El grave problema con aquellos fariseos denunciados tan duramente por Nuestro Señor Jesucristo, es que le quitan la gloria a Dios y viven pendientes de la gloria que les pueden tributar los hombres.
La primera lectura nos ha hablado de la gloria de Dios, de esa manero poética, impresionante, de tono apocalíptico qu suele tener Ezequiel, cuando se refiere a la presencia de Dios: "La gloria del Señor llenó el templo, y una palabra impresionante se dejó oír: "Éste es el sitio de mi trono, el sitio de las plantas de mis pies, donde voy a residir para siempre en medio de los hijos de Israel" Ezequiel 43,7.
Si nosotros tomamos estas palabras de la profecía de Ezequiel y las queremos aplicar, por decirlo así, a la letra, encontramos dificultad, porque ése templo se vio privado de la gloria de Dios, y en cierto modo contra ése templo habló Jesucristo, cuando mostró que esa casa se iba a quedar vacía.
Y ése fue el templo del que anunció el Señor que iba a ser derrumbado hasta que no quedara piedra sobre piedra.
Osea que estas palabras de Ezequiel deben tener un sentido más profundo, un sentido diferente que resulte compatible con el verdadero Templo, que es el Cuerpo de Cristo, en donde habita verdaderamente la gloria de Dios.
Porque el Evangelista Juan, cuando aquellas palabras de Cristo: "Destruid este templo" San Juan 2,19, en esa ocasión el Evangelista Juan dice: "Estaba hablando del Templo de su propio Cuerpo" San Juan 2,21.
Hemos sido convocados, pues, a una vida gloriosa, a que nuestra vida sea templo y a que nuestras obras sean tales, que quien nos conozca pueda saber algo de Dios, y quien nos ame pueda elevarse hacia el amor divino. Que la humilde gloria de este alimento acompañe nuestros pasos en esta tierra, y nos conduzca un día a la contemplación del Cielo.
De manera que debemos interpretar estas palabras dentro de su contexto, y ver que toda esa economía, toda esa distribución de gracia, de amor y de providencia que tenía que ver con el templo, todo eso pasó al Cuerpo de Jesucristo, que es el verdadero Templo en donde reside la gloria de Dios. Esa es una manera de interpretar esto.
Pero hay otra manera. Resulta que Dios dice que ese es el lugar de su gloria, y dice que ese es el lugar donde Él reside. Estas dos expresiones, Ezequiel las refiere al Templo de Jerusalén. Pero nosotros podemos también entenderlas desde este otro modo: allí donde verdaderamente reside Dios, allí donde habita Dios, allí es donde está su gloria.
Dicho de otra manera: cuando Dios habita dentro de nosotros, entonces el esplendor de la gloria de Dios, que no es otra cosa sino la manifestación de esa presencia, pues compaña también lo que nosotros somos, lo que nosotros decimos, lo que nosotros hacemos y pensamos.
Y así, esta primera lectura se convierte en una invitación a llevar una vida digna de la gloria de Dios; llevar una vida, podríamos decir, una vida gloriosa, no por una especie de esfuerzo imitativo nuestro, sino por una lógica consecuencia de la presencia de Dios en nosotros.
Dicho de otra manera, el aplicar esta lectura a nosotros, recordando lo que nos dice San Pablo, que "nosotros somos templo del Espíritu"1 Corintios 3,16, nos invite a llevar una vida gloriosa.
Y yo quiero terminar haciendo alguna alusión a lo que puede significar esa vida gloriosa. De ella nos habló Cristo. Dijo que, "fueran tales nuestras obras, que, la gente al verlas, diera gloria a Dios" San Mateo 5,16. Esa es una vida gloriosa, una vida impregnada de la gloria de Dios.
¿En qué consiste esa vida? Pues las lecturas de hoy nos pueden ayudar para descubrir qué es esa vida, en qué consiste esa vida gloriosa. Por oposición a los fariseos, es como un deseo continuo de que Dios sea conocido y de que Dios sea amado. No es tanto el deseo de que no me conozcan a mí, sino el deseo de que sí conozca Dios; no es tanto el deseo de que no me amen a mí, sino el deseo de que amen a Dios.
Pero este deseo de que amen a Dios, pues de alguna manera me lleva a mí mismo a desaparecer, y es lo que nos dice Cristo: "El que se humilla será enaltecido" San Juan 18,14, y también advierte: "El que se enaltece será humillado" San Juan 18,14.
Hemos sido convocados, pues, a una vida gloriosa, a que nuestra vida sea templo y a que nuestras obras sean tales, que quien nos conozca pueda saber algo de dios, y quien nos ame pueda elevarse hacia el amor divino.
Recibiendo nosotros el Alimento Eucarístico, somos habitados por Dios. Que la humilde gloria de ese alimento, acompañe nuestros pasos en este tierra, y nos conduzca un día a la contemplación del Cielo.
@fraynelson
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