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Título: Aunque llegue la prueba, la burla el dolor, yo creo en ti, Señor
Amados Hermanos:
Le he preguntado al Señor cómo quiere Él que predique en este día, se lo he preguntado varias veces, porque yo sabía desde hace varios días que tenía una cita con todos ustedes hoy.
Sabía que nos íbamos a encontrar aquí y que en esta cita no iba a faltar el invitado principal, que es Jesucristo, y que no iban a faltar sus Santos y sus Ángeles, que le adoran en el cielo y que celebran con nosotros en la tierra la Santa Misa. Yo sabía que tenía este compromiso con ustedes, y primero que con ustedes, con Cristo.
Hoy es domingo, y tengo la hermosa responsabilidad, tengo el deber de ello, de presidir la Santa Misa. Y esta Misa de este lugar es la única Misa que yo voy a celebrar en este domingo.
No he celebrado antes más temprano ni voy a celebrar después; esta es la única celebración y la tengo con ustedes. Es una hermosa responsabilidad, es un deber muy bello que tiene el sacerdote, así como ustedes, mis hermanos, tienen el deber, el hermoso deber de participar de este Sacrificio de la Eucaristía.
Por eso yo le pregunté al Señor: “¿Cómo quieres tú que yo predique en esta noche de este domingo?” Y el Señor como que me respondió allá en el corazón, y me dijo: “Háblales con mucho amor, con mucha paciencia, y háblales con mucha oración; haz oración con ellos".
El que preside la iglesia, el que dirige la celebración no es el sacerdote, el sacerdote tiene que saber que es un instrumento de Jesucristo y es Él, Jesucristo, el que está frente a todos nosotros; es Jesucristo, nuestro hermanito mayor, el que siempre preside todas las celebraciones; uno puede escuchar la voz de Jesucristo, sobre todo en la proclamación del evangelio y en el momento de la consagración del pan y el vino.
La voz de Cristo, el amor de Cristo, la presencia de Cristo hacen para nosotros el milagro de la Eucaristía. Es Él, tomando como instrumento libre a su sacerdote, el que pronuncia las palabras: “Este es mi Cuerpo”, cuando ustedes y yo comulguemos.
Al final de esta celebración, ustedes no van a comer el cuerpo y la sangre de Fray Nelson, sino el Cuerpo y la Sangre de Jesús; eso significa que, “esto es mi Cuerpo”, esas palabras son las palabras de Jesús, es Él el que está presente, es Él el que dirige, el que preside la celebración, es Él el que nos enseña, el que nos alimenta; por eso sabemos también que Él es el que nos sana, el que nos libera, el que nos transforma.
¡Qué cita más hermosa la que tenemos! ¡Qué oportunidad preciosa la que tenemos! ¡Qué alegría para nosotros que exista esta casa que se llama iglesia, donde podemos venir especialmente el domingo, que es el día del Señor; pero de pronto, también en otros días para escuchar a Jesús, para conocer a Jesús, para amar a Jesús.
¡Qué alegría para nosotros eso! ¿Qué alegría para nosotros saborear a Jesús! ¡Cuando a uno le dan un postre muy delicioso, cuando a uno le dan una torta muy sabrosa, uno no se la come como un remedio! Los niños, que ya se están aquí sonriendo porque dije torta, los niños saben cómo se comen las tortas; ¡hay que ver las caras de los niños mientras se comen la crema, es la torta deliciosa, saboreamos la torta deliciosa!
Cristo es nuestra dulzura, Cristo es nuestra alegría, nosotros no debemos comulgar de carrera, ni debemos pedirle al sacerdote que se apresure, como alguna vez lo hice yo.
Porque hubo un tiempo que yo viví muy alejado de Dios y en ese tiempo, que Dios me perdone, cuando yo asistía a la Misa hace muchos años, yo lo único que quería era que el sacerdote acabara rápido, "que ese cura no se demore para que se acabe esa Misa y devolverme a mi casa, a mis asuntos, a mi vida". Hoy me arrepiento de haber pensado así.
Cuando a uno le dan un postre delicioso, uno saborea ese postre y a veces por comer rápido la comida nos hace daño; no hay que comer rápido porque el estómago se resiente; no hay que pedirle al sacerdote que celebre de carrera y que se apure; no hay que pedirle a Dios que nos atragante con la comunión o con el evangelio, más bien, cuando vengamos a la iglesia, pensemos que estamos llegando a la Casa de Dios y que Dios Nuestro Señor nos va a alimentar con su propia dulzura.
Cuando una señora prepara una magnifica cena o un delicioso almuerzo, la señora quiere que los invitados se coman todo; aquí es Jesús el que ha preparado esta Cena, pero hay una diferencia, Jesús no preparó unos alimentos, se volvió Él mismo el alimento, y es Él mismo alimento vivo, el que llega a nosotros a través de la Palabra y de la Eucaristía para transformarnos.
Felices los que vengan a la Santa Misa sabiendo con quién se van a encontrar, felices los que lleguen a la Santa Misa llenos de amor y llenos de hambre, para que puedan decir lo que decíamos hoy en el salmo: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío” Salmo 63,1.
Que nosotros podamos llegar a la Iglesia con esa hambre y con esa sed de Dios, para que también se cumpla en nosotros la palabra que decía el Salmo de hoy: “Me saciaré de manjares exquisitos como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos” Salmo 63,5.
Lo que aquí llaman manteca es como esa salsa deliciosa con la que se preparan algunas carnes, enjundia y salsa, una comida deliciosa; "me voy a saciar de una comida deliciosa, voy a alimentarme de mi Dios, voy a recibir el alimento de Dios".
¿Y qué va a hacer ese alimento de Dios a nuestra vida? Eso se lo explicó Dios a San Agustín, le dijo: “Cuando tú te comes un pedazo de pan, tu organismo, tu cuerpo hace que ese pan se vuelva cuerpo; o si te comes un pedazo de carne, tu organismo hace que esa carne que te comiste se convierta luego en carne tuya; pero con la Eucaristía sucede al revés: si tú te comes el Cuerpo de Cristo, no es que Cristo se va a convertir en ti, sino que tú te vas a convertir en Cristo".
Eres tú quien va a recibir la vida de Nuestro Señor Jesucristo, esa es la obra grande que nosotros recibimos aquí en la casa de Dios, aquí en la iglesia.
Cuando Cristo nos haya transformado así, mira a quién tenemos que escuchar, al Apóstol San Pablo, aquí en la Carta a los Romanos: “Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios” Carta a los Romanos 12,1; este es nuestro punto razonable.
Como tú llegas a la iglesia con hambre de Dios, y como Dios te va a alimentar y como tu cuerpo se va a convertir también en el Cuerpo de Cristo, porque esa es la obra de la Eucaristía; si Cristo es una Hostia, también tú vas a ser una hostia viva, santa agradable a Dios; tú vas a ser como una hostia, ¿qué significa la palabra hostia? Significa ofrenda, sacrificio, sacrificio que se presenta a Dios como suave aroma.
Tú vas a ser hostia, tu vida se va a transformar escuchando la Palabra, tú comulgas con la Palabra. Recibiendo la Hostia consagrada, tú comulgas con la Hostia consagrada y Cristo te transforma en Él; tú no vas a transformar a Cristo en ti, como pasa con los alimentos, como el arrocito o la carne; tú no vas a transformar a Cristo en ti, Cristo te va a transformar en Él y tú vas a ser una hostia viva, santa y tu vida le va a agradar a Dios.
¿Y qué va a pasar con el resto del mundo? Eso es lo que va a sucederte a ti, pero el resto del mundo, una gran parte del mundo ni sabe de esto, ni quiere saber de esto. Cristo va a vivir en ti, pero Cristo, Nuestro Señor, no tiene el mismo pensamiento de este mundo, Él dijo con el Profeta Isaías: “Mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos” Isaías 46,10.
Cristo tiene un pensamiento distinto, Cristo tiene una lógica distinta, esto se lo voy a demostrar con dos ejemplos muy cortitos y muy bellos. Hemos dicho al comienzo de la celebración que nuestro padre párroco está confesando, fíjate ahí en ese ejemplo lo distinto que piensa Cristo y lo distinto que piensa el mundo.
Si una persona es culpable y se presenta ante el juez y dice: “Sí, es cierto, yo soy culpable", ¿qué pasa con esa persona? La condenan: “Usted reconoció que es culpable de ese delito, usted tiene que ir a la cárcel y pagar una condena".
Pero cuando una persona llega al confesionario, cuando una persona se postra ante el sacerdote porque ve en el un ministro de Cristo y le dice: “soy culpable”, ¿qué es lo que le dice Cristo a través del sacerdote? Le dice: “Yo te absuelvo de tus pecados”.
La lógica del mundo es: “Si te reconoces culpable, te condenan”; la lógica de Cristo es: “Si te reconoces culpable, te salvas”. Tte das cuenta cómo es distinta la lógica del mundo y la lógica de Dios? ¿Qué nos dice el mundo con respecto de nuestros enemigos? Nos dice: “Si usted tiene un enemigo, no se deje, sálgale adelante, ataque usted primero”, “el que pega primero pegue dos veces”, “no sea bobo, aproveche cualquier error del otro”. Eso es lo que nos dice el mundo
¿¿Y que nos dice Jesucristo? Nos dice: “Si te golpean en una mejilla, pon la otra”; "si tienes un enemigo, ora por él”; “si alguien te persigue, ámalo”. Es muy distinta la lógica de Cristo y la lógica del mundo, son muy diferentes.
Sigamos con nuestra historia, tú viniste a la iglesia porque tenías hambre, porque tenías sed, tú quieres saciar tu sed en la Fuente Viva que es Jesucristo, y tú quieres alimentarte de la Palabra de Cristo, del amor de Cristo y del Cuerpo de Cristo.
Cristo también quiere darte a ti, no es solamente que tú quieres encontrarte con Él, Él quiere encontrarse contigo, Él nos dice: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante” San juan 10,10.
Él también quiere encontrarse contigo. Venimos todos nosotros hambrientos y sedientos, y viene Cristo a calmar nuestra hambre y a saciar nuestra sed. Entonces comulgamos con la Palabra, comulgamos con el sacramento, y tenemos la vida de Cristo dentro de nosotros, y entonces Cristo vivo reina en nosotros y nos convertimos en hostias vivas, santas, agradables a Dios.
Pero esto no le va a gustar al mundo, porque si Cristo reina en nosotros, nosotros vamos a tener el pensamiento de Cristo, y como el mundo tiene el pensamiento distinto de Cristo, muchas veces el mundo nos va a atacar; efectivamente, ahí nos va a pasar lo mismo que le sucedió al Profeta Jeremías: “Yo era el hazmereír todo el día” Jeremías 20,7
Todo el mundo se burlaba del Profeta Jeremías. ¿Cuántos de ustedes, yo conozco a algunos de ustedes y los amo en Jesucristo, cuántos de ustedes han tenido que soportar eso? ¿Cuántas veces se han reído de nosotros porque hemos expresado un poquito del amor de Dios?
¿Cuántos muchachos son maltratados por sus amigos? “Ya va otra vez a la iglesia; ¡deje de ver a esos curas! ¿Cuántas veces han maltratado los esposos incrédulos a sus esposas? “Diga qué es lo que usted hace ahí metida todo el tiempo, quédese aquí en su casa que es aquí donde tiene usted que estar”.
¿Cuántas veces maltratos y burlas para los hombres, mujeres, niños, niñas, jóvenes; cuántas veces los ataques? ¿Y cuántas veces sentimos lo que le pasó al Profeta Jeremías, porque queremos ser hostias vivas, santas agradables a Dios? ¿Qué nos pasa? Que nos convertimos en el hazmereír todo el día.
Muchas veces los amigos antiguos se convierten en enemigos nuevos y nos atacan con sus burlas: "¿Ahora qué le paso a usted? Desde que se metió a esa parroquia, desde que se metió con ese padre, desde que se metió a ese grupo, usted se embobó, ya ni toma, ni juega, ni sale con mujeres, ¿que le pasó, hermano?"
"Todos se burlaban de mí" Jeremías 20,7, y tal vez nos va a pasar lo mismo de lo que le pasó a Jeremías: “La Palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día” Jeremías 20,8.
Y tal vez nosotros hemos pensado lo mismo que pensó Jeremías: "Me dije: no me acordaré de Él, no me acordaré”" Jeremías 20,9; hay veces que uno quiere echarse para atrás: “No, yo mejor dejo esto”, “yo creo que es demasiada parroquia, demasiada religión, demasiados grupos, estoy exagerando”.
Uno intenta echar pie atrás: “No me acordaré de Él, no hablaré más en su nombre” Jeremías 20,9; pero seguramente a nosotros nos ha pasado lo mismo que al Profeta Jeremías: "La Palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos intentaba contenerla pero no podía” Jeremìas 20,9.
Y entonces terminaremos diciendo lo mismo que dijo Jeremías, mejor dicho, "Señor, tú me sedujiste, me enamoraste y yo me dejé seducir; Señor tú me forzaste y tú me pudiste” Jeremías 20,7.
Entonces viene una segunda victoria de Cristo, la primera victoria es cuando le sentimos reinar pero todavía no nos ha atacado la gente, después de que nos ha atacado la gente intentamos echar pie atrás, pero entonces la Palabra se convierte en fuego ardiente dentro de nosotros y entonces nos rendimos por segunda vez y le decimos a Cristo: “Está bien, tú ganaste, me sedujiste, Señor; está bien, es que me tienes enamorado, Jesús, ¿es que a dónde voy a ir?
"Es que tu palabra es maravillosa, es que tu amor es encantador, es que realmente tu fuerza es mayor que la mía, y por eso aquí estoy para rendirme ante ti y para reconocerte como mi Señor y como mi Salvador”.
Hubo un hombre, el Apóstol San Pedro, que en cierto momento intentó echar pie atrás y no sólo echó pie atrás sino que quería que Cristo echara también pie atrás, y le dijo a Cristo, que estaba hablando del misterio de la Cruz, le dijo: “No, eso no lo permita Dios, eso no puede pasarte” San Mateo 16,22, ¿y qué le dijo Cristo? “Apártate de mi vista, Satanás; tú piensas como los hombres, no como Dios” San Mateo 16,23.
Y por eso hoy nos dice Jesucristo a los que estamos llegando, no hemos llegado o acabamos de llegar, por esa segunda victoria de Cristo, que es cuando uno se rinde y le dice uno a Cristo: “Está bien, usted ganó”. Para quienes hayan llegado a esa segunda victoria, mira lo que dice Cristo: “El que quiera seguir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue su cruz y que me siga” San Mateo 16,24; esa es la palabra de Cristo.
Hemos descubierto el poder del amor de Dios, hemos descubierto que le amamos, hemos descubierto que es eso lo que hace que la gente se burle de nosotros y nos ataque; pero hemos descubierto que, aunque todo el mundo se burlara, es más grande el amor que tenemos por Cristo, porque es muchisisimo más grande el amor que Cristo tiene por nosotros.
Y por eso estamos como Jeremías, seducidos, enamorados, tragados de Jesucristo y le decimos: “Es que tú me has forzado y me has podido” Jeremías 20,7. Entonces Cristo nos dice hoy: “Si tú quieres ser verdaderamente discípulo mío, entonces toma tu cruz y a venir conmigo; así si vas a ser discípulo mío”.
Y esa es la maravilla que hizo Cristo, que hace Cristo en sus discípulos, entre todos los cuales hay una discípula, que es aquí mi vecina; hay una discípula hermosa, que esta lección también tuvo que aprender, no por ser la Mamá estuvo exenta, Ella tuvo que crecer como discípula, Ella tuvo que caminar como discípula, a mí me provoca así como ir de la mano con Ella.
Ella sí conoce esta escuela del amor de Jesucristo, y por eso la Iglesia saluda a la Santísima Virgen de muchas maneras y una manera muy hermosa es, "Nuestra Señora de los Dolores", que es como decir, Nuestra Señora de la Cruz, Nuestra Señora del Amor. Ella que se llama Nuestra Señora de los Dolores, Ella se llama Nuestra Señora de la Cruz, Nuestra Señora, verdadera discípula de Jesucristo.
Cuando nosotros decimos, que Ella es Nuestra Señora de los Dolores, lo que estamos diciendo es que ese evangelio, este, el que acabamos de escuchar hoy, Ella lo puso en práctica. Ella, verdadera discípula del Señor, ella es Madre de Cristo, pero sobre todo es la grande, la maravillosa, la hermosa, la perfecta discípula de Jesucristo.
Mis hermanos, nosotros vamos a seguir nuestro camino de la mano de Ella, vamos a aprender de Ella, Nuestra Señora de la Cruz, Nuestra Señora de los Dolores, vamos a aprender que después de la primera victoria, que es cuando uno siente que Cristo es maravilloso, hay que llegar a la segunda victoria, que es después de que se burlen de mí, después de que me ataquen, yo seguiré creyendo, yo seguiré diciéndole a Jesús: “Tú me has enamorado, tú me has podido y yo te sigo amando, Jesucristo”.
Vamos a decirle a Jesucristo, aunque llegue la prueba, aunque llegue la soledad, aunque llegue la burla vamos a decirle: “Yo te creo, yo creo en ti; yo te acepto, Señor Jesucristo; yo quiero que tú seas mi Señor a todas horas y en todas la horas, y quiero aceptar y quiero acoger mi propia cruz". Porque desde tu propia Cruz he descubierto lo que significa amor y lo que significa salvación".
Y en esa tarea no vamos a estar solos, vamos a tener el ejemplo y la mano amiga de María, Nuestra Señora, nuestra hermosísima Señora de la Cruz, Nuestra Señora de los Amores, Nuestra Señora de los Dolores.
Amén.
@fraynelson