocionales y mentales tratando de alcanzar, es el ser humano en el máximo de su esfuerzo. Nuestra religión cristiana es el ser de Dios en el máximo de su compasión, de su amor y de su ternura.

......¿Y por que esto era poner a prueba a Jesús? pues porque entre los judíos fervorosos de aquel tiempo, había muchas discusiones, porque había muchas escuelas, entonces unos decían que el mandamiento más importante ere este y otros decían que era aquel, y los fariseos al hacerle esta pregunta a Jesús lo que quieren es meter a Jesús en una casilla, tenerlo encajonado, saber el es de esta escuela, ya lo tenemos aquí atrapado, ya sabemos cómo es El.
Querían saber, querían averiguar a qué escuela pertenecía Jesús, con quienes hacia partido, para después decir ese partido está errado o está equivocado; pero fíjate que en la mente de los fariseos todo esto era un juego académico, era un problema intelectual y era evidentemente un truco para tratar, como dice el evangelio, tratar de atraparlo, le hacen esa clase de pregunta jugando para ver si pueden atrapar a Jesús y pensando solamente desde el punto de vista de los conceptos y las teorías, pero esa pregunta, que era una trampa y que era un juego para ellos, sirve de ocasión para que Jesús nos regale la nuez, el centro, el corazón del evangelio.

.:..Porque en todos estos ejemplos de amor, tanto a las cosas como a las personas que he dicho, pues finalmente lo que sucede es que uno se ama a través de las cosas, yo amo el coche que he comprado, pero es que recibo la satisfacción de que es mío, incluso muchas veces en el amor que creemos que tenemos a las personas, más que amar a las personas nos estamos amando a través de las personas, nos amamos a través de ellas, amamos los beneficios que podemos encontrar en ellas y por eso, repito, hay personas a las que es muy fácil amar.


Usualmente para un muchacho soltero y en buena salud amar a una mujer hermosa inteligente y cariñosa no requiere mayor esfuerzo; pero hay que preguntarse si ese amor se dirige del hombre hacia la mujer o si el hombre se está amando a sí mismo a través de esa mujer, es decir, está recibiendo un beneficio. Jesús ha redefinido la palabra amor, en el diccionario de Jesús la palabra amor tiene un contenido impresionante y ese contenido es lo que está en la señal de la cruz, por eso tenemos tantas cruces, por eso nos trazamos la señal de la cruz.
La palabra amor ha encontrado su plena definición allí donde Jesús se ha despojado de sí mismo, por buscar nuestro bien y nuestra salvación.


Mis amigos, sigamos esta celebración, vamos terminando la liturgia de la palabra, lo que sigue es la liturgia de la eucaristía, esto es maravilloso en nuestra fe, porque no se trata simplemente en recordar que Cristo nos amó allá en otra época, aquí sobre el altar este mismo Cristo que se convierte en presencia de amor que renueva nuestras vidas.
Que el Señor nos abra los ojos para que sepamos lo que estamos recibiendo.

Meditación del Papa Francisco

Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una "caridad a la carta", una serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios; se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. (S.S. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 180) 

Reflexión
Recuerdo que hace unos años me encontré con un señor en el tren, mientras viajaba de Roma a Florencia. Comenzamos a conversar y, en un momento dado, me dice este buen hombre: –"Padre, yo soy muy católico, igual que toda mi familia. Desde pequeño he sido siempre muy creyente". Como me lo decía tan convencido, ponderándomelo tanto, yo me permití preguntarle si iba a misa los domingos y si rezaba todos los días al menos una breve oración. ¡Y cuál no fue mi sorpresa al escucharle decir: –" Padre –me respondió muy serio– soy católico, pero no fanático". Me sorprendí tanto que no supe si echarme a reír o a llorar... Me parecía casi increíble lo que oía.

Creo que hoy muchos cristianos –o que se dicen cristianos– cometen el grandísimo error de disociar su fe y su comportamiento: afirman creer y amar a Dios, pero luego no hacen nada para probar su fe y su amor a Él. Como el caso de la chica que te conté la semana pasada. ¿Te acuerdas?

En el evangelio de hoy vemos a uno de los fariseos que se acerca a nuestro Señor para preguntarle cuál es el primer mandamiento; y Jesucristo le responde sin vacilar: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". Ésta era la fórmula más sagrada y solemne para un israelita y constituía como el "corazón" de toda la Ley. La llamaban el "shemá" y todo judío piadoso lo conocía de memoria. Al igual que nosotros, los cristianos, aprendimos de memoria desde niños el primer mandamiento de la ley de Dios.

Hemos oído miles de veces y tenemos archisabido que "el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas”, y pensamos que de verdad lo amamos, aunque nuestras obras desdigan lo que afirman nuestras palabras. Pero el amor hay que demostrarlo más con nuestros comportamientos que con buenos deseos o sentimientos. "Obras son amores –reza el refrán popular–, que no buenas razones".

¿Qué pensaríamos nosotros de cualquier persona –podrías ser también tú mismo-- que dijera amar mucho a sus padres o a sus abuelos, pero que nunca fuera a visitarlos a su casa dizque porque "no tiene tiempo", porque viven muy lejos, o simplemente porque "no le nace"? ¿Verdad que eso nunca sucede en la vida real? Sería inconcebible, pues el amor nos lleva a estar cerca de los seres a quienes amamos. Y entonces, ¿por qué con Dios nos comportamos de esa manera? Decimos que lo amamos, pero no estamos dispuestos a visitarlo ni siquiera media horita cada semana. ¿Cada semana? ¡Ojalá fuera al menos cada semana! Y en ocasiones ni nos acordamos de Él a lo largo del día, al menos que "nos urja" pedirle algún favor. Es que somos a veces demasiado interesados...

A este primer mandamiento, nuestro Señor añade otro: "Amar al prójimo como a uno mismo". Es el mandamiento de la caridad, que es igual de importante que el primero. Es más, "quien dice amar a Dios a quien no ve, pero no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso", nos dice san Juan. Y el mismo Cristo afirma que "de estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas". O sea que aquí se halla resumida toda la revelación bíblica. Éste fue el "mandamiento nuevo" que Él vino a traernos; éste es el núcleo del Evangelio y la esencia del cristianismo. Quien no vive el mandato de la caridad, simplemente no puede llamarse cristiano.

Pero, bueno, para hablar con calma de esto necesitaríamos de mucho más tiempo. Espero poder tratarlo en otra ocasión. Basta con que nos quedemos ahora con lo primero. Si vamos a visitar a nuestro Señor al menos cada semana en la Misa dominical y nos acordamos de conversar con Él algún ratito durante el día, creo que Él se sentirá feliz porque le mostramos nuestro amor filial con obras. Pero, además, nuestra vida cristiana mejorará de una manera muy notable. Entonces amaremos de verdad a Dios con nuestro comportamiento y no sólo con buenos sentimientos o palabras bonitas.

¿Y por que esto era poner a prueba a Jesús? pues porque entre los judíos fervorosos de aquel tiempo, había muchas discusiones, porque había muchas escuelas, entonces unos decían que el mandamiento más importante ere este y otros decían que era aquel, y los fariseos al hacerle esta pregunta a Jesús lo que quieren es meter a Jesús en una casilla, tenerlo encajonado, saber el es de esta escuela, ya lo tenemos aquí atrapado, ya sabemos cómo es El.
Querían saber, querían averiguar a qué escuela pertenecía Jesús, con quienes hacia partido, para después decir ese partido está errado o está equivocado; pero fíjate que en la mente de los fariseos todo esto era un juego académico, era un problema intelectual y era evidentemente un truco para tratar, como dice el evangelio, tratar de atraparlo, le hacen esa clase de pregunta jugando para ver si pueden atrapar a Jesús y pensando solamente desde el punto de vista de los conceptos y las teorías, pero esa pregunta, que era una trampa y que era un juego para ellos, sirve de ocasión para que Jesús nos regale la nuez, el centro, el corazón del evangelio.


Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser   Le preguntan a Jesús: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Y Jesús responde: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.

   ¿Y cómo se ama a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser? La respuesta a esta pregunta pondrá a prueba tu vida entera, y te moverá a conversión.

   Hay quien vive de amores pequeños, porque su corazón es pequeño. A esos amores corresponden alegrías pequeñas y sufrimientos mezquinos y egoístas. Muchos pasan la vida caminando entre mezquindades. Cuando están ante la grandeza, se espantan o se aburren.

   Para amar a Dios es preciso llevar el corazón a su punto de fusión, y dilatarlo hasta hacerlo capaz de amores grandes. No sirven las distancias «prudentes». Hay que rebasar la línea de la locura y alcanzar el cuerpo a cuerpo: pegar el corazón a Cristo en la Eucaristía, en la oración, en las mil jaculatorias diarias…

   Entonces toma el Señor el corazón humano, lo aprieta como si lo exprimiese, lo levanta y lo besa con un beso de muerte y de vida. Grandes dolores, grandes gozos, grandes amores… Gran gloria en el Cielo.


 







Dar más y mejor

Invitación a dar más y mejor

¿No sientes unas ganas locas de hacer más completa, más “irremediable” tu entrega?

¡Qué ridícula actitud la de los pobrecitos hombres, cuando negamos una y otra vez pequeñeces al Señor! Pasa el tiempo, las cosas se van viendo con su verdadero relieve,… y nacen la vergüenza y el dolor.

«Aure audietis, et non intelligetis: et videntes videbitis, et non perspicietis». Palabras claras del Espíritu Santo: oyen con sus propios oídos, y no entienden; miran con sus ojos, pero no perciben. ¿Por qué te inquietas si algunos, “viendo” el apostolado y conociendo su grandeza, no se entregan? Reza tranquilo, y persevera en tu camino: si ésos no se lanzan, ¡otros vendrán!

La Virgen Santa María, Maestra de entrega sin límites. -¿Te acuerdas?: con alabanza dirigida a Ella, afirma Jesucristo: “¡el que cumple la Voluntad de mi Padre, ése -ésa- es mi madre!…” Pídele a esta Madre buena que en tu alma cobre fuerza -fuerza de amor y de liberación- su respuesta de generosidad ejemplar: «ecce ancilla Domini!» -he aquí la esclava del Señor.

sábado, 25 de octubre de 2014

Hay quién llora y llora

Algunos se cansaron

Es un poco triste reconocerlo pero hay que ser honestos: algunos se cansaron de batallar contra la corriente. Un día se sintieron sin fuerzas, y casi sin darse cuenta, empezaron a dejarse llevar por el fluido suave y el ritmo arrullador de las aguas que iban corriente abajo.

Poco importó en un primer momento que fueran aguas venenosas. Poco importó que hubiera un penetrante hedor que se pegaba a todo: sus palabras, sus ropas, sus casas. La comodidad de dejarse llevar parecía buena razón, y al fin y al cabo, a los malos olores uno termina por acostumbrarse.

Se cansaron de decir que la paga del pecado es la muerte; su discurso cambió, y empezaron a decir que ante todo hay que ser humanos, y que Dios es tan misericordioso que en realidad no importa que pequemos, porque–ya revolcados bien abajo en esas aguas inmundas–les parecía imposible que hubiera condenación. Admitir que puede haber infierno y condenación Cansado?eterna es admitir que uno puede llegar allá si enseña lo que es falso aunque sea seductor. Así que cerraron los ojos y dijeron mirando a las cámaras que Dios no podía ser tan terrible.

Algunos se cansaron de pelear. Entregaron sus armas. Ya no soportaron más que la sociedad los excluyera, que la opinión pública los lastimara, que los medios de comunicación los ignoraran, que los parlamentos aprobaran leyes en contra de lo que siempre se enseñó. Se cansaron de ser sal que fastidia y dejaron de salar. Insípidos, con una sonrisa inocua, con un discurso debidamente censurado y autorizado por el “Nuevo Desorden Mundial” salieron a los púlpitos y a las cámaras y proclamaron que la Iglesia había cambiado. En realidad sólo ellos habían cambiado pero usurparon el nombre de la Esposa de Cristo.

Se cansaron de ser vituperados y maltratados. Cambiaron entonces su enseñanza y la acomodaron a los oídos adúlteros del mundo. Un aplauso sonoro fue la respuesta de parte de ese mundo, que de tiempo atrás esperaba tal cansancio. Los de las tinieblas se miraron y sonrieron con gesto de victoria. El rostro de los enemigos de la Iglesia brillaba con entusiasmo: “¡La hemos derribado!,” se dijeron al ver caer algunas de las altas torres de la Esposa, la Casa de Dios, la Católica.

Y los que se cansaron, y ahora enseñan otra cosa, al oír el estrépito de semejante derrumbe, creyeron que los estaban aplaudiendo. Ya sabes: un derrumbe suena como un aplauso.

Algunos se cansaron. Pero no todos. Hay quien siente dolor y celo. Hay quien hace penitencia y reza. Hay quien predica, así parezca que su voz se pierde en el desierto. Hay quien llora y ora. Y esa oración atraviesa las nubes.

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viernes, 24 de octubre de 2014

Jesús hombre dl trabajo

Jesús hombre del trabajo

259 En su predicación, Jesús enseña a apreciar el trabajo. Él mismo « se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero »,573 en el taller de José (cf. Mt 13,55; Mc 6,3), al cual estaba sometido (cf. Lc 2,51). Jesús condena el comportamiento del siervo perezoso, que esconde bajo tierra el talento (cf. Mt 25,14-30) y alaba al siervo fiel y prudente a quien el patrón encuentra realizando las tareas que se le han confiado (cf. Mt 24,46). Él describe su misma misión como un trabajar: « Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo » (Jn 5,17); y a sus discípulos como obreros en la mies del Señor, que representa a la humanidad por evangelizar (cf. Mt 9,37-38). Para estos obreros vale el principio general según el cual « el obrero tiene derecho a su salario » (Lc 10,7); están autorizados a hospedarse en las casas donde los reciban, a comer y beber lo que les ofrezcan (cf. ibídem).

260 En su predicación, Jesús enseña a los hombres a no dejarse dominar por el trabajo. Deben, ante todo, preocuparse por su alma; ganar el mundo entero no es el objetivo de su vida (cf. Mc 8,36). Los tesoros de la tierra se consumen, mientras los del cielo son imperecederos: a estos debe apegar el hombre su corazón (cf. Mt 6,19-21). El trabajo no debe afanar (cf. Mt 6,25.31.34): el hombre preocupado y agitado por muchas cosas, corre el peligro de descuidar el Reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,33), del que tiene verdadera necesidad; todo lo demás, incluido el trabajo, encuentra su lugar, su sentido y su valor, sólo si está orientado a la única cosa necesaria, que no se le arrebatará jamás (cf. Lc 10,40-42).

261 Durante su ministerio terreno, Jesús trabaja incansablemente, realizando obras poderosas para liberar al hombre de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte. El sábado, que el Antiguo Testamento había puesto como día de liberación y que, observado sólo formalmente, se había vaciado de su significado auténtico, es reafirmado por Jesús en su valor originario: « ¡El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado! » (Mc 2,27). Con las curaciones, realizadas en este día de descanso (cf. Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11; 13,10-17; 14,1-6), Jesús quiere demostrar que es Señor del sábado, porque Él es verdaderamente el Hijo de Dios, y que es el día en que el hombre debe dedicarse a Dios y a los demás. Liberar del mal, practicar la fraternidad y compartir, significa conferir al trabajo su significado más noble, es decir, lo que permite a la humanidad encaminarse hacia el Sábado eterno, en el cual, el descanso se transforma en la fiesta a la que el hombre aspira interiormente. Precisamente, en la medida en que orienta la humanidad a la experiencia del sábado de Dios y de su vida de comunión, el trabajo inaugura sobre la tierra la nueva creación.

262 La actividad humana de enriquecimiento y de transformación del universo puede y debe manifestar las perfecciones escondidas en él, que tienen en el Verbo increado su principio y su modelo. Los escritos paulinos y joánicos destacan la dimensión trinitaria de la creación y, en particular, la unión entre el Hijo-Verbo, el « Logos », y la creación (cf. Jn 1,3; 1 Co 8,6; Col 1,15-17). Creado en Él y por medio de Él, redimido por Él, el universo no es una masa casual, sino un « cosmos »,574 cuyo orden el hombre debe descubrir, secundar y llevar a cumplimiento. « En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)— adquiere nuevamente el vínculo original con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor ».575 De esta manera, es decir, esclareciendo en progresión ascendente, « la inescrutable riqueza de Cristo » (Ef 3,8) en la creación, el trabajo humano se transforma en un servicio a la grandeza de Dios.

263 El trabajo representa una dimensión fundamental de la existencia humana no sólo como participación en la obra de la creación, sino también de la redención. Quien soporta la penosa fatiga del trabajo en unión con Jesús coopera, en cierto sentido, con el Hijo de Dios en su obra redentora y se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad que está llamado a cumplir. Desde esta perspectiva, el trabajo puede ser considerado como un medio de santificación y una animación de las realidades terrenas en el Espíritu de Cristo.576 El trabajo, así presentado, es expresión de la plena humanidad del hombre, en su condición histórica y en su orientación escatológica: su acción libre y responsable muestra su íntima relación con el Creador y su potencial creativo, mientras combate día a día la deformación del pecado, también al ganarse el pan con el sudor de su frente.

Caminando o arrastras

Sufrimiento como redención

Parar de sufrir, sufrir por sufrir y saber sufrir. He aquí las diferencias
El valor del sacrificio
En estos tiempos de progreso parece de mal gusto hablar del sacrificio como un valor... 


Por: Hermano Franciscano | Fuente: www.diocesisdecelaya.org.mx



Por naturaleza, los hombres huimos de todo lo que huele a sacrificio y buscamos lo que es placentero.

Dios no ha creado haciéndonos reyes de la creación, para que dispongamos de todas las cosas para nuestro bien. Por lo tanto, parece de mal gusto hablar del sacrificio como un valor.

Sobre todo en estos tiempos de progreso, que nos presentan constantemente novedades para nuestros gustos y beneficios, este "valor" ya pasó de moda.

En realidad hoy son muchos los que razonan así, y con facilidad se burlan de quien se atreve a hablar de sacrificio.

Sabemos que, bajo el aspecto bíblico, el sacrificio no es un castigo, sino un medio de redención. Este tema lo encontramos desarrollado en Isaías: "El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados" (Is 53, 5), y en todo el Nuevo Testamento.

En la Carta de los Hebreos leemos: "Cristo se ofreció a Dios como víctima sin mancha, y su sangre nos purifica interiormente de nuestras malas obras".

Nos hace falta reportar muchos textos para convencernos del tema del sacrificio como acto redentor. La dificultad que se encuentra hoy tiene una doble faceta de parte de los creyentes: este sacrificio ya se dio una vez para siempre (Heb 7, 27); de parte de los que no aceptan las Escrituras: ¿Por qué este mal gusto de pagar con el sacrificio?

Acerca de la primera dificultad, es fácil comprender que la vida del cristiano consiste en tomar la cruz de cada día e ir en pos del Señor (Mt 16, 24-25; MC 8, 34; Lc 9, 23).

También San Pablo nos presenta su testimonio, haciéndonos entender que nosotros somos la prolongación de Cristo en el tiempo: "Al presente, me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes; así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, para el bien de su Cuerpo que es la Iglesia". (Col 1, 24).

Referente a la objeción de los que no conocen o no creen en La Biblia, conviene observar que para triunfar hay que luchar y sufrir. Quitar al hombre esa lucha de superación, ese sufrimiento que supone forjarse un carácter mediante el estudio, el trabajo y el ejercicio de la voluntad, es echarlo a perder.

Realmente, el hombre de hoy, que se deja llevar por una vida fácil, placentera y ausente de cualquier sacrificio, se ha debilitado mucho. Las consecuencias las vemos diariamente en la corrupción que hay casi en todas las esferas y en la violencia en constante aumento que está haciendo la vida imposible.

No queremos el sacrificio por el sacrificio, porque no estamos enfermos de masoquismo. Aceptamos el sacrificio como una medicina amarga, pero efectiva para curar nuestras tendencias hacia una vida egoísta.

La teoría de aquellos que aceptan doctrinas y técnicas orientales para hacer desaparecer el dolor no va de acuerdo con el Evangelio. Primero, porque no siempre se puede eliminar.

Por cuanto uno procure enajenarse, no quita el hecho de tener un cáncer incurable, un hijo secuestrado y quizás ejecutado.

Más que enajenarse, hay que santificar el dolor ofreciéndolo como sacrificio de purificación para alcanzar el perdón y la felicidad eterna. El que actúa así, sufre, sí, pero en paz.

En segundo lugar, luchar para eliminar el dolor equivale a enseñar a evitar todo o que hace sufrir, perdiendo de vista que el hombre no se realiza cuando no sufre, sino cuando ama.

Quien ama de verdad es capaz de afrontar cualquier sacrificio con tal de ayudar a la persona amada.

Al contrario, quien no sabe sufrir no es capaz de amar de verdad, y por eso no se realiza.

jueves, 23 de octubre de 2014

Gracias y perdón

Sólo dos palabras

Sólo dos palabras al terminar este día Señor. Te diré sólo dos palabras, quiero que sean sinceras y sencillas. En el silencio y en la soledad te digo y en primer lugar, desde lo más profundo de mi corazón: Gracias.

Gracias Señor por todo lo que este día me has concedido porque te lo he pedido. Gracias por todo lo que me has dado sin haberlo mencionado. Gracias por todo lo que me has otorgado sin habértelo rogado. Gracias Señor por la salud, por el bienestar, por las alegrías, por las satisfacciones. Gracias también por la enfermedad, por las penas y sufrimientos.

Aunque me cueste trabajo Señor, te agradezco esto último; tú sabes por qué lo hiciste. Gracias por el rayo de esperanza que me iluminó, por la mano que me levantó, por los brazos que me recibieron, por las palabras que me alentaron, por el consejo que me guió, por la sonrisa que me alegró.

Pero sobre todo te doy Gracias Señor por la fe que tengo en ti y en tu Iglesia, en este tiempo un poco confuso y aunque lleno de esperanzas, es a veces difícil de creer.

Te lo confieso sinceramente: no siempre he sabido cómo actuar, qué hacer, a donde ir. Sin embargo siendo tú quien eres, y teniendo fe en ti, te doy gracias, porque en las tinieblas me has iluminado, porque en las caídas me has levantado, porque de mis pecados me has perdonado.

Gracias te doy señor por todo aquello que ignoro por lo cual debo darte Gracias.

Junto a este agradecimiento Señor, te pido perdón: Perdón por mi negligencia, perdón por mi pereza, perdón por mi falta de amor, perdón por mi falta de caridad, perdón por mi falta de fe, perdón por mi falta de comprensión, perdón por mi soberbia, perdón por mi orgullo, perdón Señor porque no siempre te he sido fiel como es debido; viendo la luz he preferido la oscuridad, conociendo el bien, he optado por el mal, teniendo fuerza para perseverar, me he hecho débil para ceder; sintiendo tu ayuda en la lucha, he sido cobarde en la faena.

Perdón porque habiendo recibido, no he sabido dar, perdón porque habiendo sido perdonado, no he sabido perdonar, perdón Señor por todo aquello que ignoro, por lo cual debo pedirte Perdón.

Gracias y Perdón: estas son las dos palabras que te quería decir.

Te las he dicho Señor, gracias por haberme escuchado.

Perdón por aquellos que no te piden perdón.

Enviado por A. Rojas


El diálogo puede sustituir a la misión ?

Mensaje de Benedicto XVI a los estudiantes de la Pontificia Universidad Urbaniana
Mensaje de Benedicto XVI, Papa Emérito:
Quisiera en primer lugar expresar mi cordial agradecimiento al Rector Magnífico y a las autoridades académicas de la Pontificia Universidad Urbaniana, a los oficiales mayores, y a los representantes de los estudiantes por su propuesta de titular en mi nombre el Aula Magna reestructurada. Quisiera agradecer de modo particular al Gran Canciller de la Universidad, el Cardenal Fernando Filoni, por haber acogido esta iniciativa. Es motivo de gran alegría para mí poder estar siempre así presente en el trabajo de la Pontificia Universidad Urbaniana.
En el curso de las diversas visitas que he podido hacer como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, siempre me ha impresionado la atmosfera de la universalidad que se respira en esta universidad, en la cual jóvenes provenientes prácticamente de todos los países de la tierra se preparan para el servicio al Evangelio en el mundo de hoy. También hoy veo interiormente ante mí, en este aula, una comunidad formada por muchos jóvenes que nos hacen percibir de modo vivo la estupenda realidad de la Iglesia Católica.
«Católica»: Esta definición de la Iglesia, que pertenece a la profesión de fe desde los tiempos antiguos, lleva consigo algo del Pentecostés. Nos recuerda que la Iglesia de Jesucristo no miró a un solo pueblo o a una sola cultura, sino que estaba destinada a la entera humanidad. Las últimas palabras que Jesús dice a sus discípulos fueron: ‘Id y haced discípulos a todos los pueblos’. Y en el momento del Pentecostés los apóstoles hablaron en todas las lenguas, manifestando por la fuerza del Espíritu Santo, toda la amplitud de su fe.
Desde entonces la Iglesia ha crecido realmente en todos los continentes. Vuestra presencia, queridos estudiantes, refleja el rostro universal de la Iglesia. El profeta Zacarías anunció un reino mesiánico que habría ido de mar a mar y sería un reino de paz. Y en efecto, allá donde es celebrada la Eucaristía y los hombres, a partir del Señor, se convierten entre ellos un solo cuerpo, se hace presente algo de aquella paz que Jesucristo había prometido dar a sus discípulos. Vosotros, queridos amigos, sed cooperadores de esta paz que, en un mundo rasgado y violento, hace cada vez más urgente edificar y custodiar. Por eso es tan importante el trabajo de vuestra universidad, en la cual queréis aprender a conocer más de cerca de Jesucristo para poder convertiros en sus testigos.
El Señor Resucitado encargó a sus discípulos, y a través de ellos a los discípulos de todos los tiempos, que llevaran su palabra hasta los confines de la tierra y que hicieran a los hombres sus discípulos. El Concilio Vaticano II, retomando en el decreto Ad Gentes una tradición constante, sacó a la luz las profundas razones de esta tarea misionera y la confió con fuerza renovada a la Iglesia de hoy.
¿Pero todavía sirve? Se preguntan muchos hoy dentro y fuera de la Iglesia ¿de verdad la misión sigue siendo algo de actualidad? ¿No sería más apropiado encontrarse en el diálogo entre las religiones y servir junto las causa de la paz en el mundo? La contra-pregunta es: ¿El diálogo puede sustituir a la misión? Hoy muchos, en efecto, son de la idea de que las religiones deberían respetarse y, en el diálogo entre ellos, hacerse una fuerza común de paz. En este modo de pensar, la mayoría de las veces se presupone que las distintas religiones sean una variante de una única y misma realidad, que ‘religión’ sea un género común que asume formas diferentes según las diferentes culturas, pero que expresa una misma realidad. La cuestión de la verdad, esa que en un principio movió a los cristianos más que a nadie, viene puesta entre paréntesis. Se presupone que la auténtica verdad de Dios, en un último análisis es alcanzable y que en su mayoría se pueda hacer presente lo que no se puede explicar con las palabras y la variedad de los símbolos. Esta renuncia a la verdad parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así sigue siendo letal para la fe.
En efecto, la fe pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo se reduce a símbolos en el fondo intercambiables, capaces de posponer solo de lejos al inaccesible misterio divino.
Queridos amigos, veis que la cuestión de la misión nos pone no solamente frente a las preguntas fundamentales de la fe, sino también frente a la pregunta de qué es el hombre. En el ámbito de un breve saludo, evidentemente no puedo intentar analizar de modo exhaustivo esta problemática que hoy se refiere a todos nosotros. Quisiera al menos hacer mención a la dirección que debería invocar nuestro pensamiento. Lo hago desde dos puntos de partida.
PRIMER PUNTO DE PARTIDA
1. La opinión común es que las religiones estén por así decirlo, una junto a otra, como los continentes y los países en el mapa geográfico. Todavía esto no es exacto. Las religiones están en movimiento a nivel histórico, así como están en movimiento los pueblos y las culturas. Existen religiones que esperan. Las religiones tribales son de este tipo: tienen su momento histórico y todavía están esperando un encuentro mayor que les lleve a la plenitud.
Nosotros como cristianos, estamos convencidos que, en el silencio, estas esperan el encuentro con Jesucristo, la luz que viene de Él, que sola puede conducirles completamente a su verdad. Y Cristo les espera. El encuentro con Él no es la irrupción de un extraño que destruye su propia cultura o su historia. Es, en cambio, el ingreso en algo más grande, hacia el que están en camino. Por eso, este encuentro es siempre, al mismo tiempo, purificación y maduración. Por otro lado, el encuentro es siempre recíproco. Cristo espera su historia, su sabiduría, su visión de las cosas.
Hoy vemos cada vez más nítido otro aspecto: mientras en los países de su gran historia, el cristianismo se convirtió en algo cansado y algunas ramas del gran árbol nacido del grano de mostaza del Evangelio se secan y caen a la tierra, del encuentro con Cristo de las religiones en espera brota nueva vida. Donde antes solo había cansancio, se manifiestan y llevan alegría las nuevas dimensiones de la fe.
2. La religiones en sí mismas no son un fenómeno unitario. En ellas siempre van distintas dimensiones. Por un lado está la grandeza del sobresalir, más allá del mundo, hacia Dios eterno. Pero por otro lado, en esta se encuentran elementos surgidos de la historia de los hombres y de la práctica de las religiones. Donde pueden volver sin lugar a dudas cosas hermosas y nobles, pero también bajas y destructivas, allí donde el egoísmo del hombre se ha apoderado de la religión y, en lugar de estar en apertura, la ha transformado en un encerrarse en el propio espacio.
Por eso, la religión nunca es un simple fenómeno solo positivo o solo negativo: en ella los dos aspectos se mezclan. En sus inicios, la misión cristina percibió de modo muy fuerte sobretodo los elementos negativos de las religiones paganas que encontró. Por esta razón, el anuncio cristiano fue en un primer momento estrechamente critico con las religiones. Solo superando sus tradiciones que en parte consideraba también demoníacas, la fe pudo desarrollar su fuerza renovadora. En base a elementos de este tipo, el teólogo evangélico Karl Barth puso en contraposición religión y fe, juzgando la primera en modo absolutamente negativo como comportamiento arbitrario del hombre que trata, a partir de sí mismo, de apoderarse de Dios. Dietrich Bonhoeffer retomó esta impostación pronunciándose a favor de un cristianismo sin religión. Se trata sin duda de una visión unilateral que no puede aceptarse. Y todavía es correcto afirmar que cada religión, para permanecer en el sitio debido, al mismo tiempo debe también ser siempre crítica de la religión. Claramente esto vale, desde sus orígenes y en base a su naturaleza, para la fe cristiana, que, por un lado mira con gran respeto a la profunda espera y la profunda riqueza de las religiones, pero, por otro lado, ve en modo crítico también lo que es negativo. Sin decir que la fe cristiana debe siempre desarrollar de nuevo esta fuerza crítica respecto a su propia historia religiosa.
Para nosotros los cristianos, Jesucristo es el Logos de Dios, la luz que nos ayuda a distinguir entre la naturaleza de las religiones y su distorsión.
3. En nuestro tiempo se hace cada vez más fuerte la voz de los que quieren convencernos de que la religión como tal está superada. Solo la razón crítica debería orientar el actuar del hombre. Detrás de símiles concepciones está la convicción de que con el pensamiento positivista la razón en toda su pureza se ha apoderado del dominio. En realidad, también este modo de pensar y de vivir está históricamente condicionado y ligado a determinadas culturas históricas. Considerarlo como el único válido disminuiría al hombre, sustrayéndole dimensiones esenciales de su existencia. El hombre se hace más pequeño, no más grande, cuando no hay espacio para un ethos que, en base a su naturaleza auténtica retorna más allá del pragmatismo, cuando no hay espacio para la mirada dirigida a Dios. El lugar de la razón positivista está en los grandes campos de acción de la técnica y de la economía, y todavía esta no llega a todo lo humano. Así, nos toca a nosotros que creamos abrir de nuevo las puertas que, más allá de la mera técnica y el puro pragmatismo, conducen a toda la grandeza de nuestra existencia, al encuentro con Dios vivo.
SEGUNDO PUNTO DE PARTIDA
1. Estas reflexiones, quizá un poco difíciles, deberían mostrar que hoy, en un modo profundamente mutuo, sigue siendo razonable el deber de comunicar a los otros el Evangelio de Jesucristo.
Todavía hay un segundo modo, más simple, para justificar hoy esta tarea. La alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una gran alegría, no puede guardársela solo para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo vale para el don del amor, para el don del reconocimiento de la verdad que se manifiesta.
Cuando Andrés encontró a Cristo, no pudo hacer otra cosa que decirle a su hermano: ‘Hemos encontrado al Mesías’. Y Felipe, al cual se le donó el mismo encuentro, no pudo hacer otra cosa que decir a Bartolomé que había encontrado a aquél sobre el cual habían escrito Moisés y los profetas. No anunciamos a Jesucristo para que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, y mucho menos por el poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir la alegría que nos ha sido donada.
Seremos anunciadores creíbles de Jesucristo cuando lo encontremos realmente en lo profundo de nuestra existencia, cuando, a través del encuentro con Él, nos sea donada la gran experiencia de la verdad, del amor y de la alegría.
2. Forma parte de la naturaleza de la religión la profunda tensión entre la ofrenda mística de Dios, en la que se nos entrega totalmente a Él, y la responsabilidad para el prójimo y para el mundo por Él creado. Marta y María son siempre inseparables, también si, de vez en cuando, el acento puede recaer sobre la una o la otra. El punto de encuentro entre los dos polos es el amor con el cual tocamos al mismo tiempo a Dios y a sus Criaturas. ‘Hemos conocido y creído al amor’: esta frase expresa la auténtica naturaleza del cristianismo. El amor, que se realiza y se refleja de muchas maneras en los santos de todos los tiempos, es la auténtica prueba de la verdad del cristianismo.
Benedicto XVI.
 

miércoles, 22 de octubre de 2014

Me quita usted la paz !


No pedimos lo q nos conciene

No sabemos pedir lo que nos conviene

San Agustín
Carta a Proba 130,14,25-26
Quizá me preguntes aún por qué razón dijo el Apóstol que no sabemos pedir lo que nos conviene, siendo así que podemos pensar que tanto el mismo Pablo como aquellos a quienes él se dirigía conocían la oración dominical. 
Porque el Apóstol experimentó seguramente su incapacidad de orar como conviene, por eso quiso manifestarnos su ignorancia; en efecto, cuando, en medio de la sublimidad de sus revelaciones, le fue dado el aguijón de su carne, el ángel de Satanás que lo apaleaba, desconociendo la manera conveniente de orar, Pablo pidió tres veces al Señor que lo librara de esta aflicción. Y oyó la respuesta de Dios y el porqué no se realizaba ni era conveniente que se realizase lo que pedía un hombre tan santo: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. 
Ciertamente, en aquellas tribulaciones que pueden ocasionarnos provecho o daño no sabemos cómo debemos orar; pues como dichas tribulaciones nos resultan duras y molestas y van contra nuestra débil naturaleza, todos coincidimos naturalmente en pedir que se alejen de nosotros. Pero, por el amor que nuestro Dios y Señor nos tiene, no debemos pensar que si no aparta de nosotros aquellos contratiempos es porque nos olvida; sino más bien, por la paciente tolerancia de estos males, esperemos obtener bienes mayores, y así la fuerza se realiza en la debilidad. Esto, en efecto, fue escrito para que nadie se enorgullezca si, cuando pide con impaciencia, es escuchado en aquello que no le conviene, y para que nadie decaiga ni desespere de la misericordia divina si su oración no es escuchada en aquello que pidió y que, posiblemente, o bien le sería causa de un mal mayor o bien ocasión de que, engreído por la prosperidad, corriera el riesgo de perderse. En tales casos, ciertamente, no sabemos pedir lo que nos conviene. 
Por tanto, si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra. De ello nos dio ejemplo aquel divino Mediador, el cual dijo en su pasión: Padre, si es posible, que pase y se aleje de mi ese cáliz, pero, con perfecta abnegación de la voluntad humana que recibió al hacerse hombre, añadió inmediatamente: Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Por lo cual, entendemos perfectamente que por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.
R/. Pedid y se os dará; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.
V/. Cerca está el Señor de los que lo invocan sinceramente.
R/. Porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.

San Agustín Pensamientos



Pensamientos de San Agustín (XXVIII)
Un sello de los grandes maestros, como es el caso de san Agustín, es la profundidad con la que aborda todas las facetas de la vida cristiana, de la fe, del dogma, de la moral, de la oración, sin tener una visión reducida quedándose en un solo aspecto, así como la capacidad de hacer que lo más profundo y hondo se exprese con palabras sencillas, con claridad, para que todos podamos asimilarlas y entenderlas. La farragosidad o la oscuridad en el pensamiento no es signo de saber más, sino más bien de una vanidad intelectual. San Agustín es claro porque sólo busca sembrar un bien objetivo en los oyentes.



Aquí intentamos ir conociendo estos pensamientos de san Agustín por la amplitud que ofrece y porque así bebemos de las fuentes de la Tradición para nutrir nuestra alma católica.

Gracias al trabajo de Miserere, poseemos ya una buena colección de pensamientos breves pero sustanciosos. Sintámonos discípulos de san Agustín, saboreemos con la inteligencia y el corazón su doctrina.

¿Por qué es necesaria la oración? San Agustín da una razón de futuro, de esperanza; pero hemos de partir de la base que la oración sosegada ante el Señor, cada jornada, forma parte del bagaje cotidiano del cristiano. Ora el cristiano ante el Señor. ¿Para qué?
La oración nos es más necesaria por lo que seremos que por lo que hemos sido, de ahí que nos sea más molesto o vergonzoso no saber lo que pedimos que ignorar nuestro origen (San Agustín, De nat. et anim., 4,9,13).

La obra de Cristo Redentor con nosotros fue admirable, desbordante. Olvidarse de ella, es caer otra vez en el abismo y enfriar la caridad en el corazón, pero hacer memoria de la redención de Cristo nos sitúa de nuevo en el camino correcto.
Tu Señor te creó con su palabra y te redimió con su sangre. Si te envileciste en perjuicio tuyo, mira el precio. Y si te has olvidado de él, lee el Evangelio, tu instrumento (San Agustín, Serm. 36,8).

El "ordo amoris" es un punto fuerte en la teología y en la espiritualidad agustinianas. Se trata de ordenar el amor, ordenar la caridad, en nuestro ser para amar más lo que más debe ser amado, y amar menos lo que merece ser amado menos; y amar por igual las cosas que por igual han de ser amadas sin amarlas más o menos de lo que se requiere. Este ordenar el amor se hace cuando crece la caridad y disminuye la concupiscencia que todo lo desordena.
No existe nadie que no ame. Pero se pregunta qué es lo que se ama. [Dios] No nos invita a no amar, sino a elegir lo que vamos a amar (San Agustín, Serm. 34,2).

¡Santo y Feliz Jesucristo! Así canta un himno sobre Cristo. Sí, Él es feliz, Él está alegre, con un gozo inefable. Nosotros, en la medida en que permanezcamos en Él, seremos partícipes de esa misma alegría, pero si nos alejamos de Él la verdadera alegría se debilita para dar paso a alegrías falsas o más inmediatas, que no llenan sino que necesitan siempre nuevas alegrías para calmar el vacío.
Qué gozo puede tener Cristo en nosotros si no es que El se digna gozarse con nosotros? ¿Cuál es ese nuestro gozo que ha de ser colmado, sino tener participación con El? (S. Agustín, In Io. ev., 83,1).

San Agustín era hombre afectuoso, amable, dado a la amistad y con sólidos vínculos. Pero, para este Maestro, la amistad verdadera necesita un aglutinante verdadero y no espúreo o interesado: la caridad de Dios, la amistad de Dios.
Señor, no hay amistad verdadera sino entre aquellos a quienes Tú aglutinas entre sí por medio de la caridad (San Agustín, Conf. 4,4,7)

La revelación de Dios se ha acomodado siempre al hombre, a la capacidad del hombre de ver, oír, entender, percibir, comprender. Dios no se ha mostrado tal cual es, sino hasta el máximo que el hombre pudiera recibir. Es la pedagogía de la revelación.
Dios invisible se ha mostrado muchas veces visible, pero no según lo que es, sino según la capacidad de los que lo han visto (San Agustín, De Civ. Dei, 10,13).

El hombre cristiano, cabal, combinará en su tiempo dos realidades: el ocio santo y la actividad; trabajar y orar; la plegaria y la labor cotidiana; ambas en armonía.
No debe uno estar tan libre de ocupaciones que no piense en medio de su mismo ocio en la utilidad del prójimo, ni tan ocupado que ya no busque la contemplación de Dios (San Agustín, De Civ. Dei, 19,19).

Seamos ecuánimes: ni las alabanzas no hacen tanto bien ni son necesarias, ni las correcciones y persecuciones y hasta insultos son tan malos. Las alabanzas pueden convertirse en adulación, pero las correcciones e insultos, pueden mostrar cosas que desconocemos y que podremos corregir.
Cierto es que muchas veces los amigos nos pervierten adulando, así como los enemigos nos corrigen insultando (San Agustín, Conf., 10,8,18).

Los puros de corazón son bienaventurados. ¿Cómo entenderlo? La pureza es buscar en todo la gloria de Dios, sin otra apetencia ni interés... ¡entonces se es libre!
No tiene corazón sencillo, esto es, puro, sino aquel que, pasando sobre las alabanzas humanas al vivir bien, busca solamente agradar a Dios, que es único en penetrar la conciencia (San Agustín, Tratado sobre el Sermón de la Montaña 2,1,1).

Por el nacimiento de Cristo, nuestros ojos ciegos recibieron el colirio necesario para ver. Su luz nos hace ver la luz, y es que es Él, Jesucristo, la luz del mundo para caminar y seguirle sin tinieblas algunas.
"El Verbo, pues, se hizo carne y vivió entre nosotros", y su nacimiento es el colirio que limpia los ojos de nuestro corazón, y así ya pueden ver su grandeza a través de sus humillaciones (S. Agustin, In Ioh. ev., 2,16).

Todo lo creado glorifica a Dios. También los seres inanimados o los animales glorifican a Dios, no con la voz o la inteligencia, sino con su propia belleza, con su propio ser.
La hermosura de todos los seres que confiesan a Dios es, en cierto modo, su voz (San Agustín, Enar. in Ps. 148,15).

Por último, un consejo para la oración personal, su modo de realizar, la actitud interior a la hora del diálogo silencioso con Dios:
Lo que decís, decidlo de corazón.Haya afecto en quien ora y causará efecto en quien escucha (San Agustín, Serm. 56,5).

Publicado por Javier Sánchez Martínez 


Es necesario en Internet un espacio para Cristo

Sólo cuando se vea su rostro y se oiga su voz el mundo conocerá la buena nueva de nuestra redención. Esta es la finalidad de la evangelización. Y esto es lo que convertirá Internet en un espacio auténticamente humano, puesto que si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre. Por tanto... quiero exhortar a toda la Iglesia a cruzar intrépidamente este nuevo umbral, para entrar en lo más profundo de la red" . San Juan Pablo II


martes, 21 de octubre de 2014

Sé rebelde

La verdadera rebeldía

* De Cristo nos dice la Escritura que crecía en edad, sabiduría y gracia: tal es el punto de referencia para la juventud. Crecer sólo en edad, o sólo en edad y conocimientos produce seres humanos incompletos y en cierto sentido deformes.

* Ese crecimiento deforme favorece a ciertos intereses. La falta de sabiduría, por ejemplo, nos hace proclives a gastar con irresponsabilidad.

* Cada vez más, el comercio vende algo más que bienes y servicios: vende experiencias, sensaciones, realidades etéreas e intangibles que sin embargo se asocian con cosas tangibles a través del lenguaje metafórico de la publicidad.

* Cuando más distraídos, idólatras y adictos seamos más rebaño somos y menos liderazgo y posibilidad de cambio tenemos. Se ve claro en el caso de la adicción, que atrapa nuestra imaginación y deseos.

* No es casualidad entonces que hoy se quiera ampliar la cobertura de las distintas adicciones, sexuales, etílicas o psicotrópicas, a más personas, por ejemplo con el recurso de la autorización del consumo legal.

* La fuerza de un ambiente de engaño institucional ha sido tristemente exitoso hasta el punto de lograr que los esclavos del pecado defiendan sus cadenas.

* No es extraño que la Iglesia sea vista como una institución estorbosa, dado que es de las pocas voces que se levantan en rechazo al falso orden que se quiere imponer. Pero es necesario aprender a ser rebelde.

* En efecto, las falsas rebeldías, como el vandalismo y el exhibicionismo, no producen ningún cambio.

* ¿Cuál es entonces el camino? Eso deseamos buscar al acercarnos a la propuesta de Cristo Jesús.

Qué es ser libre ¿

¿Qué es ser libre?

* La definición más común de libertad es hacer lo que a uno le gusta, le parece bien o sencillamente lo que uno quiere.

* Pero esa definición es problemática. Mi gusto y lo que yo quiero hacer puede implicar un daño para otra persona o incluso para toda una sociedad.

* La verdad es que no se puede vivir sin alguna forma de organización y límites, y eso implica autoridad, y por lo tanto, límites al deseo de cada uno de hacer lo que quiere.

* Por eso en algunos jóvenes se da la paradoja de que se consideran rebeldes, pero sólo frente a la familia y algunas autoridades civiles porque ya en su grupo o pandilla ciertamente son obedientes.

* Tampoco consideramos un asalto a nuestra libertad las recomendaciones que nos dan los médicos aunque también ahí es necesario obedecer fielmente, si uno aprecia su vida y su salud.

* Lo más grave de la definición de libertad como “hacer lo que a uno se le da gana” es que quien le maneje a uno las ganas lo maneja a uno. Y hay especialistas en manejar las “ganas”: son los especialistas en marketing y publicidad.

* La libertad sólo puede existir unida a la verdad porque sólo en la búsqueda de lo verdaderamente bueno, conveniente, justo, es posible decidir sin esclavitud a los intereses de quienes nos manipulan desde las dimensiones del placer o del miedo.

* Los verdaderamente libres son también los verdaderos líderes. Aquellos que saben del sufrimiento y de la compasión conocen cuáles son los caminos de la esclavitud y de la libertad.

* Entre todos ellos brilla Jesucristo. Los que conocen el dolor pero no el amor se llenan de amargura. Los que conocen el amor pero no el dolor se llenan de egoísmo.

* Amor recibido de Dios, y dolor por el propio pecado, por las privaciones y por la necesidad del prójimo: tal es el camino común de los santos.

* Libertad es construir desde la verdad el bien posible.

Jóvenes líderes

 La escuela de los verdaderos líderes.

* Jesús toma las cualidades que tenemos y las lleva a un nuevo nivel. Ejemplo claro lo tenemos en Pedro, que era pescador de peces y llegó a ser pescador de hombres.

* La mirada profunda de Cristo ve los pecados que queremos esconder pero también nos permite descubrir cualidades y posibilidades que no conocíamos.

* Jesucristo quiere llevarte a la mejor versión de ti mismo. Y es ahí donde llegas a ser aquel que marca una diferencia: un verdadero líder.

* Ser líder no consiste en tener seguidores. La Biblia advierte que hay unos que “son un rebaño para el abismo; la muerte es su pastor, y bajan derechos a la tumba.” Es deber del líder preguntarse para dónde va antes que preguntarse cuántos van detrás suyo.

* El único “Me Gusta” que realmente importa es el que Jesús pone ante la vida de algunos cuando parten de esta tierra hacia la eternidad.

* ¿Por qué Cristo dice: “No os conozco” a aquellos que se condenan? Porque el pecado hace de nuestra vida un manchón, un borrón irreconocible. “Te has convertido en un borrón” es la sentencia sobre aquel que prometió y no cumplió, y que así se convirtió en una mentira sin significado.

* Cristo es memoria de tus mejores sueños. Aunque a ti se te haya olvidado lo que querías ser, Cristo no olvidó tus ideales y quiere llevarnos a lo mejor de lo que podemos ser.

* Los líderes: (1) Se conocen a sí mismos, sin máscaras. (2) Saben que sólo Cristo puede llevarlos a su propia plenitud. (3) Tienen presente Cristo tiene buena memoria y no olvida lo mejor de ti. (4) Comprenden que tienen una tarea única, que quedará sin hacerse si abandonamos nuestras filas.

lunes, 20 de octubre de 2014

21 siglos

Efesios 2, 12-22

Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14 

San Lucas 12, 35-38

«Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.» El tiempo de espera de la vuelta del Señor también es relativo. Para algunos les puede parecer demasiado tiempo, ya han pasado 21 siglos. Muchos pueden pensar que pueden dejar de estar en vela. Después de dos mil años no va a venir el Señor justo en nuestra época, pensarán. No lo sé, puede ser mañana o dentro de otros veinte siglos. Lo que si es cierto es que nuestra vida (aunque lleguemos a los ciento quince años), es muy breve para prepararnos a la venida de Cristo. No debería sobrarnos si un minuto. Cuando el Señor llame no podemos decir: “Un momento.” Tendremos que abrir en ese momento, sin demoras.

Esa tensión de la vida del cristiano no nos lleva a vivir con estrés, sino con intensidad. Cada momento de nuestra vida es importante, es el momento de decirle sí al Señor. No lo será mañana, ni podemos vivir del ayer. Ahora, según lees esto, puedes decirle a Dios si o no. Tal vez pasen los años, pero serán años llenos de sies o de noes. Con nuestra respuesta la Iglesia se irá edificando: “Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.” De nuestra respuesta de ahora depende cómo es la Iglesia. No podemos esperar a mañana, a después, a dentro de un rato. Ahora edificamos la Iglesia pues el Espíritu Santo no espera a dentro de un tiempo, ahora te está dando la gracia necesaria para que el edificio de la Iglesia sea según el plan de Dios. Y de nuestra respuesta depende que todo el edificio quede ensamblado. A veces el tiempo nos puede parecer muy largo, pero el futuro depende de nuestro si de hoy.

Ojalá cuando llegue el Señor nos encuentre diciendo que sí a su voluntad y animando a muchos a decir que si al Señor. La Virgen dijo un si firme y definitivo, que se hizo presente cada instante de su vida. Que así sea nuestro si a Dios y a los dones del Espíritu Santo.

Oración dominical S.Agustín

Sobre la oración dominical

San Agustín
Carta a Proba 130,11,21-12,22
A nosotros, cuando oramos, nos son necesarias las palabras: ellas nos amonestan y nos descubren lo que debemos pedir; pero lejos de nosotros el pensar que las palabras de nuestra oración sirvan para mostrar a Dios lo que necesitamos o para forzarlo a concedérnoslo. 
Por tanto, al decir: Santificado sea tu nombre, nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios. 
Y, cuando añadimos: Venga a nosotros tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a nosotros y de que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no. 
Cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo. 
Cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy, con el hoy queremos significar el tiempo presente, para el cual, al pedir el alimento principal, pedimos ya lo suficiente, pues con la palabra pan significamos todo cuanto necesitamos, incluso el sacramento de los fieles, el cual nos es necesario en esta vida temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para conseguir la vida eterna. 
Cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, nos obligamos a pensar tanto en lo que pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos. 
Cuando decimos: No nos dejes caer en la tentación, nos exhortamos a pedir la ayuda de Dios, no sea que, privados de ella, nos sobrevenga la tentación y consintamos ante la seducción o cedamos ante la aflicción. 
Cuando decimos: Líbranos del mal, recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y estas últimas palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano, sea cual fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración. Es, pues, muy conveniente valerse de estas palabras para grabar en nuestra memoria todas estas realidades. 
Porque todas las demás palabras que podamos decir, bien sea antes de la oración, para excitar nuestro amor y para adquirir conciencia clara de lo que vamos a pedir, bien sea en la misma oración, para acrecentar su intensidad, no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en la oración dominical, si hacemos la oración de modo conveniente. Y quien en la oración dice algo que no puede referirse a esta oración evangélica, si no ora ilícitamente, por lo menos hay que decir que ora de una manera carnal. Aunque no sé hasta qué punto puede llamarse lícita una tal oración, pues a los renacidos en el Espíritu solamente les conviene orar con una oración espiritual.

Obras fruto de la salvación

Título: Las obras no son nuestra salvacion


Vamos a reflexionar, con la ayuda que Dios nos dé, en la Primera Lectura que nos presenta la liturgia de este día.
Durante estos días estaremos contemplando las enseñanzas, las luces que Dios nos da por el Apóstol San Pablo en su Carta a los Efesios. Y esta Carta, como tal vez hemos comentado otras veces, es muy importante por que representa como un momento de síntesis, podríamos decir.
Si en la Carta a los Colosenses San Pablo nos ofrece una especie de panorama, de síntesis cristológica, en la Carta a los Efesios está la dimensión cosmológica y la dimensión eclesiológica, podríamos decir, la resonancia del gran misterio de Jesucristo en la historia humana y particularmente en la constitución del Pueblo de Dios.
Un pueblo que como dice San Pablo, ha sido constituido de los herederos de la promesa, es decir, de los herederos de la Alianza en el judaísmo, pero también ha sido constituido por un llamado misericordioso de Dios hacia nosotros, los que no pertenecíamos según la carne y la sangre a la herencia de Abraham.
Entonces estas dos Cartas, la Carta a los Colosenses y la Carta a los Efesios nos ofrecen un momento de madurez teológica en San Pablo, y por eso van a aparecer a lo largo de las lecturas de estos días, van a aparecer una serie de expresiones a las que ya estábamos acostumbrados por otros textos de San Pablo, por ejemplo, en Corintios, o por ejemplo, en Gálatas o en Romanos.

En particular, en la lectura del día de hoy, nos recalca San Pablo esa salvación por la gracia.
En la carta a los Gálatas, Pablo había subrayado vigorosamente, casi agresivamente que nosotros somos salvos por la gracia. No viene la salvación por la práctica de la Ley de Moisés, somos salvados por un regalo de Dios y eso es lo que nos presenta la Carta a los Efesios.
Por ejemplo, hacia el final de la lectura de hoy: "Habéis sido salvados por la gracia mediante la fe" Carta a los Efesios 2,8. Esa es en cierto modo la síntesis de la Carta a los Gálatas.
Pero hay una cosa muy interesante y que tiene que ver con el diálogo con los cristianos no católicos, es decir con los evangélicos o los protestantes en general. Ellos utilizan mucho las expresiones de San Pablo para decir que la fe no necesita de las obras y que más bien las obras son como una especie de contaminación de la fe.
La crítica que hacen los protestantes es más o menos esta: que nosotros cuando practicamos devociones, o cuando rezamos el Vía Crucis, o cuando nos vamos a confesar y recibimos una penitencia, para ellos, todas esas son obras con las que supuestamente nosotros estaríamos comprando la salvación.
Y ellos dicen que eso va en contra de la Biblia porque la Biblia dice que se trata de fe sin obras y ellos miran en la confesión, miran en las devociones, miran en los rezos, miran como obras con las que nosotros estaríamos tratando de comprar la salvación, y dicen: "¡No, señor, la salvación viene solamente por la fe!"
Hay que tener en cuenta que esta expresión que repiten con tanta insistencia los protestantes, pues viene de la misma experiencia del Apóstol San Pablo, por que ahí lo está diciendo. La salvación, dice aquí: “Habéis sido salvados por la gracia mediante la fe” Carta a los Efesios 2,8, y esto no viene de nosotros sino que es un don de Dios.
Y viene también de la experiencia que tiene Martín Lutero. Lutero fue un hombre obsesionado con el problema de la salvación: cómo salvarse, cómo llegar a la salvación, cómo asegurar la salvación.
Y en esa angustia él buscó hacerse religioso por asegurar la salvación, practicar ayunos por asegurar la salvación, hacer las oraciones propias de su estado de vida por asegurar la salvación.
Y llego a la conclusión de que nada de eso aseguraba la salvación y por eso Lutero descubrió la fe, y descubrió que sólo mediante la fe podemos ser salvos, y eso nadie se lo va a discutir.
Pero significa eso que son justas las críticas del protestantismo al catolicismo? Son justas las críticas cuando nos dicen que estamos tratando de comprar la salvación cuando vamos a confesarnos, cuando ayunamos o cuando hacemos obras de misericordia?
El texto mismo que acabamos de oír nos ayuda a encontrar el verdadero pensamiento de San Pablo. Dice aquí: "Habéis sido salvados por la gracia; esto no viene de nosotros, tampoco viene de las obras para que nadie se gloríe" Carta a los Efesios 2,8-9.
Hasta ahí estamos de acuerdo con los protestantes, pero, atención al último versículo que escuchábamos hoy: “Hechura suya somos, creados en Cristo Jesús" Carta a los Efesios 2,10.
Y viene: "En orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos" Carta a los Efesios 2,10.
¿Eso qué significa? Que las obras no son una manera de comprar la salvación, pero las buenas obras sí son el fruto de la salvación. De manera que si yo voy a ayunar para comprar la salvación, para ver si Dios me salva, estoy negando la Biblia.
Las obras no son para comprar, para negociar nuestra salvación. La salvación nuestra ya fue ganada por el sacrificio de Cristo, por el amor de Cristo en la Cruz, por su santísima Sangre ya somos salvos y eso tiene que quedar claro.
Pero eso no significa que las obras no tengan ningún lugar. El mismo Pablo nos aclara: "Somos creados en Cristo Jesús en orden a las buenas obras que Dios determinó que practicáramos" Carta a los Efesios 2,10.
De manera que una vida coherente con la fe, es una señal de salvación. No son obras para adquirir la salvación sino son obras como fruto de la salvación y como señal de salvación, señal de que somos salvos.
Hacer cosas para que Dios nos salve, no; pero una vez que recibimos la salvación de Dios, nuestras obras deben responder a esa salvación, y si nuestras obras y nuestra vida no se corresponde con la salvación que hemos recibido de Dios, estamos también negando la Biblia, porque la Biblia habla de que hemos sido creados en Cristo Jesús en orden a las buenas obras que Dios determinó que practicáramos.
De manera que démosle gracias al Señor, démosle gracias porque su salvación es un regalo, démosle gracias por que su salvación es gratuita. Pero pensemos también, ¡sí, la salvación de Dios es gratuita, pero esa salvación quiere ser eficaz en nosotros, quiere cambiar nuestra manera de sentir, de hablar, de mirar, de pensar, quiere que de esa fuente divina broten buenas obras.
Dios ha determinado, nos dice Pablo hoy, Dios ha determinado que practiquemos buenas obras, no para comprar la salvación sino como fruto de la salvación.
El Señor sea nuestra alegría y Él perfeccione su obra en nosotros.
Amén.@fraynelson