domingo, 21 de diciembre de 2014

No seamos Saules....



La primera lectura y el evangelio nombran a David. La primera lectura nos cuenta la promesa que Dios hace a David, y el evangelio nos cuenta cómo esa promesa se ha cumplido. Dios promete a David una dinastía, y esa dinastía se realiza en la persona de Cristo, como escuchamos en el evangelio.

David, sabemos bien, no fue el primer rey de Israel, sino el segundo. El primero fue Saúl. Y es bueno reconocer la diferencia entre David y Saúl, para reconocer también la diferencia entre nuestras fuerzas y la fuerza de Dios. 

¿Cómo era Saúl? Era un guerrero alto, fornido, seguro de sí mismo. Saúl es comparable en su origen a los reyes de otros pueblos. Casi siempre en esos pueblos antiguos, resulta siendo rey un guerrero, alguien que tiene fuerza, que se ha acreditado con victorias, y que por lo tanto, convoca al pueblo en torno a sí.

Casi siempre, el rey en esos pueblos antiguos, tiene su origen en la victoria bélica. Sus manos, entonces, están manchadas de sangre. Está acostumbrado a matar para reinar, a imponerse y así, a conseguir el reino.

Saúl no es la excepción en este principio general sobre los reyes de esta tierra. Saúl, de la tribu de Benjamín, hijo de Quis, es un hombre alto, seguro de sí mismo, jefe de tropa, que ha emprendido con éxito campañas militares y ha vencido. Ese fue el primer rey de Israel.

¿Cuál es el problema de ese primer rey? ¿Por qué Dios lo descarta? Porque ese rey, precisamente, está tan seguro de su altura, que le cuesta trabajo abajarse. Está tan convencido de su fuerza, que le cuesta trabajo ser débil y recibir la fuerza de Dios. Mejor dicho, le cuesta trabajo reconocer que también él es débil.

Saúl no se humilla fácilmente; Saúl no obedece. Él siente que es el general de los ejércitos de Israel, y se le olvida que el Rey de los ejércitos es el Señor. Por consiguiente, cuando Dios le va dando instrucciones, -porque Dios es el verdadero Rey de los ejércitos-, Saúl no soporta ser el segundo.

La cuestión hace crisis, cuando Dios en cierta batalla le encomienda que entregue al anatema todo el botín de la victoria, que no se reserve nada para sí mismo. Y Saúl no hace caso con el pretexto de ofrecer unos sacrificios, ofrendas religiosas al Dios de Israel. Luego, Saúl es el hombre fuerte, traicionado por su misma fuerza.

David es distinto. Tal vez recordamos en qué circunstancias fue encontrado él. Samuel, el Profeta, va a la Casa de Jesé y quiere hallar el designio de Dios. Cuando pasa el primero de los hijos de Jesé, es alto, fornido, seguramente imponente. 

Y Samuel, todavía pensando a la manera humana, cuando ve ése primero de los hijos de Jesé, dice en sus adentros: "Quizás sea éste el elegido del Señor" 1 Samuel 16,6. Pero, esa voz misteriosa que hizo a Samuel profeta, inmediatamente le replica: "¡No! La mirada de Dios no es como la mirada del hombre" 1 Samuel 16,7.

El resto de la historia la conocemos. Pasan los hijos de Jesé, se acaban los hijos, y parece que ahí no hay rey. Samuel pregunta: "-¿No quedan más muchachos? -¡Sí! El más pequeño que está cuidando las ovejas, que está con el rebaño" 1 Samuel 16,11.

De manera que si Saúl es el más grande, David es el más pequeño. Si Saúl está acostumbrado a matar para reinar, David está acostumbrado a proteger la vida, a cuidar el rebaño. El uno sabe bien cómo acabar la vida, y el otro está aprendiendo a cuidarla.

¿Quién es Saúl? Un hombre que cuenta con la fuerza de sus brazos y con la fuerza de un ejército. ¿Quién es David? Un hombre que en medio de los peñascos, de esos campos y pedregales, sólo cuenta con su astucia, con la oración y la gracia de Dios, para vencer a los enemigos del rebaño.

Por eso recordamos, que cuando David se enfrenta con el gigante aquel de los filisteos, dice: "El mismo Señor que me ha permitido librar al rebaño de leones y fieras, ahora va a permitir que yo libre a este otro rebaño, que es Israel, de esta otra bestia, que es ese gigantón" 1 Samuel 17,37. David está acostumbrado a proteger el rebaño y a confiar en Dios.

Quizá en todo el Antiguo Testamento, la imagen más nítida de esa fe en la gracia y en la unción de Dios, la encontramos en David. De ahí que son tan distintos los finales de Saúl y de David.

Dios descarta a Saúl y elige a David. Saúl se llena de envidia y de muchas formas intenta asesinar, destruir a David. Y fíjate cómo, mientras Saúl hace esfuerzos casi ridículos por acabar con David, David, una y otra vez, teniendo él mismo la ocasión de matar a Saúl, no lo hace. 

Saúl no respeta la voz de Dios que ha elegido a David. Y en cambio, David sí respeta la unción de Dios que ha consagrado a Saúl.

Como hombres, estrictamente hablando, como personas humanas, tal vez no fueran muy distintos. Tal vez, como personas humanas, sería difícil escoger entre uno y otro. Si uno mira atentamente los textos, a veces parece que incluso Saúl tenía como más personalidad. David es un poco más ladino. Es así como sagaz y un tanto taimado, como recursivo. 

Hace alianzas con los filisteos. Durante un tiempo de su vida ha estado trabajando para ellos. Se reúne y crea una especie de ejército con los bandoleros, los sicarios, los desechables de su sociedad. David no es ningún modelo de virtudes acabadas. Es un hombre que también tiene las manos manchadas de sangre.

Humanamente, -repito-, no es fácil escoger entre uno y otro. Sin embargo, sí hay esa diferencia, si los miramos ante Dios. Mientras que Saúl, en último término, se apoya en sí mismo, David, en último término, se apoya en Dios. Y por eso, deja la justicia a Dios, deja su futuro en Dios y es la imagen de aquel que se apoya en la gracia de Dios.

Es como una especie de anticipación de la gracia del Nuevo Testamento, vista ya en el Antiguo. A este David, que ha confiado así en la gracia divina, hace Dios la promesa que escuchábamos en la primera lectura: "Yo voy a afirmar tu descendencia después de ti" 2 Samuel 7,12

Sobre esa fe en la gracia que tiene David, sobre esa confianza en Dios que tiene este rey, Dios puede edificar. Porque, el que intenta construir sobre sus propias fuerzas y el que pone su confianza última sólo en sí mismo, es otro Saúl, es otra Torre de Babel que acabará en dispersión y ruina.

Esa es la Casa de David, una casa edificada en la gracia y en la confianza en Dios. O sea que, en realidad, la promesa que Dios le hace a este rey, equivale a estas palabras: "Puesto que tú has confiado en mí, puesto que tú crees en la gracia, en ti y a través de ti, puedo manifestar esa gracia para mi pueblo".

Y es esta voz de Dios, este juramento que Dios hace a la Casa de David, el que tiene su cumplimiento en Jesucristo. Jesucristo es la plenitud de expresión de vida, de belleza, de fuerza de esa gracia. Jesucristo es esa gracia, esa misma gracia hecha visible y patente, hecha manifiesta a todos nosotros.

Jesucristo es llamado aquí Descendiente de David, porque Él, como verdadero David, cuidará el rebaño, lo salvará de sus enemigos, y podrá presentarlo íntegro ante los ojos de su Padre.

Recibamos, entonces, a este Descendiente de David, y para ser verdaderamente pueblo suyo y reino suyo, roguemos de Dios que tengamos también nosotros esa misma confianza en su gracia.

Que el piso último, que el sótano último de nuestro corazón, sea enteramente para este Príncipe de gracia, que es Nuestro Salvador Jesucristo.

Amén.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Transustanciación





El misterio de la Eucaristía
¡De cuántas cosas es signo el pan!
Veamos qué ocurre cuando el pan llega al altar y es consagrado por el sacerdote...


Por: P. Raniero Cantalamessa |




Los sacramentos son signos: «producen lo que significan». De aquí la importancia de entender de qué es signo el pan entre los hombres. En cierto sentido, para comprender la Eucaristía, prepara mejor la labor del campesino, del molinero, del ama de casa o del panadero, que la del teólogo, porque aquellos saben del pan infinitamente más que el intelectual que lo ve sólo en el momento en que llega a la mesa y lo come, tal vez hasta distraídamente.

¡De cuántas cosas es signo el pan! De trabajo, de espera, de alimento, de alegría doméstica, de unidad y solidaridad entre quienes lo comen... El pan es el único, entre todos los alimentos, que nunca da náuseas; se come a diario y cada vez agrada su sabor. Va con todos los alimentos. Las personas que sufren hambre no envidian a los ricos su caviar, o el salmón ahumado; envidian sobre todo el pan fresco.

Veamos ahora qué ocurre cuando este pan llega al altar y es consagrado por el sacerdote. La doctrina católica lo expresa con la palabra: transustanciación. Con ella se quiere decir que en el momento de la consagración el pan deja de ser pan y se convierte en el cuerpo de Cristo; la sustancia del pan –esto es, su realidad profunda que se percibe, no con los ojos, sino con la mente— cede el puesto a la sustancia, o mejor a la persona, divina que es Cristo vivo y resucitado, si bien las apariencias externas (en lenguaje teológico los «accidentes») siguen siendo las del pan.

Para comprender transustanciación pedimos ayuda a una palabra cercana a ella y que nos es más familiar: la palabra transformación. Transformación significa pasar de una forma a otra, transustanciación pasar de una sustancia a otra. Pongamos un ejemplo. Al ver a una señora salir de la peluquería, con un peinado completamente nuevo, es espontáneo decir: «¡Qué transformación!». Nadie sueña con exclamar: «¡Qué transustanciación!». Claro. Ha cambiado su forma y aspecto externo, pero no su ser profundo ni su personalidad. Si era inteligente antes, lo sigue siendo ahora; si no lo era, lo siento, pero tampoco lo es ahora. Han cambiado las apariencias, no la sustancia.

En la Eucaristía sucede exactamente lo contrario: cambia la sustancia, pero no las apariencias. El pan es transustanciado, pero no transformado; las apariencias (forma, sabor, color, peso) siguen siendo las de antes, mientras que cambia la realidad profunda: se ha convertido en el cuerpo de Cristo. Se ha realizado la promesa de Jesús escuchada al comienzo: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

La Eucaristía ilumina, ennoblece y consagra toda la realidad del mundo y la actividad humana. En la Eucaristía la propia materia –sol, tierra, agua— es presentada a Dios y alcanza su fin, que es el de proclamar la gloria del Creador. La Eucaristía es el verdadero «cántico de las criaturas».

1ª. La santa misa es sustancialmente el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito: la misma Víctima, la misma oblación, el mismo Sacerdote principal. No hay entre ellos más que una diferencia accidental: el modo de realizarse (cruento en la cruz, incruento en el altar). Así lo declaró la Iglesia en el concilio Tridentino. (1)
2ª La santa misa, como verdadero sacrificio que es, realiza propísimamente las cuatro finalidades del mismo: adoración, reparación, petición y acción de gracias (D 948 y 950).
3ª El valor de la misa es en sí mismo rigurosamente infinito. Pero sus efectos, en cuanto dependen de nosotros, no se nos aplican sino en la medida de nuestras disposiciones interiores.

La Santa Misa como medio de santificación
Fines y efectos de la santa misa 


Por: Antonio Royo Marín O.P. 




Nociones previas

Recordemos en primer lugar algunas nociones dogmáticas.

1ª. La santa misa es sustancialmente el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito: la misma Víctima, la misma oblación, el mismo Sacerdote principal. No hay entre ellos más que una diferencia accidental: el modo de realizarse (cruento en la cruz, incruento en el altar). Así lo declaró la Iglesia en el concilio Tridentino. (1)
2ª La santa misa, como verdadero sacrificio que es, realiza propísimamente las cuatro finalidades del mismo: adoración, reparación, petición y acción de gracias (D 948 y 950).
3ª El valor de la misa es en sí mismo rigurosamente infinito. Pero sus efectos, en cuanto dependen de nosotros, no se nos aplican sino en la medida de nuestras disposiciones interiores.

Fines y efectos de la santa misa 

La santa misa, como reproducción que es del sacrificio redentor, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos que el sacrificio de la cruz. Son los mismos que los del sacrificio en general como acto supremo de religión, pero en grado incomparablemente superior. Helos aquí:

1º ADORACIÓN. -El sacrificio de la misa rinde a Dios una adoración absolutamente digna de El, rigurosamente infinita. Este efecto lo produce siempre, infaliblemente, ex opere ope rato, aunque celebre la misa un sacerdote indigno y en pecado mortal. La razón es porque este valor latréutico o de adoración depende de la dignidad infinita del Sacerdote principal que lo ofrece y del valor de la Víctima ofrecida.

Recuérdese el ansia atormentadora de glorificar a Dios que experimentaban los santos. Con una sola misa podían apagar para siempre su sed. Con ella le damos a Dios todo el honor que se le debe en reconocimiento de su soberana grandeza y supremo dominio; y esto del modo más perfecto posible, en grado rigurosamente infinito. Por razón del Sacerdote principal y de la Víctima ofrecida, una sola misa glorifica más a Dios que le glorificarán en el cielo por toda la eternidad todos los ángeles y santos y bienaventurados juntos, incluyendo a la misma Santísima Virgen María, Madre de Dios. La razón es muy sencilla: la gloria que proporcionarán a Dios durante toda la eternidad todas las criaturas juntas será todo lo grande que se quiera, pero no infinita, porque no puede serlo. Ahora bien: la gloria que Dios recibe a través del sacrificio de la misa es absoluta y rigurosamente infinita.

En retorno de esta incomparable glorificación, Dios se inclina amorosamente a sus criaturas. De ahí procede el inmenso valor de santificación que encierra para nosotros el santo sacrificio del altar.

Consecuencia. -¡Qué tesoro el de la santa misa! ¡Y pensar que muchos cristianos-la mayor parte de las personas devotas no han caído todavía en la cuenta de ello, y prefieren sus prácticas rutinarias de devoción a su incorporación a este sublime sacrificio, que constituye el acto principal de la religión y del culto católico!

2º REPARACIÓN. -Después de la adoración, ningún otro deber más apremiante para con el Creador que el de reparar las ofensas que de nosotros ha recibido. Y también en este sentido el valor de la santa misa es absolutamente incomparable, ya que con ella ofrecemos al Padre la reparación infinita de Cristo con toda su eficacia redentora.

«En el día, está la tierra inundada por el pecado; la impiedad e inmoralidad no perdonan cosa alguna. ¿Por qué no nos castiga Dios? Porque cada día, cada hora, el Hijo de Dios, inmolado en el altar, aplaca la ira de su Padre y desarma su brazo pronto a castigar.

Innumerables son las chispas que brotan de las chimeneas de los buques; sin embargo, no causan incendios, porque caen al mar y son apagadas por el agua. Sin cuento son también los crímenes que a diario suben de la tierra y claman venganza ante el trono de Dios; esto no obstante, merced a la virtud reconciliadora de la misa, se anegan en el mar de la misericordia divina...» (2)

Claro que este efecto no se nos aplica en toda su plenitud infinita (bastaría una sola misa para reparar, con gran sobreabundancia, todos los pecados del mundo y liberar de sus penas a todas las almas del purgatorio), sino en grado limitado y finito según nuestras disposiciones. Pero con todo:

a) Nos alcanza de suyo ex opere operato, si no le ponemos obstáculos-la gracia actual, necesaria para el arrepentimiento de nuestros pecados (3). Lo enseña expresamente el concilio de Trento: «Huius quippe oblatione placatus Dominus, gratiam et donum paenitentiae concedens, crimina et peccata etiam ingentia dimittit» (D 940).

Consecuencia. -Nada puede hacerse más eficaz para obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa intención el santo sacrificio de la misa, rogando al mismo tiempo al Señor quite del corazón del pecador los obstáculos para la obtención infalible de esa gracia.

b) Remite siempre, infaliblemente si no se le pone obstáculo, parte al menos de la pena temporal que había que pagar por los pecados en este mundo o en el otro. De ahí que la santa misa aproveche también (D 940 Y 950). El grado y medida de esta remisión depende de nuestras disposiciones. (4)

Consecuencias.-Ningún sufragio aprovecha tan eficazmente a las almas del purgatorio como la aplicación del santo sacrificio de la misa. Y ninguna otra penitencia sacramental pueden imponer los confesores a sus penitentes cuyo valor satisfactorio pueda compararse de suyo al de una sola misa ofrecida a Dios. ¡Qué dulce purgatorio puede ser para el alma la santa misa!

3º PETICIÓN. -«Nuestra indigencia es inmensa; necesitamos continuamente luz, fortaleza, consuelo. Todo esto lo encontramos en la misa. Allí está, en efecto, Aquel que dijo: «Yo soy la luz del mundo, yo soy el camino, yo soy la verdad, yo soy la vida. Venid a mí los que sufrís, y yo os aliviaré. Si alguno viene a mí, no lo rechazaré» (5).

Y Cristo se ofrece en la santa misa al Padre para obtenernos, por el mérito infinito de su oblación, todas las gracias de vida divina que necesitamos. Allí está «siempre vivo intercediendo por nosotros» (Hebr 7, 25), apoyando con sus méritos infinitos nuestras súplicas y peticiones. Por eso, la fuerza impetratoria de la santa misa es incomparable. De suyo ex opere operato, infalible e inmediatamente mueve a Dios a conceder a los hombres todas cuantas gracias necesiten, sin ninguna excepción; si bien la colación efectiva de esas gracias se mide por el grado de nuestras disposiciones, y hasta puede frustrarse totalmente por el obstáculo voluntario que le pongan las criaturas.

«La razón es que la influencia de una causa universal no tiene más límites que la capacidad del sujeto que la recibe. Así, el sol alumbra y da calor lo mismo a una persona que a mil que estén en una plaza. Ahora bien: el sacrificio de la misa, por ser sustancialmente el mismo que el de la cruz, es, en cuanto a reparación y súplica, causa universal de las gracias de iluminación, atracción y fortaleza. Su influencia sobre nosotros no está, pues, limitada sino por las disposiciones y el fervor de quienes las reciben. Así, una sola misa puede aprovechar tanto a un gran número de personas como a una sola; de la misma manera que el sacrificio de la cruz aprovechó al buen ladrón lo mismo que si por él solo se hubiese realizado. Si el sol ilumina lo mismo a una que a mil personas, la influencia de esta fuente de calor y fervor espiritual como es la misa, no es menos eficaz en el orden de la gracia. Cuanto es mayor la fe, confianza, religión y amor con que se asiste a ella, mayores son los frutos que en las almas produce».

Al incorporarla a la santa misa, nuestra oración no solamente entra en el río caudaloso de las oraciones litúrgicas -que ya le daría una dignidad y eficacia especial ex opere operantis Ecclesiae-, sino que se confunde con la oración infinita de Cristo. El Padre le escucha siempre: «yo sé que siempre me escuchas» (Io 11, 42), y en atención a El nos concederá a nosotros todo cuanto necesitemos.

Consecuencia. -No hay novena ni triduo que se pueda comparar a la eficacia impetratoria de una sola misa. ¡Cuánta desorientación entre los fieles en torno al valor objetivo de las cosas! Lo que no obtengamos con la santa misa, jamás lo obtendremos con ningún otro procedimiento. Está muy bien el empleo de esos otros procedimientos bendecidos y aprobados por la Iglesia; es indudable que Dios concede muchas gracias a través de ellos; pero coloquemos cada cosa en su lugar. La misa por encima de todo.

4° ACCIÓN DE GRACIAS. -Los inmensos beneficios de orden natural y sobrenatural que hemos recibido de Dios nos han hecho contraer para con El una deuda infinita de gratitud. La eternidad entera resultaría impotente para saldar esa deuda si no contáramos con otros medios qué los que por nuestra cuenta pudiéramos ofrecerle. Pero está a nuestra disposición un procedimiento para liquidarla totalmente con infinito saldo a nuestro favor: el santo sacrificio de la misa. Por, ella ofrecemos al Padre un sacrificio eucarístico, o de acción de gracias, que supera nuestra deuda, rebasándola infinitamente; porque es el mismo Cristo quien se inmola por nosotros y en nuestro lugar da gracias a Dios por sus inmensos beneficios. Y, a la vez, es una fuente de nuevas gracias, porque al bienhechor le gusta ser correspondido.

Este efecto eucarístico, o de acción de gracias, lo produce la santa misa por sí misma: siempre, infaliblemente, ex opere operato, independientemente de nuestras disposiciones.

***

Tales son, a grandes rasgos, las riquezas infinitas encerradas en la santa misa. Por eso, los santos, iluminados por Dios, la tenían en grandísimo aprecio. Era el centro de su vida, la fuente de su espiritualidad, el sol resplandeciente alrededor del cual giraban todas sus actividades. El santo Cura de Ars hablaba con tal fervor y convicción de la excelencia de la santa misa, que llegó a conseguir que casi todos sus feligreses la oyeran diariamente.

Pero para obtener de, su celebración o participación el máximo rendimiento santificador es preciso insistir en las disposiciones necesarias por parte del sacerdote que la celebra o del simple fiel que la sigue en compañía de toda la asamblea.

Disposiciones para el santo sacrificio de la misa.

Alguien ha dicho que para celebrar o participar dignamente en una sola misa harían falta tres eternidades: una para prepararse, otra para celebrarla o participar en ella y otra para dar gracias. Sin llegar a tanto como esto, es cierto que toda preparación será poca por diligente y fervorosa que sea.

Las principales disposiciones son de dos clases: externas e internas.

a) Externas.-Para el sacerdote consistirán en el perfecto cumplimiento de las rúbricas y ceremonias que la Iglesia le señala. Para el simple fiel, en el respeto, modestia y atención con que debe participar activamente en ella.

b) Internas.-La mejor de todas es identificarse con Jesucristo, que se inmola en el altar. Ofrecerle al Padre y ofrecerse a sí mismo en El, con El y por El. Esta es la hora de pedirle que nos convierta en pan, para ser comidos por nuestros hermanos con nuestra entrega total por la caridad. Unión íntima con María al pie de la cruz; con San Juan, el discípulo amado; con el sacerdote celebrante, nuevo Cristo en la tierra («Cristo otra vez», gusta decir un alma iluminada por Dios). Unión a todas las misas que se celebran en el mundo entero. No pidamos nunca nada a Dios sin añadir como precio infinito de la gracia que anhelamos: «Señor, por la sangre adorable de Jesús, que en este momento está elevando en su cáliz un sacerdote católico en algún rincón del mundo». (7)

La santa misa celebrada o participada con estas disposiciones es un instrumento de santificación de primerísima categoría, sin duda alguna el más importante de todos.

Antonio Royo Marín O.P. Teología de la Perfección Cristiana

 


 

jueves, 4 de diciembre de 2014

Tiempo de llegada

Hay personas que estos dias están inmersos en unos tiempos que ellos dicen de adviento, osea de llegada; llegada de qué ?, la llegada de algo muy serio que todos sabemos que hace falta en nuestras comunidades, en nuestras familias e incluso en nosotros mismos.

Porque los acontecimientos que nos rodean en el mundo sí que nos están gritando que falta algo, que falta algo, que falta algo no, ¡que falta muchísimo! Que falta mucha justicia, que falta mucha paz en muchas personas, que falta mucha solidaridad, que falta muchísimo amor, que falta muchísima alegría.

Algo grave está pasando y ya no nos sirve que la llegada vendrá de los partidos políticos, van pasando las elecciones con sus diferentes opciones ideológicas y las cosas no mejoran, al contrario, pues la corrupción se mantiene, la gente no encuentra modos de ganarse la vida, etc,etc...osea que hay cierta prosperidad y aquí lo que se está construyendo es una sociedad dónde cada uno va a lo suyo,y en el peor de los casos tener mucho cuidado para que no te intenten quitar lo que te has ganado y repartírselo entre los que han conseguido puestos de privilegio.

La llegada es un poco eso, el adviento es hacernos esa clase de preguntas, eladviento es reconocer que necesitamos, que necesitamos verdaderamente cambio y conversión,porque así como hablamos de dinero o de violencia política, así podríamos hablar también de parejas, o podríamos hablar de aborto, o podríamos hablar de educación, o podríamos hablar de problemas éticos muy complicados.

Estamos jugado a ser aprendices de brujo, ahora dicen algunos científicos: "¿Oiga, y por qué no clonamos a un Neanderthal para los interesados en la ciencia? ¡Hagamos un clon a ver cómo eran los Neanderthales!" Los Neanderthales se extinguieron hace unos cientos de miles de años, pero el DNA o el ADN de los neandertales se puede reconstruir, se puede reconstruir el genoma completo del neandertal. Y algunos científicos, entre ellos rusos, han encontrado un modo que parece prometedor para revivir especies extinguidas.

El primer candidato para revivirlo es el mamut. El mamut vivió hasta no hace mucho. Entonces ese mamut que tenía pelo, tenía una especie de pelambre larga, ese mamut lanoso, pues lo quieren restaurar, y han encontrado un procedimiento para partir del genoma del mamut y empezar a utilizar los óvulos de una especie cercana, probablemente el elefante, para ir produciendo cada vez más criaturas o seres que finalmente darían como resultado un mamut. Entonces, "¡vamos a resucitar al mamut!"

Bueno, no se había secado la tinta después de esa noticia cuando ya otro propuso: "Pues si podemos resucitar al mamut, ¡resucitemos al neandertal de una vez!" Y otros proponen que mezclemos el genoma humano con genoma de cerdo o de ratón; y otros dicen: "Utilicemos embriones para hacer órganos de repuesto"; Y dice uno: "¿En qué estamos? ¿A dónde vamos? ¿A dónde va esta humanidad?" ¿Hay un límite o no hay un límite? ¿Eso simplemente sigue y sigue y sigue?"

Hace poco, en un programa especial, un científico decía: "Estamos estudiando la bioquímica del cerebro, analizando casos de personas superdotadas porque creemos que podemos mejorar, por medio de ese análisis, podemos mejorar cosas como la memoria o la agilidad mental". Entonces este señor está proponiendo que se produzcan tratamientos que en parte serían neuroeléctricos, en parte bioquímicos, tratamientos para capacitar a algunos seres humanos para que tuvieran capacidades mucho más allá de lo normal.

Por ejemplo, por decir algo sencillo, sustancias que si las persona la ingiere muchas veces, le producirían una memoria fotográfica impresionante. Bueno, y dice uno: "Para los que a veces olvidamos cifras o nombres, ¡eso sería una bendición!"

Pero el problema es que esas sustancias no van a ser para todo el mundo, el problema es que esos aditivos para producir superhombres y supermujeres, esos aditivos van a salir a un costo exorbitante, entonces muy probablemente vamos a tener personas que tienen una capacidad de prolongar su salud o de mejorar sus capacidades mentales o capacidades físicas mucho más allá del común de la raza humana; es decir, gente que va a jugar con ventaja.

¿Qué va a pasar en la humanidad cuando eso suceda? ¿Qué va a pasar cuando tengamos personas que pueden procesar información casi a velocidad de computadora con una memoria impresionante? ¿Qué va a pasar cuando esta clase de gente tenga una cuota mayor de poder? 

Todas estas preguntas, todas estas son las preguntas del adviento: "¿Para dónde va nuestra humanidad? ¿Para dónde vamos? ¿Qué estamos haciendo con el don precioso de la vida?"
Y la conclusión a la que uno llega,es : quién va a salvarnos, a salvarnos de nuestros desmanes éticos o bioéticos o antiéticos; quién a salvarnos de nuestra codicia que no se detiene aunque tengamos los bolsillos a reventar; quién a salvarnos de nuestras adicciones, quién a salvarnos, quién a salvarnos de nuestro afán de venganza que no cesa, que no termina que no se sacia nunca".

Qué llegada esperamos para qué todo esto cambie ?, con nuestras fuerzas no somos capaces, más bien iremos a peor,...o no?

Hace dos mil años vino Uno que viene y que vendrá y Ese dijo que sin él no teniamos nada que hacer para conseguir este cambio que necesitamos, que la única solución nuestra era imitarlo en sus obras. Éste es el niño que va ha aparecer en los próximos dias en todos los pesebres, tumbado en un humilde pesebre y que vino,viene y vendrá para el que quiera llene este vacio que más que patente existe y galopa en nuestras comunidades y de rebote en nuestro interior.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Se abre desde dentro

Se cuenta que un famoso artista pintó un bello cuadro. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas y una gran concurrencia de espectadores. Llegado el momento, se tiró el paño que cubría el cuadro. Un estallido de aplausos hizo retumbar el salón. Una impresionante figura de Jesús tocaba suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, pretendía oír si adentro de la casa alguien le respondía. Se pronunciaron discursos y elogios. Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Sin embargo, un observador muy curioso y perspicaz, encontró un fallo en el cuadro y se lo hizo notar a su autor: la puerta no tenía cerradura. Y fue a preguntar al artista, no sin cierta picardía: "Oiga, su puerta no tiene cerradura. ¿Cómo se hace para abrirla?"
- "Así es- respondió el pintor. Usted ha observado bien. Esa casa no tiene puerta porque representa el corazón del hombre. Sólo se abre por el lado de adentro"

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Podemos o no podremos ?

¿Cómo devolver la esperanza al futuro?
Un mensaje de esperanza y aliento
Papa Francisco ante el Parlamento Europeo. 25 noviembre 2014

Señor Presidente, Señoras y Señores Vicepresidentes, Señoras y Señores Eurodiputados, Trabajadores en los distintos ámbitos de este hemiciclo, Queridos amigos:

Les agradezco que me hayan invitado a tomar la palabra ante esta institución fundamental de la vida de la Unión Europea, y por la oportunidad que me ofrecen de dirigirme, a través de ustedes, a los más de quinientos millones de ciudadanos de los 28 Estados miembros a quienes representan. Agradezco particularmente a usted, Señor Presidente del Parlamento, las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los miembros de la Asamblea.

Mi visita tiene lugar más de un cuarto de siglo después de la del Papa Juan Pablo II. Muchas cosas han cambiado desde entonces, en Europa y en todo el mundo. No existen los bloques contrapuestos que antes dividían el Continente en dos, y se está cumpliendo lentamente el deseo de que «Europa, dándose soberanamente instituciones libres, pueda un día ampliarse a las dimensiones que le han dado la geografía y aún más la historia».

Junto a una Unión Europea más amplia, existe un mundo más complejo y en rápido movimiento. Un mundo cada vez más interconectado y global, y, por eso, siempre menos «eurocéntrico». Sin embargo, una Unión más amplia, más influyente, parece ir acompañada de la imagen de una Europa un poco envejecida y reducida, que tiende a sentirse menos protagonista en un contexto que la contempla a menudo con distancia, desconfianza y, tal vez, con sospecha. Al dirigirme hoy a ustedes desde mi vocación de Pastor, deseo enviar a todos los ciudadanos europeos un mensaje de esperanza y de aliento.Un mensaje de esperanza basado en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa – junto a todo el mundo – está atravesando. Esperanza en el Señor, que transforma el mal en bien y la muerte en vida.

Un mensaje de aliento para volver a la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del Continente. En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente.

Quisiera subrayar, ante todo, el estrecho vínculo que existe entre estas dos palabras: «dignidad» y «trascendente». La «dignidad» es la palabra clave que ha caracterizado el proceso de recuperación en la segunda postguerra. Nuestra historia reciente se distingue por la indudable centralidad de la promoción de la dignidad humana contra las múltiples violencias y discriminaciones, que no han faltado, tampoco en Europa, a lo largo de los siglos. La percepción de la importancia de los derechos humanos nace precisamente como resultado de un largo camino, hecho también de muchos sufrimientos y sacrificios, que ha contribuido a formar la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible. Esta conciencia cultural encuentra su fundamento no sólo en los eventos históricos, sino, sobre todo, en el pensamiento europeo, caracterizado por un rico encuentro, cuyas múltiples y lejanas fuentes provienen de Grecia y Roma, de los ambientes celtas, germánicos y eslavos, y del cristianismo que los marcó profundamente, dando lugar al concepto de «persona». Hoy, la promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona, tanto en su seno como en las relaciones con los otros países. Se trata de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos.

Efectivamente, ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, el trabajo que le otorga dignidad? Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos.

Es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una «mónada» , cada vez más insensible a las otras «mónadas» de su alrededor. Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma.

Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias. Así, hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa apelarse a su naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a esa «brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado; significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un ser relacional. Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor.

Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social. Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas. Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio y de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones.

A eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica. El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer.

Este es el gran equívoco que se produce «cuando prevalece la absolutización de la técnica», que termina por causar «una confusión entre los fines y los medios». Es el resultado inevitable de la «cultura del descarte» y del «consumismo exasperado». Al contrario, afirmar la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio. Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.

Por lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes?

Para responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. Uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas. En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, la realidad concreta. Me parece una imagen que describe bien a Europa en su historia, hecha de un permanente encuentro entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas.

El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende.

Precisamente a partir de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona.

Por ello, quisiera renovar la disponibilidad de la Santa Sede y de la Iglesia Católica, a través de la Comisión de las Conferencias Episcopales Europeas (COMECE), para mantener un diálogo provechoso, abierto y trasparente con las instituciones de la Unión Europea. Estoy igualmente convencido de que una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque «es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia».48

A este respecto, no podemos olvidar aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos.

El lema de la Unión Europea es Unidad en la diversidad, pero la unidad no significa uniformidad política, económica, cultural, o de pensamiento. En realidad, toda auténtica unidad vive de la riqueza de la diversidad que la compone: como una familia, que está tanto más unida cuanto cada uno de sus miembros puede ser más plenamente sí mismo sin temor. En este sentido, considero que Europa es una familia de pueblos, que podrán sentir cercanas las instituciones de la Unión si estas saben conjugar sabiamente el anhelado ideal de la unidad, con la diversidad propia de cada uno, valorando todas las tradiciones; tomando conciencia de su historia y de sus raíces; liberándose de tantas manipulaciones y fobias. Poner en el centro la persona humana significa sobre todo dejar que muestre libremente el propio rostro y la propia creatividad, sea en el ámbito particular que como pueblo.

Por otra parte, las peculiaridades de cada uno constituyen una auténtica riqueza en la medida en que se ponen al servicio de todos. Es preciso recordar siempre la arquitectura propia de la Unión Europea, construida sobre los principios de solidaridad y subsidiariedad, de modo que prevalezca la ayuda mutua y se pueda caminar, animados por la confianza recíproca.

En esta dinámica de unidad-particularidad, se les plantea también, Señores y Señoras Eurodiputados, la exigencia de hacerse cargo de mantener viva la democracia de los pueblos de Europa. No se nos oculta que una concepción uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema democrático, debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las organizaciones y de los partidos políticos entre sí. De esta manera se corre el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma… y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político. Mantener viva la democracia en Europa exige evitar tantas «maneras globalizantes» de diluir la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.

Mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico, evitando que su fuerza real – fuerza política expresiva de los pueblos – sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la historia nos ofrece.

Dar esperanza a Europa no significa sólo reconocer la centralidad de la persona humana, sino que implica también favorecer sus cualidades. Se trata por eso de invertir en ella y en todos los ámbitos en los que sus talentos se forman y dan fruto. El primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales. Por otra parte, subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar prospectivas y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles.

Junto a la familia están las instituciones educativas: las escuelas y universidades. La educación no puede limitarse a ofrecer un conjunto de conocimientos técnicos, sino que debe favorecer un proceso más complejo de crecimiento de la persona humana en su totalidad. Los jóvenes de hoy piden poder tener una formación adecuada y completa para mirar al futuro con esperanza, y no con desilusión. Numerosas son las potencialidades creativas de Europa en varios campos de la investigación científica, algunos de los cuales no están explorados todavía completamente. Baste pensar, por ejemplo, en las fuentes alternativas de energía, cuyo desarrollo contribuiría mucho a la defensa del ambiente.

Europa ha estado siempre en primera línea de un loable compromiso en favor de la ecología. En efecto, esta tierra nuestra necesita de continuos cuidados y atenciones, y cada uno tiene una responsabilidad personal en la custodia de la creación, don precioso que Dios ha puesto en las manos de los hombres. Esto significa, por una parte, que la naturaleza está a nuestra disposición, podemos disfrutarla y hacer buen uso de ella; por otra parte, significa que no somos los dueños. Custodios, pero no dueños. Por eso la debemos amar y respetar. «Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la “custodiamos”, no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar».50 Respetar el ambiente no significa sólo limitarse a evitar estropearlo, sino también utilizarlo para el bien. Pienso sobre todo en el sector agrícola, llamado a dar sustento y alimento al hombre. No se puede tolerar que millones de personas en el mundo mueran de hambre, mientras toneladas de restos de alimentos se desechan cada día de nuestras mesas. Además, el respeto por la naturaleza nos recuerda que el hombre mismo es parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se necesita una ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he querido recordar dirigiéndome a ustedes.

El segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el trabajo. Es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones adecuadas para su desarrollo. Esto implica, por un lado, buscar nuevos modos para conjugar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo humano de los trabajadores; por otro lado, significa favorecer un adecuado contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de educar los hijos.

Es igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda. La ausencia de un apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas tensiones sociales. Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas que sean capaces de tutelar los derechos de los ciudadanos europeos y de garantizar al mismo tiempo la acogida a los inmigrantes; si es capaz de adoptar políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos – causa principal de este fenómeno –, en lugar de políticas de interés, que aumentan y alimentan estos conflictos. Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos.

 

Señor Presidente, Excelencias, Señoras y Señores Diputados:

Ser conscientes de la propia identidad es necesario también para dialogar en modo propositivo con los Estados que han solicitado entrar a formar parte de la Unión en el futuro. Pienso sobre todo en los del área balcánica, para los que el ingreso en la Unión Europea puede responder al ideal de paz en una región que ha sufrido mucho por los conflictos del pasado. Por último, la conciencia de la propia identidad es indispensable en las relaciones con los otros países vecinos, particularmente con aquellos de la cuenca mediterránea, muchos de los cuales sufren a causa de conflictos internos y por la presión del fundamentalismo religioso y del terrorismo internacional.

A ustedes, legisladores, les corresponde la tarea de custodiar y hacer crecer la identidad europea, de modo que los ciudadanos encuentren de nuevo la confianza en las instituciones de la Unión y en el proyecto de paz y de amistad en el que se fundamentan. Sabiendo que «cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva».51 Les exhorto, pues, a trabajar para que Europa redescubra su alma buena.

Un autor anónimo del s. II escribió que «los cristianos representan en el mundo lo que el alma al cuerpo».52 La función del alma es la de sostener el cuerpo, ser su conciencia y la memoria histórica. Y dos mil años de historia unen a Europa y al cristianismo. Una historia en la que no han faltado conflictos y errores, pero siempre animada por el deseo de construir para el bien. Lo vemos en la belleza de nuestras ciudades, y más aún, en la de múltiples obras de caridad y de edificación común que constelan el Continente. Esta historia, en gran parte, debe ser todavía escrita. Es nuestro presente y también nuestro futuro. Es nuestra identidad. Europa tiene una gran necesidad de redescubrir su rostro para crecer, según el espíritu de sus Padres fundadores, en la paz y en la concordia, porque ella misma no está todavía libre de conflictos.

Queridos Eurodiputados, ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad.

Gracias.

martes, 25 de noviembre de 2014

Ese templo NO

Título: La belleza que Cristo quiere


Las palabras de Nuestro Señor, sirven bien para mejorar nuestra idea de belleza. "Algunos ponderaban la belleza del Templo" San Lucas 21,5. Pero, no es ésa la belleza que impresiona a Cristo, ni es ésa la belleza que a Él le interesa.
Más bien, muestra con ese lenguaje apocalíptico, cómo esa belleza está sujeta a destrucción. Una vez dijo Nuestro Señor, que había que tener nuestro tesoro en el Cielo. "Nuestras riquezas han de acumularse en el Cielo" San Mateo 6,20.
Algo parecido habrá que decir de la belleza. Hay que tener belleza celestial; es decir, aquella belleza que no es destruida, ni por las revoluciones, ni por las guerras, ni por las epidemias, ni por el hambre, ni siquiera por los grandes terremotos o las revueltas de pueblo contra pueblo. La belleza que esté más allá de las guerras, los terremotos y los odios humanos, esa es la belleza que le interesa a Cristo.
Esta belleza del Templo era una belleza mentirosa. Ese Templo era una reconstrucción demorada, paciente, que se había financiado con los dineros, sobre todo de Herodes, el Grande.
Herodes, el Grande, no pertenecía al pueblo hebreo. Él era un idumeo. Mas él, a base de intrigas, había logrado ponerse en una posición, al mismo tiempo conveniente para el Imperio Romano, y decente para el pueblo judío. Los judíos no se quedaban sin rey; les quedaba ese rey como de mentiras. Y a los romanos les convenía que estuviera un rey marioneta.
Ese era Herodes, un hombre que con una habilidad política impresionante, había conseguido ese puesto. No lo había recibido de Dios; no le importaba Dios. Le importaba su conveniencia, y mantenía su conveniencia con una hábil política. Para congraciarse con los judíos, él sabía que el orgullo nacional estaba puesto en el Templo. Por eso, le había metido mucho dinero y mucho tiempo a su reconstrucción.
Y su hijo, ese otro Herodes que mató a Juan Bautista, ese otro Herodes que se encontró con el mismo Cristo, había seguido con esa obra. Esa obra, aunque pareciera majestuosa, era la señal de un pacto traidor, era la señal de una política de zorros, era la señal de las intrigas y de lo que pueden las negociaciones humanas cuando tratan de tomar apariencia religiosa.
¡Nada de eso le gusta a Cristo! ¡Por más grande, por más alto, por más hermoso, nada de eso le gusta a Cristo!
Cristo quiere eso otro que nace de un corazón sencillo, unido, limpio, puesto totalmente al servicio de la gloria del Padre. ¡Ese es el templo que quiere Cristo! ¡Esa es la hermosura que le gusta a Cristo!@fraynelson

lunes, 24 de noviembre de 2014

Hazme tu mensajero de paz


Título: Hay cantico nuevo para las cosas mas dolorosas y terribles que suceden en el mundo


Estamos llegando al final del Año Litúrgico. Tuvimos ayer la fiesta grande y bella: Cristo Rey del Universo. Pero esa fiesta no cabe en un solo día, y ella le da el tono, el color y el sabor a toda esta semana.
En realidad, todas las lecturas de esta semana tienen que ver con el triunfo definitivo de Jesucristo, el triunfo definitivo del Evangelio y de la gracia de Jesucristo en todos los pueblos.
Eso fue lo que pudimos contemplar en la primera lectura tomada del libro del Apocalipsis, la lectura que tiene ese número que le encanta a los Testigos de Jehová.
Ayer hablábamos de un grupo que trata de que "paremos de sufrir", ellos quieren que paremos de sufrir y nosotros a veces tratamos de parar a ese grupo. Pero en todo caso, hoy aparece el número ciento cuarenta y cuatro mil, el número que se ha convertido casi como en un fetiche para los Testigos de Jeová.
Es el número de los elegidos que aparecen ahí bendiciendo, alabando, adorando a Dios. "Tuve una visión: el Cordero estaba de pie, y con Él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre" Apocalipsis 14,1. ¡Qué hermoso! Cantaban, alababan estaban con el Cordero.
Y por eso lo primero que tenemos que comentar, amados hermanos, es esa expresión que se repite tantas veces en el Apocalipsis. En el Apocalipsis el nombre de Jesús, el nombre que hemos cantado tantas veces hoy no aparece mucho, casi siempre a Jesús de le llama "El Cordero", y debe haber alguna buena razón para que eso sea así.
Efectivamente, Jesús en el Apocalipsis es el Cordero, o si queremos ser más precisos, el Cordero degollado". Cordero que implica inocencia, pero que sobre todo implica sacrificio de propiciación por nuestro pecados, sacrificio de la alianza.
Jesucristo es el Cordero degollado quiere decir que la alianza ha sido sellada; el Cordero degollado quiere decir que la sangre ya ha sido derramada; el Cordero degollado quiere decir que el banquete ya ha sido preparado; el Cordero degollado quiere decir que el vínculo que nos une con el Padre Celestial es indestructible porque ahora es el Unigénito del Padre el que ha hecho el puente entre Dios y nosotros.
Ya nosotros no transitamos por el puente de la Ley de Moisés, sino caminamos en el Espíritu y nos sentimos ligados al Padre Celestial en Cristo Jesús, en el Cordero degollado.
El Cordero degollado es otra manera de aludir al sacrificio de Cristo en la Cruz, es decir, al testimonio grande del amor. Por eso el Apocalipsis habla del Cordero degollado.
¿Y por qué aparece ese número que les encanta a los Testigos de Jehová, el ciento cuarenta y cuatro mil? Un poco de aritmética nos muestra que ciento cuarenta y cuatro mil es el resultado de multiplicar doce por doce por mil.
Y el número doce, como es bien conocido de los estudiosos de la Sagrada Escritura, es el número de Israel, el número de las tribus de Israel.
Cuando Jesús quiso elegir apóstoles para que lo acompañaran en su ministerio, tomó ese mismo número doce, señalando así que su mensaje era la plenitud de lo que había sido anunciado en el antiguo Israel.
El pueblo de Dios, el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia, ese pueblo que somos todos nosotros está fundado en doce tribus, no en el linaje de la carne y la sangre, sino en doce apóstoles, es decir, en el nuevo Israel.
El número doce sirve así a la vez de continuidad con lo que fue realizado en el antiguo Israel, pero también sirve de anuncio de una novedad sin límites, porque esos apóstoles no fueron engendrados por Cristo a través de la carne y la sangre, sino a través de la Palabra y el Espíritu.
Y por eso el número doce, el número de Israel, es el número que indica la continuidad del plan de Dios, y a la vez, la plenitud de ese mismo plan en el nuevo pueblo de la alianza que somos nosotros.
Cuando aterricé en la ciudad de Santa Cruz la primera vez, lo primero que me llamó la atención, antes de ver la recepción musical, porque es ley del cruceño la hospitalidad, antes de la recepción musical lo que me llamó la atención fue el nombre del aeropuero: "Viru Viru".
Entonces me explicaron oportunamente que en las antiguas lenguas, el plural se indica muchas veces repitiendo la misma palabra. "Viru Viru" es una manera de hacer el plural de "viru". Ahora, ¿qué es viru? Eso lo saben todos ustedes y no hay necesidad de repetirlo aquí, el que no lo sepa que hable con un cruceño porque el cruceño le explicará que es un viru, no es un virus, sino es un viru.
Lo importante aquí es que en muchas lenguas la repetición de la misma palabra indica el plural. Esto sucede en muchas lenguas aborígenes, indígenas, africanas, asiáticas. Es algo así como si nosotros en vez de decir "hombres", dijéramos "hombre hombre", así se forma la palabra "viru viru", es una manera de hacer un plural.
Pues hermanos míos, algo parecido es lo que sucede en la Biblia cuando se multiplican estos números. El doce por doce indica la absoluta, la reduplicativa plenitud de Israel, la perfección de Israel, del doce del Antiguo y del doce del Nuevo Testamento.
El ciento cuarenta y cuatro surge de ahí, no es una repetición como decir "viru viru", sino es una repetición doce por doce, de ahí sale ciento cuarenta y cuatro.
Y el número mil es otro modo de hablar, porque el número mil se utiliza muchas veces en la Biblia como lo utilizan los niños. Cuando el niño llega tarde a la clase, entonces dice: "Ay, profesora, es que había como mil carros, había como mil mil carros". Mil significa muchísimos, eso no quiere decir que el niño se haya puesto a contar uno por uno.
Claro que también hay caso de niños que son un poco mentirosos. ¿Ustedes quieren que les eche un cuento de niños mentirosos? Resulta que en una escuela en el campo llegaron tarde muchos niños y la profesora estaba disgustada y le pregunta a uno de ellos: "-A ver, Juanito, ¿usted por qué llegó tan tarde?" "-Profesora lo que pasó es que yo venía en el caballo y al caballo le dio un ataque y se cayó y se murió y entonces por eso llegué tarde". "-Bueno".
"-¿Y usted, Alejandra, por que llegó tarde?" "-Profesora es que yo también venía en un caballo y el caballo iba andando y al caballo le dio un ataque y entonces se cayó el caballo y se murió y por eso llegué tarde". "-Ajá".
Y usted, Roberto, ¿por qué llegó tarde?" "-Es que yo venía en otro caballo y al caballo le dió un ataque y entonces yo llegué tarde".
Entonce la profesora le pregunta a otra niña: "A ver, Adriana, ahora usted no me va a decir que..." "No, profesora, yo venía caminando, sino que con tanto caballo muerto, pues llegué tarde".
Los niños utilizan así la mente, por eso los niños dicen: "Uuuy, eso había como mil aviones", así es también la Biblia. La Biblia se hizo antes de que se inventaran el método científico, con hipótesis, contrastación, salteación, verificación, feed-back, la Biblia está escrita en un lenguaje que podríamos decir es mucho más natural y próximo al sentido común.
El mil indica muchísmo, muchísimos, muchísimos, y ciento cuarenta mil entonces quiere decir la plenitud de Israel, la plenitud del plan de Dios en toda su extensión, en toda su majestad.
Es una visión bellísima: "Oí una voz del cielo, y esa voz era como un concierto de arpas" Apocalipsis 1,2.
Qué hermoso que estas lecturas coincidan para este año con la fiesta de la Patrona de la música, Santa Cecilia, una voz que era como un concierto de arpas, "y cantaban un cántico nuevo delante del trono; y nadie podía aprender ese canto sino ellos" Apocalipsis 1,3.
Como yo no conozco muchos de los cantos que se cantan aquí en los encuentros, ustedes ven que lo úico que puedo hacer es aplaudir, trato ahí de mover las manos, porque muchas veces no pudo aprender los cantos, entonces yo me imagino que ustedes están muy cerca del cielo porque yo no puedo aprender algunos de los cantos, no alcanzo a entender, pero eso es natural.
Sin embargo, lo que dice la lectura es mucho más profundo, no es un asunto solamente de entender o no entender la letra, aquí hay un misterio bellísimo, y con la ayuda de Dios qué bueno que lo saboreemos.
"Un cántico nuevo", esta expresión aparece muchas veces en los salmos: "Cantad al Señor un cántico nuevo. Cantad al Señor, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo" Salmo 98,1. "Cantad al Señor un cántico nuevo" Salmo 98,1.
Y así por ejemplo, desde el primer año en 1980, desde el primer año de encuentros aquí en la Mansión, cada año ha tenido un canto nuevo, qué hermoso, ¿no? Un canto nuevo, cada año un cántico nuevo. Y cuando llega esta celebración de las bodas de plata, ¿qué queremos? Un canto nuevo, y por eso hay un canto nuevo, el lema del congreso: "Queremos un canto nuevo".
¿Qué significa eso del canto nuevo, el cántico nuevo? ¿Qué quiere decir? Aquí hay que aclarar la diferencia que hay entre el lenguaje de la Biblia y el lenguaje del comercio. El lenguaje del comercio queda bien representado en el tema de los computadores.
Ahora hay computadores que tienen más o menos el tamaño de este libro de lectura, computadores sumamente pequeños y potentes.
Cuando uno va a la tienda a comprar el computador le dicen: "-Y este es el nuevo, súper, mega, hiper, recontra computador". "-Y cuánto vale ese cachivache? ¿Cuánto vale ese aparato?" "-Este aparato fantástico, único, casi omnipotente; este aparato es a prueba de torpes, le sirve a usted", así le venden a uno el aparato.
"-¿Y cuánto vale este aparato único e irrepetible, este aparato nuevo, fantástico y ultramoderno? "-Vale tan solo ocho mil dólares". Y usted entonces vende lo poco que tenía, reúne los ocho mil dólares y compra el computador ése.
Cuando llega a la casa, enciende la televisión y su computador era el modelo 3.442 A, y usted enciende el televisor y se encuentra: "Lo nuevo: el televisor 3.443", y usted dice: "¡Pero si yo hablé con el señor del mercado y me dijo que este era el último, que este era el nuevo!"
Y usted llega y compra el periódico, y lo que usted compró ayer, ya está viejo; y así pasa con los automóviles, con los computadores, así pasa con la moda en el vestir.
Esa es la ventaja cuando uno utiliza algunas veces el hábito, el hábito no envejece, este es modelo siglo XIII, no sé si les guste; pero las modas envejecen muy rápido, las modas cambian constante, sobre todo las mujeres sufren mucho con esto de la moda, mucho.
"-Ahora se usa la falda a media pantorrilla", cuando la niña ha comprado la falda a media pantorrilla, "-no, ya eso está pasado, pasado, ahora es a medio muslo", cuando recorta su falda costosa", "-no, ahora es al tobillo", "-¿y ahora cómo la pego?"
En el mercado la palabra "nuevo" quiere decir "otro": "otro computador que tiene otras cosas", "otra moda que trae otras cosas", "otro automóvil"; nuevo en el mercado significa "otro"; en cambio, nuevo en la Biblia no significa "otro".
El verdadero sentido de lo nuevo lo entendemos en el altar y en la Última Cena, cuando Jesús dijo: "Este es el cáliz de la nueva alianza" San Mateo 26,28, no estaba diciendo: "Bueno, ahí les va otra alianza", como quien dice: "Dentro de diez años vendrá la otra alianza; y dentro de quince, no se pierdan la nueva alianza".
No. Jesús no está diciendo: "Más alianzas y más alianzas", cuando Jesús dice: "La nueva alianza" San Mateo 26,28, el sentido de "nuevo" ahí", es el sentido de "definitivo". Lo nuevo es aquello que es hecho únicamente por Dios y que demuestra y que significa y que realiza el plan de Dios como no podía ser realizado del modo antiguo,
La vida nueva no significa solamente "otra vida y otra vida y otra vida", no. Por eso los cristianos desde los primeros siglos tuvieron perfectamente claro que cuando una persona recibe la nueva vida por el bautismo ya no tiene que volverse a bautizar.
Si la palabra "nuevo", en nuestra fe, significara lo mismo que en el mercado, entonces uno tendría que estarse bautizando: "nueva vida, nueva vida, nueva vida", no. Hemos recibido una vez y para siempre la nueva vida, y lo que nosotros hacemos es, desde la fuerza de esa nueva vida, reclamamos redención para ser restaurados cuando a veces resbalamos y caemos, y ese es el sacramento de la penitencia.
De manera que lo nuevo en la Biblia no es "otro", el cántico nuevo en realidad no significa un canto más; el cántico nuevo, especialmente en el Apocalipsis, significa la melodía del universo, la música que no habíamos podido oír en todos los siglos.
Es que la sinfonía, hermanos, sólo se completará cuando haya muerto el último de los justos; sólo cuando haya terminado esta maravillosa epopeya del amor de Dios a lo largo de los siglos, sólo cuando haya terminado toda esta sinfonía podremos oír los acordes y podremos decir: "Ahora percibo la belleza escondida, ahora percibo el sentido místico y precioso, ahora capto la belleza que antes no podía escuchar".
Ese es el cántico nuevo, el cántico nuevo es la armonía escondida en el transcurso de los siglos; y lo que nos está diciendo el Apocalipsis es que para llegar a esa melodía hay que unirse al Cordero, hay que estar con el Cordero.
Los elegidos, los ciento cuarenta y cuatro mil, están con Jesús, y ya San Pablo nos ha dicho: "Si padecemos con Él, reinaremos con Él" 2 Timoteo 2,11. Estos ciento cuarenta y cuatro mil son aquellos que han padecido con Jesús y que ahora reinan con Jesús.
Estuvieron apegados, abrazados a Jesús en el camino, y por eso están junto a Jesús en la casa de los cielos, en la mansión de los fieles, por eso están allá, porque ellos, unidos a Jesucristo, han hecho el recorrido que les permite comprender la melodía de los siglos, la armonía escondida de todas las cosas.
Este significado global y maravilloso de la historia humana ungida por la Sangre de Cristo,este significado no lo pueden entender ni los que se desprenden de Jesucristo, ni los que todavía no han llegado a la meta con Jesucristo.
Tienen que cumplirse las dos cosas: que se haya consumado la historia humana y que nosotros estemos unidos al Cordero. Unidos a Él empezaremos a entender cómo todo tenía su lugar, todo, todo tenía su lugar.
Para que esto sea un poco más comprensible necesito la ayuda de los músicos en el día de santa Cecilia. La manera es la siguiente: mira, hay un instrumento que a mí me llama mucho la atención, yo lo he estado mirando a cada rato, que es esta cajita que está aquí.
Si yo cojo este instrumento y lo golpeo lo que se produce es un ruido, pero cuando el golpe se integra toda la música lo que resulta es una melodía agradable al oído.
Eso es lo que nos está diciendo la primera lectura. Cuando te sucede una tragedia, es como cuando se le da golpes al instrumento, uno dice: "Esto no tiene sentido, esto es un ruido, esta vida está muy fea, puerca vida la que me tocó, ¿por qué me pasa siempre a mí?" Porque estoy oyendo solamente ese pedacito, ese golpe ahí.
Y si yo tomo cualquier otro de los instrumentos y le doy otro golpe, se produce un ruido, y cuando yo oigo eso, solamente eso, yo digo: "Eso no es música"; cuando yo tomo mi dolor, la tragedia que me ha sucedido, el hermano que me han secuestrado, la leucemia que me han descubierto; cuando yo tomo la pobreza en la que he nacido y me quedo mirando sólo mi pobreza, o mirando solamente mi enfermedad, o mirando simplemente que nadie me quiere.
Cuando me quedo mirando solamente eso, es como cuando yo únicamente golpeo y digo: "Eso no tiene sentido, eso no tiene música". Pero cuando yo junto todo, cuando reúno todo, entonces digo: "¡Qué hermosura!"
El cántico nuevo, hermanos, no es un cántico que empieza cuando nosotros lleguemos al cielo, es el cántico que ya está sucediendo con todo lo que sucede en esta tierra, y ahí están incluidas las cosas más terribles y dolorosas, que cuando las miramos decimos: "Y por qué Dios permite esto, y por qué".
Y hay gente que se le pone a uno brava y dice: "Y si Dios existe, ¿por qué secuestran a un niño? Y claro, yo tomo esa preguntas muy en serio, yo nunca me burlaré de nadie; claro que yo entiendo que ese es un dolor espantoso, y yo no tengo ninguna fórmula para volver creyente a nadie.
Pero lo que te quiero decir es que cuando tú tomas el secuestro de este niño es como cuando tú tomas un golpe seco a uno de estos instrumentos y tú dices: "Qué feo suena eso". Sólo cuando uno mira el conjunto de la historia uno entiende que hasta la muerte más absurda, hasta el hecho más abominable tiene un sentido.
Porque te voy a decir algo: el que dirige esa orquesta en el cielo es el Cordero, y los acordes más espantosos de la sinfonía están en esta mano derecha y en esta mano izquierda y en este pie derecho y en este pie izquierdo y en esta llaga abierta. Esos son los acorde más terribles, y esos acordes son los que le dan el sentido a toda la melodía.
Claro, cuando yo tomo solamente la escena en que le están atravesando un clavo a Jesucristo, lo único que siento es: "¡Cuánto barbarismo, cuánto sadismo, qué espanto!" Pero el arte maravilloso es: Mira, no te quedes solamente ahí, no te quedes solamente en el golpe seco y horrendo allá contra el metal; mira el conjunto, el conjunto es el cántico nuevo.
Hay gente en esta tierra, que son los grandes santos y místicos, que aunque no tiene completo el cántico nuevo, sí han tenido como una idea, son los verdaderamente sabios, son los que logran entender que aunque el mundo parece que estuviera absolutamente desordenado, hay un orden maravilloso que camina debajo, hay un arroyo maravilloso que murmura el amor de Dios bajo tierra y que de vez en cuando salta y nos deja ver gotas y diamantes de alegría y entonces decimos: "Sí, sí, creo en Dios".
Pero se acaban esas gotas y sigue siendo subterránea y oculta la peregrinación de la fe en la tierra. Pero, hermanos, si nosotros nos unimos al Cordero Inmaculado, si nos unimos al Cordero Degollado, el Cordero nos va dando sentido, ¡es increíble! ¡Es tan bello!
Yo conocí a una pareja que recibió un golpe que sonaba peor que todos los golpes que le he dado yo a los instrumentos de la orquesta. Una pareja que tuvo varios hijos, uno de ellos con el síndrome de Down, o como dicen algunas personas, un niño mongólico.
Bueno, ya eso, no nos digamos mentiras, es un dolor muy grande para esta familia, pero el problema no es solamente ese, lo más grave vino después. Un día la puerta de la casa se quedó abierta, el niño se salió y nunca lo pudieron encontrar vivo, porque unos días después descubrieron que el niño, aburrido de estar siempre en la casa, había tratado de explorar el mundo, y bueno, el niño se cayó a un canal y se murió.
Y no hubo nadie que oyera y no hubo nadie que ayudara y se murió el niño. Ese es un golpe espantoso, eso no tiene nombre. Yo no sé si esa fuera mi situación qué sería de mí, yo no puedo calcular cuánto duele eso, no tengo números ni palabras. Pero la mamá de ese niño existe, está viva, cree en Dios; y la mamá de ese niño ha dado su testimonio más de una vez.
Y alguna vez yo la escuché, y la mamá de ese niño decía: "Siempre yo pensaba que yo le estaba dando mucho a mi hijo, ahora entiendo que Dios nos dio por un tiempo a ese niño para que nos bendijera a nosotros, y cuando cumplió su misión, se lo llevó para que le cantara en el cielo".
¿Cómo puede una mamá llegar a esa luz? Es un milagro, es un don del Espíritu Santo, que una mamá que ha visto a su hijo así muerto en condiciones absurdas al extremo pueda llegar a esto.
Es un ruido terrible que pueda suceder una muerte así, es un ruido espantoso. Pero esta mamá recibió tanta luz, tanta, tanta luz, que no perdió la razón, que no perdió la fe y que no perdió la capacidad de decir: "Dios es amor y yo quiero alabarle".
Esa mujer, y yo esto lo defenderé hasta el último lugar de la tierra, esa mujer conoce algo, algo del cántico nuevo; esa mujer ha podido entender algo que ni tú ni yo tal vez hemos entendido nunca, por lo menos yo no.
Esa mujer ha recibido una luz maravillosa y ha podido integrar ese momento espantoso dentro del conjunto de una armonía para la que no tenemos palabras. Eso es lo que le ha sucedido a esa mujer. Y ese es el cántico nuevo.
Esa mujer me hace recordara la otra mujer, la que estuvo al pie de la cruz, la que está representada allá con un rostro de hermosísima paz, la que estuvo al pie de la cruz viendo cómo se cometía el peor crimen de los siglos, cómo le mataban a a su propio Hijo.
Y también esa otra mujer, María Santísima, también Ella, poseída, gobernada, iluminada por el Espíritu pudo integrar ese ruido espantoso, ese dolor, ese paso profundo pudo integrarlo y pudo seguir creyendo aunque el corazón estuviera atravesado por una espada de dolor.
Hermanos, ese es el cántico nuevo. El cántico nuevo es la melodía que yo descubro, la armonía que yo descubro en la historia humana más allá de todos los ruidos y de todos los absurdos; es la capacidad de leer el plan de Dios y de saber que Dios no solamente va a gobernar sino que ya está gobernando y ya está realizando su plan.
Necesitamos, desde luego, ojos llenos del Espíritu de Dios, mentes sabias y palabras apropiadas para poder decir esto, pero es verdad, ya, ya, hoy, ya, en este momento el único que reina y el único que merece honor y gloria es Jesucristo y solamente Él.
Y en este punto vamos a hacer un breve comentario sobre la lectura del Evangelio. Ah, entonces ya entendemos que sin Jesús no se puede, sin Jesús yo no puedo leer mi vida, sin Jesús yo no puedo comprender mi historia, sin Jesús yo no puedo entender el mundo, ni por qué pasa lo que pasa.
Jesús es mi lámpara, es mi luz, es mi escuela de lectura, solo en Él puedo aprender quién soy y para dónde va el mundo.
Depender así de Jesús, depender así del Cordero es también apostar por ese Jesús todo; y los ciento cuarenta y cuatro mil apostaron todo por Jesús; y la viuda del evangelio recibió elogio de Jesucristo, -que no era que diera muchos elogios-, la viuda del evangelio recibió elogio de Cristo porque dio todo lo que tenía para vivir.
Cuando se le murió el niño a aquella señora, ella sintió que se le moría la vida por dentro, porque ese hijo se había convertido como en su razón de vivir, y ella decía: "Yo sé que respiro, yo sé que puedo comer, pero yo sé que estoy muerta", y las que son mamás yo sé que entienden lo que ella estaba diciendo.
Pero ella, movida por el Espíritu Santo y por la gracia de Dios, puedo también entregar eso: todo lo que tenía para vivir.
Hermanos, esos son los discípulos que necesitamos, esos: discípulos que apuesten por Jesús todo lo que tienen para vivir. Cuando ustedes recen, por favor, cuando ustedes recen por los sacerdotes, y aquí tenemos un grupo de hermanos en el sacerdocio.
Cuando recen por este necesitado que soy yo, cuando recen por mis hermanos, cuando recen por nosotros, pídanle por favor a Dios que nosotros le entreguemos a Jesús todo lo que tenemos para vivir, que entreguemos a la causa del Señor todo, y que los misioneros entreguen todo, y que las mamás entreguen todo, todo lo que tienen para vivir.
Esos son los discípulos, que llenos de fuego pueden sembrar de hogueras de gracia esta tierra, hermanos.
El mundo se muere de frío porque falta amor; no hay otro camino que sembrar, tachonar de hogueras de gracia y de amor esta tierra, no hay otro camino, y para eso hay que estar ardiendo en el fuego del Espíritu, y para eso hay que llevar el poder del Señor y la capacidad de darlo todo por Él.
Es un regalo, las fuerzas humanas no dan para eso; pero si tú te dispones ante Él como se dispuso la Santísima Virgen, o como se dispuso la señora que perdió a su hijo; si tú te dispones ante Él, si tú le dices: "Aquí estoy, Señor, envíame a mí", Jesús te envía.@fraynelson
Si tú le dices: "Aquí estoy", Él te utiliza; si tú le dices: "Aquí están mis manos", Jesús tomará tus manos; y si tú le dices: "Quiero ser mensajero tuyo y mensajero de paz", Jesús tomará tu rostro, tu mirada, tus palabras, tu sonrisa, tu abrazo, tu corazón y te hará mensajero de paz.,

domingo, 23 de noviembre de 2014

La misericordia de Dios se ha querido manifestar en la debilidad humana





Hermanos:
Jesús predicó muchas veces sobre el Reino de Dios, y hoy estamos celebrando el Reino de Jesucristo; Jesús predicó la llegada del Reino de Dios; hoy celebramos a Cristo como Rey. Hoy celebramos el Reinado de Jesucristo. ¿Será que hay alguna relación entre estos dos misterios? Tiene que haberla.
Los discípulos no le entendieron muy bien qué era lo del Reino de Dios; fíjese que después de resucitar, después de la Cruz, cuando iba a subir al cielo se les presenta; cuarenta días habían pasado después de la Resurrección.
Calcule cerca de tres años, hagamos de cuenta, de predicaciones, milagros, exorcismos, de vivir con Él; luego ver cómo murió en la Cruz, saber que está resucitado de entre los muertos; y cuarenta días de apariciones, después de todo ese tiempo esta es la pregunta que le hacen los discípulos a Jesús: “¿Ahora es cuando vas a restaurar el reino de Israel?" Hechos de los Apóstoles 1,6.
Para ellos el Reino de Dios era una cosa muy bonita que estaba en su mente y que se parecía, más o menos, a lo que tuvieron en el tiempo de David; es decir, mantener los enemigos a raya, paz y prosperidad en el país, familias numerosas, hijos sanos, cosechas abundantes, buena salud, alegría para todos; ese es el tiempo que ahora va a empezar, es la pregunta que le hacen a Jesucristo, porque Jesucristo había predicado la llegada del Reino de Dios.
Pero, eso como que no se lo entendían muy bien; hoy estamos celebrando a Jesucristo Rey, tomando sus propias palabras, porque, ciertamente, el lugar que ocupa Cristo en esta parábola que hemos escuchado en el evangelio es el lugar del Rey. Él es el Rey, ante Él tendrán que comparecer todas las naciones.
Y a ese Cristo Rey, ¿qué le interesa? Le interesa si hemos sido capaces de encontrar su mensaje, si hemos sido capaces de entender su Palabra, porque toda la Palabra de Cristo, óiganme bien, hermanos, toda la Palabra del Señor se resume en esto: que Dios ha tomado lo débil del ser humano, allí donde no alcanzan nuestras fuerzas, Dios ha querido tomar la debilidad para revelar su misericordia; ese es el Reino de Dios, y ese es el Reinado de Cristo.
Pero, como el Reino de Dios cada uno lo imagina más o menos a su aire; los discípulos se lo imaginaban como una restauración de la época de David. Si nosotros hacemos una encuesta: "¿Cómo se imagina usted el Reino de Dios?"
Seguramente, encontraremos que la gente va a decir cosas muy parecidas a las que pensaban los discípulos en esa época, "que los enemigos estén a raya", "que los enemigos de la vida, los enemigos de la familia, los enemigos de la paz estén allá lejos, que no se metan con nosotros, que haya cosechas abundantes, que todo el mundo esté contento y que las familias sean numerosas y bonitas".
Nosotros seguiremos pensando, tal vez, como los discípulos; pero el mensaje de Jesús es: “Si quieres entender el Reino de Dios, mira cómo yo soy Rey, mira en qué consiste mi Reinado. Y para entender el Reinado de Cristo, sólo hay que entender una frase que es la frase con la que yo les pido que nos salgamos hoy, de esta iglesia: “En la debilidad humana se ha querido manifestar la misericordia de Dios”.
“En la debilidad humana se ha querido manifestar la misericordia de Dios” Tercera vez, quiero que hasta el niño más pequeño, de ser posible, se vaya con esa idea a su casa: “En la debilidad humana se ha querido manifestar la misericordia de Dios”
La debilidad humana de una persona, ¿qué es? Una enfermedad que le llega, una traición que sufre, la proximidad de la muerte, una quiebra, un fracaso en un proyecto, o, simplemente, no poder uno vivir como uno piensa que se debe vivir. Esa es la debilidad humana en cada uno de nosotros, y ahí por esa puerta de la debilidad humana ha querido mostrarse Cristo. Eso para un ser humano.
Para la sociedad humana, ¿cuál es la debilidad? La debilidad son los que han aparecido hoy en el evangelio: los enfermos, los encarcelados, los hambrientos, los sedientos, los sin patria; lo que Cristo nos quiere decir es: “Si tú has entendido mi mensaje, entonces tú entiendes que yo llego a tu vida por la puerta de tu debilidad, y yo llegó a la sociedad por la puerta de su debilidad; si no entiendes mi mensaje para el mundo, tampoco entiendes mi mensaje para ti”.
"Si tú comprendes que sólo en la debilidad se revela la misericordia de Dios, entonces, entiendes que hay una puerta en ti que está siempre abierta a Dios y hay una puerta en el mundo que está siempre abierta a su generosidad, está siempre abierta a tu amor, a tu caridad, dice Jesús: “Cada vez que dejasteis de hacer esto a mis humildes hermanos, dejasteis de hacerlo a mi”
Cada vez que le das la espalda a la debilidad que hay en el mundo, te tapas los oídos para el mensaje de Jesús, porque el mensaje de Jesús es: “Sólo en la debilidad humana se revela la misericordia de Dios” Cuando le damos la espalda al hermano pecador, al hermano enfermo, al hermano hambriento, estamos diciendo: “No quiero oír tu mensaje” Porque el mensaje de Cristo es: “Sólo en la debilidad”
"Y por eso, porque no has entendido mi mensaje, porque no has abierto tu puerta, por eso no puedo entrar en ti; y si no puedo entrar en ti, y no puedo sostenerte, te hundes". El misterio de la muerte acecha a todos por igual; todos nos vamos a morir; nuestro cuerpo, nuestras más bellas palabras, nuestras mejores ideas, nuestros afectos más tiernos, todo se estrella contra un muro que se llama la muerte.
Pero, hay Alguien que está dispuesto a sostenerte en el momento en el que todo parece caerse; ese alguien se llama ¡”Jesucristo”! Pero, si no recibimos el mensaje de Cristo, nos escurrimos en el vientre cenagoso de azufre de la muerte, ese es el infierno.
El infierno no es sino la prolongación sin medida del misterio de la muerte para aquel que no quiso aceptar el mensaje de la gracia; por eso el destino del que no escucha el mensaje de Jesucristo, el destino del que no acepta el mensaje de Jesucristo sea predicado de viva voz, o llegado a su conciencia, el destino de esa persona sólo puede ser resbalarse en el vientre cenagoso de azufre de la muerte.
Es decir, el infierno, y por eso Jesús predica esto que hemos oído, para que todos nosotros abramos nuestros oídos al mensaje de la gracia, para que no tengamos miedo a reconocer que somos débiles y no tengamos asco ante los débiles de este mundo. Ahí está resumido todo.
Para que no tengamos miedo de reconocer que somos débiles, y para que no tengamos asco ante los débiles; es decir, los pobres, los pecadores, los enfermos, los hambrientos, los que están confundidos.
No puedes tirarle la puerta a tu hermano, sin tirarle la puerta a Jesucristo, porque sólo en la debilidad de su hermano y en la debilidad suya, se revela el mensaje de la gracia, y sólo si recibes el mensaje de la gracia puedes ser soportado por Jesús.
Un avión se estaba cayendo, empiezan a repartir paracaídas; todo el mundo, aunque tiembla de miedo, recibe el paracaídas y trata de aprender cómo se maneja ese aparato, pero hay una persona que dice: -“Yo no quiero eso”. "–¡Señor, el avión se cae!"
“-Yo no quiero eso”."-¡Señor, se va a estrellar!. “-Yo no quiero eso”. "-¡Señor, se va a matar! "–Yo no quiero eso”. “-¡Ya nos vamos a lanzar, los demás tenemos paracaídas, tome el suyo!” “-Yo no quiero eso”. “-Entonces, hasta luego, señor”. Ese es el infierno.
El infierno es decirle a Jesús: “Yo no quiero eso”, “Yo no quiero su mensaje de gracia”, “yo no quiero acoger su Palabra”, y La Palabra de Jesús es una sola.
Que la misericordia de Dios se revela en la debilidad, que no tengamos miedo de reconocer que somos débiles, y que no tengamos asco ante los débiles de este mundo.@

sábado, 22 de noviembre de 2014

La vida dl cristiano es dramática


Título: La vida del cristiano es dramatica


Hermanos:
Está a punto de culminar el año litúrgico. Ya mañana celebra la Iglesia el último domingo del tiempo ordinario. Este se llama el domingo de Cristo Rey del Universo. Mañana tendremos, pues, la solemnidad de Cristo Rey. Y las lecturas de la Santa Iglesia para la Eucaristía durante todos estos días nos han venido preparando a la contemplación de Cristo como Rey del Universo.
Por eso hemos escuchado, como se hace en los años pares, -estamos en el año 1996-, textos del Apocalipsis. El tema central de este libro es el desenlace de la historia. Fue escrito para un momento concreto, fue escrito para un momento de persecución, pero lo que se dijo a esos cristianos tiene un valor que trasciende ese momento histórico.
Y por eso en el Apocalipsis podemos saber tres cosas: con cuántas dificultades nació la iglesia, cuál va a ser el desenlace de mi vida, de tu vida y la de cada uno de nosotros, es decir, cuáles son los elementos esenciales de la lucha por el Evangelio hasta morir; se nos entreabre también como una especie de rendija para asomarnos a los hechos del final de la historia de la Humanidad.
Algunas personas hablan del Apocalipsis como si fuera una descripción de una película de los últimos días del mundo. Otras personas hablan de este Libro como si fuera a ser un documento histórico para el siglo primero, para los cristianos perseguidos por el Imperio Romano.
En realidad, el Apocalipsis es esas dos cosas y hay más que eso: es un testimonio de la horrible persecución del Imperio Romano y es también una rendija que se nos entreabre sobre el destino de cada persona y las dificultades del reinado de Cristo en cada persona y la llegada de ese reinado de Cristo para toda la Humanidad.
Hablo de dificultades del reinado de Cristo porque, efectivamente, ya el mismo Señor Jesús había dicho: "Si un hombre fuerte tiene su casa bien guardada y llega otro más fuerte y lo vence, se alza con los despojos" San Lucas 11,22.
Esta es una palabra misteriosa que Jesucristo usa para enseñarnos una verdad profunda. Ese hombre fuerte que se sentía seguro en sus posesiones y en su casa es el pecado que se ha adueñado de una vida y es el más fuerte que logra vencer al forzudo y que le quita lo que creía poseer.
Ese es Cristo el Señor. En efecto, en ese pasaje Cristo se está refiriendo a su obra de exorcista, de librador.
De modo pues que el reinado de Cristo es un reinado de paz, justicia y amor, pero es también un reinado que tiene una violencia, la violencia de las garras que no quieren soltar su presa. Salir de las garras del pecado, de las garras del demonio. El demonio está detrás de todo pecado, pero detrás no significa inmediatamente detrás.
Salir de las garras del pecado y del demonio requiere vencer y abrir esas garras. Hay que tener claridad, hermanos, en el sentido de que ningún pecado nos va a soltar. Los pecados no nos sueltan a nosotros, ningún pecado nos va a dejar ir por las buenas, el pecado está demasiado amañado en nosotros.
El pecado es como ese pésimo inquilino que ya se acostumbró y que lleno de mañas de todo género, impide su salida y no deja ser arrojado. Por eso la erradicación completa del pecado entraña lucha, pero es una lucha astuta y eso es lo que nos revela el Apocalipsis: la lucha que el pecado realiza dentro de nosotros y al mismo tiempo en contra de nosotros, es una lucha astuta.
Yo me permito recordar el momento ese de las tentaciones de Cristo, según nos lo narra el evangelista Lucas. Es el único Evangelista que nos dice que el demonio se apartó de Cristo, eso lo dicen todos, pero lo nuevo es esto: "Se apartó de Cristo hasta el momento apropiado" San Lucas 4,13.
Mientras estemos en esta vida no hay ningún pecado que se haya despedido; ningún pecado se ha ido definitivamente vencido, ninguno, y si ha habido algún género de pecado que tenga como autoridad, que tenga como fuerza en nuestra vida, que durante algún tiempo no haya dado qué hacer y qué sufrir, no se va a ir por las buenas, y si se va, buscará el momento de regresar.
Esto hace que la historia de la gracia en nuestra vida sea la historia de un drama, y el que no se dé cuenta de este detalle, el que no caiga en la cuenta de este detalle, si no caes en la cuenta caes en las garras.
Tiene garras el pecado, es pegajoso y sabe de nosotros y sabe de nuestra psicología y sabe de nuestra debilidad y sabe por donde cual es la fe caída en donde hay que seguir martillando. Uno no cae en la cuenta de esto, pues cae en el pecado, recae en el pecado.
La historia de la iglesia, la historia de cada cristiano, la historia de la humanidad es una historia dramática, eso nos lo recuerda el Apocalipsis por medio de una cantidad de imágenes. Una historia dramática quiere decir, entre otras cosas, que su desenlace no sucede pacíficamente.
Hacemos muy bien cuando oramos con la iglesia y repetimos: "Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
La hora de nuestra muerte es nuestro Apocalipsis. Hacemos bien en encomendar a Dios y a la oración y a la fe y a la ternura de María este momento de la muerte, porque ese es el momento de la lucha decisiva. A San Martín de Porres, el obispo, santo el primero y primero de los canonizados no mártir.
A San Martín de Porres le sucedió esto: Este obispo estaba ya acercándose al final de la vida y le fue concedido ver cerca de él, la espantosa pero realísima figura del demonio. Con voz recia y serena, dirigiéndose expresamente a él, al demonio, le dijo: "¿Qué pretendes de mí, bestia feroz? Nada encontrarás en mí, porque soy de Cristo". Y alejó así a este último ataque.
Entonces, nuestra primera enseñanza es: la vida del cristiano es dramática, y la manera en que a uno le vuelvan a dar de lo mismo es creer que uno ya está curado, creer que uno ya está curado, creer que uno ya venció, que ya superó.
¿Usted sabe cuál es la gran técnica en el tratamiento de los alcohólicos, según los Alcohólicos Anónimos? La gran técnica es decirle a la persona: "Lo suyo es incurable".
Esto es lo que cura. Fíjate la paradoja: lo que cura al alcohólico y lo que hace que no recaiga es decirle que "lo suyo es incurable"; la persona al principio desespera: "¿Cómo va a ser incurable? Eso cualquiera lo domina".
"Si fuera difícil dejar el trago, yo ya he dejado el trago quinientas treinta veces". El hombre ese, siente que su problema es curable y cada vez que se siente curado, recae.
Hermanos míos, parece que la gran estrategia es decirse uno: "Lo mío es incurable, mi tendencia al pecado es incurable, y esto le da un color de drama a mi existencia que es dramática". La persona reniega: "No, ¿cómo va a ser incurable? Pero ¿no existe la redención? ¿Pero va a estar toda la vida peleando? ¿Cómo va a ser eso?"
Después de que la persona ha echado toda su babaza, después de que ha pateado las paredes, las piedras, se ha arrancado los cabellos, se ha dormido después de largo llanto, al otro día se despierta, entonces se le dice: "¿Sabe una cosa? Lo suyo es incurable".
¿Cómo va a ser incurable?" Y arranca otra pataleta. Al tercero, cuarto o quinto día, a las dos semanas, a los tres meses, o a los cinco años la persona llega a la conclusión: "Mi tendencia al alcohol es incurable".
Cuando cae en la cuenta que eso es así y cuando ya se trata a sí mismo como un incurable, empieza a tenerse misericordia y esa es la raíz de la sanación.
Es que la persona que no admite que lo suyo es incurable se trata con crueldad: "Yo tengo que superar esto, porque yo no soy un alcohólico y no tengo tendencia al alcohol; yo puedo vencer esto en realidad, porque soy una persona sana, yo soy una persona buena, sólo que me han pasado cosas malas, pero yo soy bueno".
¿Sabe qué? ¿Usted cree que decir que es bueno, es bueno para usted? No, porque cada vez que usted dice: "Yo nací bueno, yo soy bueno", contradiciendo lo que hemos explicado del pecado original, cada vez que la persona dice: "Es que yo soy bueno, es que soy mucho lo bueno, pero es que mire, hay buenos y yo; yo soy muy bueno pero es que lo que pasa es que no me han dado la oportunidad; yo soy bueno, lo que pasa es que hay otra persona ciega; yo soy bueno, lo que pasa es que me cogen en mal momento".
¿Cuándo empieza su mal momento, como a las cinco y media de la mañana? ¿Y cuándo se acaba, como a las once de la noche? "Me cogen en mal momento, pero yo soy bueno". ¿Sabe para qué sirve eso? Esa también es estrategia sutil y es astuta del demonio. Qué bueno que usted diga que es bueno, ¿sabe para qué sirve eso? Para que usted se maltrate.
"¿Cómo yo siendo bueno, logré hacer esto? "Yo que soy tan bueno, ¿por qué no logro ser feliz? Yo que soy tan bueno, si yo tengo todo para ser bueno, ¿por qué no logro yo que haya bondad en mi vida, si yo soy bueno?
Fíjate como la frase: "Yo soy bueno" es la peor de las crueldades que puede decirse una persona, porque cada vez que se tropiece con su pecado y cada vez que se tropiece con la mediocridad de los demás, ¿qué le toca hacer? Llorar, maldecir, patalear, alegar.
En cambio, el otro que ha caído en la cuenta de que lo suyo es incurable, tiene un acto de misericordia para consigo mismo y llega a la conclusión: "si lo mío es incurable, yo tengo que vivir con este alcohólico que yo soy".
Mira, esto es esencial en el tratamiento de una cantidad de problemas psicológicos, pero frente a esos problemas psicológicos hay una enfermedad mas profunda que toda psicología, que es el pecado.
Pues bien, una vez que nos reconocemos que somos reos de ese pecado y necesitamos de esa salvación y entendemos que esa es nuestra condición, verdaderamente nos abrimos a la gracias de Dios y soportados en Él, entonces sí damos lo mejor y mayor de nosotros mismos. Una vida distinta se abre, una vida nueva, esa vida que Dios quiso para nosotros.
Fiémonos de Él; fiémonos de su nombre; fiémonos de su Palabra. La victoria es suya.
Amén.@fraynelson