martes, 26 de agosto de 2014

Hipócritas

28/08/14 Martes de la 21ª semana de Tiempo Ordinario. Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, virgen y patrona de la ancianidad, fundó el instituto de las Hermanas de los Ancianos Desaparados y falleció en Lidia,en España.



Mt 23,23-26: Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello.

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo:

-¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad!

Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello.

¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello!

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera.

    Existen dos formas de buscar la santidad: de fuera hacia dentro, y de dentro hacia fuera. Son etapas distintas de un mismo proceso.

    De fuera hacia dentro: es momento de propósitos, a ser posible pocos y concretos. Mediante ellos, modificamos la conducta, y así despejamos el camino para la transformación del corazón. Uno se propone levantarse temprano para orar, y gracias a ello la oración le transformará por dentro. O se propone no quejarse de las contrariedades, y esa mansedumbre ablandará el corazón para que pueda ser moldeado por Dios. Si el segundo paso no se da, el resultado es la hipocresía: Limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo.

    De dentro hacia fuera: El corazón se llena de Amor de Dios, y ese Amor de Dios van transformado suavemente nuestra conducta, nuestro pensamiento, y hasta nuestro semblante. Limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera.

    Para que se produzca ese paso de la primera a la segunda forma de buscar la santidad se precisa humildad. Por eso, por soberbia, muchos se quedan en la hipocresía. Al final, no buscaban la santidad para Dios, sino para sí mismos.

Los versículos que ayer y hoy hemos encontrado en el evangelio tienen una impresionante carga de indignación y de reprensión. En pocos lugares del Nuevo Testamento encontramos a Cristo tan indignado y tan acerado en sus palabras como en este capítulo 23 de san Mateo.

 Hay razón, desde luego, para ese enojo, y, puesto que toda palabra de Cristo es enseñanza a sus discípulos, aprendamos, hermanos, de este enojo del Señor, así como en otras ocasiones hemos querido aprender de su sonrisa, su abrazo o su ternura.

La razón fundamental de tanto castigo es la hipocresía. Y la razón para castigar la hipocresía es que nos hace inhábiles para la conversión. Además, la mentira que nos ciega a nuestros males igualmente nos ciega a los bienes ajenos. El resultado es que quien no reconoce su daño se afianza en él y daña a los demás.

Entendemos así que Jesucristo quiere erradicar del mundo la hipocresía por amor a quienes la practican y por compasión con quienes la padecen.


Como se puede notar, las palabras de los evangelios de esta semana son de las más duras que pronunció Nuestro Señor. Uno debe preguntarse por qué tanta dureza. Éste que nos acaba de hablar, es el mismo que pide decir: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” San Mateo 11,29.
No parece que haya demasiada mansedumbre en este torrente de palabras, y uno puede preguntarse si hay humildad en esas recriminaciones a quienes eran autoridade religiosa y moral dentro del pueblo.

Hay, entonces, un pecado que despierta la ira del Señor y es sentirse uno seguro y no necesitado de salvación; de modo que lo que hace la denuncia de Cristo es decirle a ése que se siente seguro que no esté tan seguro. La fuerza de sus palabras y el tamaño de su denuncia son para eso, para destruir la seguridad del fariseo, para sacarlo de su falsa confianza, de su ilusoria confianza y para ponerle en situación de merecer la salvación.

Pues Cristo lo que hace es levantar la tela que cubre la herida y decirle: “Mira que tú también necesitas de mí"; por eso digo, llegamos a la sorprendente conclusión de que Cristo, cuando denuncia estos pecados a los fariseos, los está amando”. Porque los está poniendo en situación de conocerse a sí mismos, y de saber que necesitan salvación; no podemos entonces decir que estas palabras del Señor sean la acumulación de iras.

¡Estamos en el camino de la santificación, aunque hay que tomarlo en serio! Debemos hacer las obras de justicia, obras simples: adorar a Dios: ¡Dios es el primero siempre! Y luego hacer lo que Jesús nos aconseja: ayudar a los demás. Estas obras son las obras que Jesús hizo en su vida: obras de justicia, obras de re-creación. 
Cuando damos de comer a un hambriento, volvemos a crear en él la esperanza. Y así, con los otros. Si aceptamos la fe y luego no la vivimos, somos cristianos solo de memoria. 
Sin esta conciencia del antes y del después ¡nuestro cristianismo no le sirve a nadie! Y más aún: va en el camino de la hipocresía. "¡Me llamo cristiano, pero vivo como un pagano!". A veces decimos "cristianos a medias", que no toman esto en serio. Somos santos, justificados, santificados por la sangre de Cristo: asumir esta santificación y llevarla adelante ¡Pero no se toma en serio! Cristianos tibios: "Pero, sí, sí; pero..., no, no". Así como decían nuestras madres: "cristianos de agua de rosas, no" Un poco así... Un poco de pintura de cristiano, un poco de pintura de catequesis... Pero en el interior no hay una verdadera conversión. (Cf. S.S. Francisco, 24 de octubre de 2013, homilía en Santa Marta). 

Hagamos el propósito de «ser» más y mejor persona, en vez de hacer cosas para «parecer» buen cristiano. 

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