lunes, 18 de agosto de 2014

Se recibe nomse gana

    La pregunta de los apóstoles -Entonces, ¿quién puede salvarse?- tiene una única respuesta: «Nadie». Jesús lo dice con otras palabras: Para los hombres es imposible.

    El moralismo de nuestro siglo nos ha hecho creer, como al joven rico, que obtendremos la vida eterna «haciendo cosas buenas». No es cierto. Como tampoco lo es el que al Cielo vayan los buenos, y al Infierno los malos.

    La «bondad moral» no puede merecer vida eterna, porque la vida eterna pertenece al misterio de Dios, el cual no puede ser «comprado» ni merecido con buenas obras. Tampoco pueden todas las buenas obras reparar un solo pecado mortal, que constituye una ofensa a la majestad infinita de Dios.

    Al Cielo no van los buenos, sino los santos, y santo sólo es Dios y aquél a quien Dios santifica, es decir, consagra. Por tanto, la salvación del hombre es un milagro que la criatura sólo puede implorar. Se acerca uno más al Cielo recibiendo la absolución o la comunión que practicando miles de obras fuera de la gracia divina.

    En definitiva: el Cielo no se gana, se recibe. Para «ganar» hay que ser rico. Para «recibir» hay que ser pobre. Quizá así se entienda mejor.

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