lunes, 3 de noviembre de 2014

Parece mentira

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   He aquí la mayor desgracia que le puede ocurrir a un ser humano: que Dios le invite al Cielo, y él quiera ir a otro sitio, a cualquier sitio que no sea el Cielo.

   He comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por favor. ¿Y qué diantres habrá en un campo –aunque sea de fútbol– para que uno lo prefiera a las delicias de Dios? Sin embargo, cuando hay partido viene menos gente a misa.

   He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor. ¿Cómo es posible que prefiera uno estar probando yuntas y oliendo el aliento de los bueyes a participar de la mesa de Dios? Sin embargo, por placeres animales y goces que también disfrutan las bestias pierden muchos la herencia divina.

   Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo ir. Sin comentarios. Vino a la iglesia a casarse porque era más bonito que el juzgado, y después de la boda salió de la iglesia para no volver. Hasta el día de su entierro, supongo.

   ¿Y todavía le echaremos la culpa a Dios si las almas se condenan? ¡Pobre Dios!

   Sal por los caminos e insísteles hasta que entren. Ya sabes

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