sábado, 4 de octubre de 2014

San Francisco,espíritu de minoridad


Título: La alegría de Francisco de Asís tiene su máxima expresión en la cruz


Querido Padre Maestro y Guardián de esta Fraternidad Franciscana en San Luis.
Queridos Hermanos en el Sacerdocio y en la Vocación Religiosa.
Queridos Hermanos Todos.

Cuando estábamos ingresando a este precioso templo veíamos sin duda esos avisos, esas pancartas que recuerdan que la Orden de San Francisco está cumpliendo ochocientos años. Una cifra bastante respetable, y el título que aparece es OFM, "Ordo Fratrum Minorum". Ese fue el nombre que quiso Francisco para su familia.
Nosotros con afecto los llamamos “Los Franciscanos”, como a nosotros nos llaman “Dominicos”. Pero Santo Domingo quiso para nosotros el nombre de “Orden de Predicadores”, y Francisco quiso para los suyos el nombre “Orden de Frailes Menores”
En esas dos palabras: “Frailes Menores”, se condensa una riqueza espiritual que conecta profundamente con el Evangelio, que conecta profundamente con el corazón humano, que conecta profundamente con la naturaleza, y que conecta profundamente con la Cruz.
Verdaderamente en ese nombre, “Frailes Menores”, hay un ideal, hay un llamado, hay un regalo. Le pido al Espíritu Santo que me ayude para expresar un poco de la hermosura que tiene este regalo, para que todos apreciemos lo que significa el legado, la herencia de Francisco, que tiene validez en todo tiempo.
Empecemos por esa palabra, la palabra “menor”. Es un comparativo. Ser menor significa ser más pequeño. Imaginémonos un fraile, uno de nuestros franciscanos apasionado, enamorado de su vocación, que cada mañana, al despertar, tomara esa palabrita: “menor”. Esa palabra podría convertirse como en su programa de vida espiritual. No dice: “Pequeño”, sino dice: “Más pequeño”
La diferencia entre la palabra “pequeño” y el comparativo “más pequeño”, es que cuando decimos “menor”, estamos hablando de un dinamismo, estamos hablando de un programa, estamos hablando de una tarea que nunca termina.
De inmediato podemos relacionarlo con uno que en la Biblia dijo algo parecido. San Juan Bautista dijo: “Conviene que yo disminuya, y que Él, -o sea Cristo-, crezca” San Juan 3,30. "Que yo disminuya, que yo sea menor". ¿Cuándo termina uno de ser menor? Nunca, porque Cristo nunca termina de ser mayor.
Cuando Juan Bautista dijo: “Conviene que yo disminuya” San Juan 3,30, no dijo: “Voy a disminuir en estos dos meses, o en estos tres meses, o hasta el próximo año. Que yo disminuya siempre más para que Cristo aparezca siempre más.
Por eso la palabra “menor” tiene un contenido tan profundo, porque es como un programa de Evangelio que cabe en un solo vocablo: “Que yo disminuya, y que Cristo crezca”.
"¿Cuándo termino de disminuir? Nunca. ¿Cuándo termino de ser un fraile menor? Nunca. Es lo que voy hacer el resto de mi vida y para toda la eternidad". Así puede pensar el fraile feliz de su vocación.
Pero no solamente es disminuir para que Cristo crezca. Disminuir también significa abrir espacio. Abrir espacio es recibir, acoger, hospedar; y así, el ideal de la minoridad, el ideal de ser menor se funde con el hermoso ideal de la fraternidad.
Preguntémonos, hermanos, qué es lo que impide la fraternidad en el mundo. Fraternidad significa reconocernos como hermanos, ¿qué es lo que frena? ¿Qué es lo que detiene la fraternidad?
Pues, entre otras cosas, no nos sentimos hermanos cuando sentimos que estamos compitiendo por unos mismos bienes. Cuando dos de nosotros estamos disputando por un terreno, por una idea, por el amor de una persona, por la autoría de un libro, cuando estamos disputando sobre algo, dejamos de ser hermanos, y nos miramos como enemigos.
Pero si lo examinamos mejor, la verdadera razón por la que no nos reconocemos hermanos, es porque no hay espacio suficiente para nuestro ego. Cuando estamos demasiado llenos de nosotros mismos no queda espacio para nadie más. Este es el lema de la soberbia: “Yo y nadie más”. Aquí se hace lo que yo quiera. Sólo hay espacio para mí".
Ya en los principios de la humanidad, según el hermoso relato simbólico del Génesis, a Caín le pareció la tierra demasiado chiquita para que cupiera también Abel. Según el relato, sólo había dos personas prácticamente en el mundo, Caín y Abel, pero a Caín le parecía que no cabía, no había espacio suficiente.
Cuando el ego, cuando el yo se infla y crece, no queda espacio para nadie más. No queda espacio para el hermano. No hay posibilidad de fraternidad.
Pues ahora miremos las cosas desde la perspectiva de San Francisco. Cuando disminuye el ego, cuando tomamos el ideal de ser menores, empieza a haber espacio para el hermano, empieza a haber espacio para todos, el mundo vuelve a ser la casa que Dios quiso para todos, porque Dios pensó en una vida abundante.
Dios, en el mismo relato del Génesis, dice a nuestros primeros padres: “Creced y multiplicaos” Génesis 1,28, Dios sabía por qué estaba diciendo eso, porque hay espacio para todos.
La tierra, este hermoso planeta, esta nave espacial gigantesca en que vivimos, tiene que ser la casa de todos. Aquí tiene que haber espacio para todos. Esta es la casa donde tienen que caber especialmente los pobres y los pequeños.
Cuando la violencia se levanta, empieza hacerse escaso el espacio. Ahí es cuando decimos: "Este niño no puede nacer", y viene el aborto; ahí es cuando decimos: “Este anciano ya estorba”, primero, "arrinconarlo", y después: “Ayúdale a que se muera; eutanasia”.
Ese es el lenguaje del yo inflado, hipertrofiado, gigantesco. No tiene espacio para los niños, ni para los inmigrantes, ni para los enfermos, ni para los excluidos, ni para los ancianos. Francisco es exactamente lo contrario.
En la medida en que caminamos en el ideal hermoso de la minoridad, resulta que sí hay espacio; resulta que podemos aprender del pequeño y del pobre; resulta que el niño también es maestro; resulta que el anciano es un pozo de sabiduría; resulta que el extranjero no es una amenaza, sino alguien que enriquece nuestra visión del mundo, nuestra manera de tratarnos unos a otros.
De ese modo, la minoridad engendra la fraternidad. Así sucedió en la vida de Francisco. Él empezó a vivir el ideal de ser menor y un día descubrió con alegría: “El Señor me ha dado hermanos”.
Francisco no se aferró envidiosa y celosamente a su vida espiritual altísima, sino que al contrario, reconoció en esos, en esa primera comunidad que quería estar con él, reconoció un regalo de Dios y reconoció que había espacio para ellos. La minoridad también nos hace capaces de contemplar todas las cosas como regalos.
Resulta que al ensanchar el corazón descubrimos que no solamente son regalos las personas humanas, la naturaleza entera, el cosmos, las estrellas, los arroyos, las plantas, las flores, todas ellas se convierten en regalos, y de sentirse regalado a sentirse feliz, no hay distancia.
Por eso, el carisma de Francisco es exuberante en alegría. Porque desde el momento en que me descubro como objeto de la predilección divina; desde el momento en que descubro que Dios ha derramado sus dones en favor mío y de todos mis hermanos, ¿qué reacción puede tener el corazón, si no es la alabanza, el júbilo, el gozo, la música?
Por eso es tan propio del carisma Franciscano la alegría, la fraternidad, la alabanza, la música. Esta fraternidad y esta alegría no tienen nada de superficiales. Hay que cuidarse mucho, porque la superficialidad es enemiga del Evangelio.
Si nosotros hemos descubierto que somos amados por Dios, el lugar donde mejor se ha declarado ese amor, el lugar donde Dios entregó todo el saco de su amor, donde derramó todos sus dones fue especialmente en la Cruz.
La literatura popular y el cine han hecho muy conocido a Francisco como amante de la naturaleza, como Patrono de la ecología. No es difícil imaginarse al hermano Francisco caminando, por ejemplo, por los bosques, bendiciendo a Dios, alabándole, cantándo junto con los pájaros. Eso es muy propio del corazón del pobre de Asís.
Pero, se ha comentado mucho menos, y se ha predicado mucho menos, y se ha subrayado mucho menos, que la alegría de Francisco tiene su máxima expresión en la cruz. Al fin y al cabo, la naturaleza es algo que casi todo ser humano puede disfrutar, mientras que la cruz es algo que casi parece reservado a unos pocos elegidos, que son capaces de descifrar su misterio y encontrar su alegría oculta.
Pero vamos a ver, en ese ser menor, y en ese abrir espacio al hermano, ¿qué va a suceder con el corazón? Lo más probable es que cuando damos la oportunidad a otra persona para que utilice de nuestro tiempo o de nuestros bienes, esa otra persona, herida por el pecado, como nosotros mismos, seguramente va a abusar.
Amar, abrir espacio es volverse vulnerable. Por eso el amor franciscano, en su expresión más genuina, no tiene nada de ingenuo. Amar no es simplemente sonreír y creer que todo saldrá bien.
El mismo Francisco, casi desde el instante de su conversión, empieza a experimentar oposición, burla, crítica, insulto, aislamiento, el ser relegado, el ser despreciado. Este es el destino de aquel que se arriesga a amar. Este es el destino de aquel que quiere ser menor. Volverse menor es darle la oportunidad a otros para que se crean mejores y mayores.
Por eso hay un riesgo terrible en esto de amar, hay un riesgo terrible en esto deservir, en esto apoyar. Hay unos riesgos muy grandes, y la gente no nos entiende, a veces, y se burla. Francisco conoció esta clase de reacción de los demás.
Y a medida que el amor se vuelve más grande, a medida que la disponibilidad se vuelve mayor, también el dolor se vuelve mayor, porque cuando amamos más, es como si preparáramos un regalo mejor y más bello y más grande para darlo a los demás.
¿Y no es verdad que duele entregar un regalo y no nos lo reciban? ¿No es verdad que duele entregar un regalo y que nos den por pago burla o insulto? Por supuesto que esto duele.
Y así, el amor de minoridad es un amor que tiene que pasar por la cruz, y de hecho, sólo en la cruz se demuestra como genuino, sólo en la cruz aparece como verdadero.
Solamente, en la prueba, en el crisol de la cruz, sabemos cuál amor es simple superficialidad, simple pasarlo bien y qué amor es nacido de Dios, porque no todos los amores vienen de Dios. Si nos vamos a una excursión, si nos vamos a un paseo, y disfrutamos de la naturaleza, ahí es muy fácil ser franciscano.
Pero cuando amar implica perdonar, tener paciencia, seguir orando, seguir sonriendo, seguir esperando, según el modelo de la Primera Carta a los Corintios, capitulo trece: “El amor no lleva cuentas; el amor lo disculpa todo” 1 Corintios 13,7.
Cuando la palabra “amor” La leemos desde esa clave, estoy seguro que ya no resultan tantas vocaciones. Ahí es más difícil.
Pero, cuidado, el amor que no pasa por la cruz, el amor que no recibe la bendición de la cruz, probablemente era una farsa. Más que amar a los demás, a menudo lo que hacemos es amarnos a través de ellos, y eso no es verdadero amor, esa no es expresión del amor que viene de Dios.
Por eso, siguiendo nuestra línea, la minoridad y la fraternidad tienen que pasar por la cruz. El mismo Francisco encontró en Jesucristo, no sólo su mejor maestro, su mejor amigo, su hermano, su modelo, encontró en Cristo su confidente.
Y esa intimidad, esa profunda intimidad con Jesucristo, ese empezar a sentir: “Jesús, me está pasando lo mismo que te pasó a ti; tú viviste lo que ahora vivo yo". Ese es el secreto de Francisco.
Si lo pensamos bien, esta clase de unión con Cristo es precisamente el fruto más maduro del amor. Decirle canciones a Cristo, darle aplausos a Cristo lo puede hacer cualquiera; compartir la vida de Cristo, estar con Él, vivir con Él, vivir de Él, vivir para Él, vivir hacía Él, vivir desde Él, aplícale todas las preposiciones, eso ya es otra cosa.
Pero ese es el amor. Ese es el amor que embriaga el alma sin hacerla pecar, y este es el misterio de los ojos, y de la sonrisa, y del encanto de Francisco de Asís, que tiene un amor que embriaga sin pecado, un amor que colma, que llena, porque es de verdad.
Para llegar a ese amor, aplícale todas las preposiciones a Jesucristo: vivir con Él, vivir de Él, Vivir desde Él, Vivir para Él, vivir hacía Él. Cristo se convirtió en la divina obsesión del pobre de Asís.
Lo más grande que él podía sentir, la alegría que podía ser mayor en su corazón es: "Me está sucediendo el Evangelio". Las páginas del Evangelio, las letras del Evangelio saltaban de esas hojas y caían en las llagas de Francisco, en la piel de Francisco, en la mañana, en la tarde y en la noche de Francisco. El Evangelio se volvió su carne y su carne se volvió Evangelio.
Cuando el Papa le preguntaba a Francisco cuál era la regla de los hermanos, la respuesta de Francisco fue prácticamente: “Copiar el Evangelio”. Esa era la vida de él, eso era lo que él vivía, ese era su estilo de amar.
Y es que mis hermanos, un amor que quiera merecer ese nombre, es amor que lleva a la unión. Qué tal sería eso de: “Yo te amo, pero nunca te visito, nunca te volteo a ver, nunca te hablo, no quiero ir a tu casa”? ¿Qué clase de amor sería ese? Incluso desde el punto de vista humano, el amor lleva a la unión.
Por eso nos abrazamos con los que amamos; por eso las parejas, cuando se aman, se besan, y no sienten asco el uno del otro, sino que quieren estar juntos, y por eso esa unión de amor lleva finalmente a la fecundidad de la carne en los esposos.
El amor es unión, el amor llama a la unión. Pues el amor de Francisco es amor que lleva a la unión, una unión con Cristo que le permite decir a este santo: “El Evangelio está sucediendo en mí”, “las páginas del Evangelio están ya en mi corazón, están en mi carne, están en mi mañana, mi tarde y mi noche”.
La fraternidad, la minoridad, y la vida crucificada, esa vida de unión con el Crucificado está representado en el famoso abrazo franciscano. Qué modo tan elocuente encontraron los artistas para demostrar la unión entre Francisco y Jesús. De ningún otro santo en la Iglesia Católica se ha dicho tanto en este elogio: "Es el hombre que más se ha parecido a Jesucristo".
Y en verdad, la hermosura de la gloria de Cristo que brilla en Francisco, tiene un encanto que incluso supera las barreras de la Iglesia Católica, las barreras del Cristianismo.
Él mismo quiso ser misionero, y como lo sabemos fue hasta Tierra Santa, hablando, presentándose ante personas de otras religiones, en concreto, musulmanes.
Era tanta la presencia de esa humildad, de ese amor, había algo tan universal en su manera de amar, que lejos de despertar violencia, despertó sentimientos de fraternidad.
¡Cómo nos hace falta hoy San Francisco de Asís! ¡Cuánta falta nos hace! Necesitamos ese espíritu de minoridad, que domestique nuestros egos inflados; necesitamos espíritu de fraternidad, que elimine las mentiras de la cultura de la muerte y le abra espacio a los más pobres, a los excluidos, a los que van a ser abortados, a los que quieren ser relegados.
¡Cuánto necesitamos de Francisco de Asís para que la palabra “amor” sea purgada de tanto engaño, de tanta basura, de tanta fachada mentirosa! Necesitamos que Francisco nos guíe con paso resuelto, con paso alegre, varonil, firme, nos guíe por la senda del Evangelio y purifique nuestra manera de amar, pero sobre todo necesitamos que el Evangelio se vuelva visible en nosotros. Necesitamos ir más allá del grupo de los que vienen a la iglesia.
Yo he tratado en esta homilía de predicar lo mejor que he podido. Ahora es el turno de ustedes, porque hay mucha gente que no viene a la Iglesia, hay mucha gente que no oye al sacerdote, hay mucha gente que tiene prejuicios tan fuertes, que con sólo saber: "¡ah!, ese es un cura; no le oigo".
"Cura, igual, no oigo"; monja, igual, no me interesa". Esos, los que tienen esa tara terrible en su mente, necesitan de ti, necesitan que tú saques las páginas del Evangelio, que las arranques de ese libro, que te las lleves pegadas a tu carne como Francisco, que te las lleves a tu vereda, que te las lleves a tu escuela.
Llévate, como Francisco, las páginas del Evangelio, para que nadie pueda decir que desconoce el misterio del Amor Divino.
Que Francisco interceda por cada uno de nosotros. Que interceda y haga cada vez más fecunda, hermosa, bella esta Orden de los Frailes Menores. Que nos siga enseñando a nosotros sacerdotes, porque si nosotros no disminuimos para que Cristo crezca, muy malos servidores seremos de la Palabra.
Que Francisco, en fin, haga crecer en todas partes un espíritu abierto y generoso, para que podamos abrazarnos como hermanos, porque así lo quiso nuestro Padre Celestial.
Amén.@fraynelson

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