sábado, 22 de noviembre de 2014

La vida dl cristiano es dramática


Título: La vida del cristiano es dramatica


Hermanos:
Está a punto de culminar el año litúrgico. Ya mañana celebra la Iglesia el último domingo del tiempo ordinario. Este se llama el domingo de Cristo Rey del Universo. Mañana tendremos, pues, la solemnidad de Cristo Rey. Y las lecturas de la Santa Iglesia para la Eucaristía durante todos estos días nos han venido preparando a la contemplación de Cristo como Rey del Universo.
Por eso hemos escuchado, como se hace en los años pares, -estamos en el año 1996-, textos del Apocalipsis. El tema central de este libro es el desenlace de la historia. Fue escrito para un momento concreto, fue escrito para un momento de persecución, pero lo que se dijo a esos cristianos tiene un valor que trasciende ese momento histórico.
Y por eso en el Apocalipsis podemos saber tres cosas: con cuántas dificultades nació la iglesia, cuál va a ser el desenlace de mi vida, de tu vida y la de cada uno de nosotros, es decir, cuáles son los elementos esenciales de la lucha por el Evangelio hasta morir; se nos entreabre también como una especie de rendija para asomarnos a los hechos del final de la historia de la Humanidad.
Algunas personas hablan del Apocalipsis como si fuera una descripción de una película de los últimos días del mundo. Otras personas hablan de este Libro como si fuera a ser un documento histórico para el siglo primero, para los cristianos perseguidos por el Imperio Romano.
En realidad, el Apocalipsis es esas dos cosas y hay más que eso: es un testimonio de la horrible persecución del Imperio Romano y es también una rendija que se nos entreabre sobre el destino de cada persona y las dificultades del reinado de Cristo en cada persona y la llegada de ese reinado de Cristo para toda la Humanidad.
Hablo de dificultades del reinado de Cristo porque, efectivamente, ya el mismo Señor Jesús había dicho: "Si un hombre fuerte tiene su casa bien guardada y llega otro más fuerte y lo vence, se alza con los despojos" San Lucas 11,22.
Esta es una palabra misteriosa que Jesucristo usa para enseñarnos una verdad profunda. Ese hombre fuerte que se sentía seguro en sus posesiones y en su casa es el pecado que se ha adueñado de una vida y es el más fuerte que logra vencer al forzudo y que le quita lo que creía poseer.
Ese es Cristo el Señor. En efecto, en ese pasaje Cristo se está refiriendo a su obra de exorcista, de librador.
De modo pues que el reinado de Cristo es un reinado de paz, justicia y amor, pero es también un reinado que tiene una violencia, la violencia de las garras que no quieren soltar su presa. Salir de las garras del pecado, de las garras del demonio. El demonio está detrás de todo pecado, pero detrás no significa inmediatamente detrás.
Salir de las garras del pecado y del demonio requiere vencer y abrir esas garras. Hay que tener claridad, hermanos, en el sentido de que ningún pecado nos va a soltar. Los pecados no nos sueltan a nosotros, ningún pecado nos va a dejar ir por las buenas, el pecado está demasiado amañado en nosotros.
El pecado es como ese pésimo inquilino que ya se acostumbró y que lleno de mañas de todo género, impide su salida y no deja ser arrojado. Por eso la erradicación completa del pecado entraña lucha, pero es una lucha astuta y eso es lo que nos revela el Apocalipsis: la lucha que el pecado realiza dentro de nosotros y al mismo tiempo en contra de nosotros, es una lucha astuta.
Yo me permito recordar el momento ese de las tentaciones de Cristo, según nos lo narra el evangelista Lucas. Es el único Evangelista que nos dice que el demonio se apartó de Cristo, eso lo dicen todos, pero lo nuevo es esto: "Se apartó de Cristo hasta el momento apropiado" San Lucas 4,13.
Mientras estemos en esta vida no hay ningún pecado que se haya despedido; ningún pecado se ha ido definitivamente vencido, ninguno, y si ha habido algún género de pecado que tenga como autoridad, que tenga como fuerza en nuestra vida, que durante algún tiempo no haya dado qué hacer y qué sufrir, no se va a ir por las buenas, y si se va, buscará el momento de regresar.
Esto hace que la historia de la gracia en nuestra vida sea la historia de un drama, y el que no se dé cuenta de este detalle, el que no caiga en la cuenta de este detalle, si no caes en la cuenta caes en las garras.
Tiene garras el pecado, es pegajoso y sabe de nosotros y sabe de nuestra psicología y sabe de nuestra debilidad y sabe por donde cual es la fe caída en donde hay que seguir martillando. Uno no cae en la cuenta de esto, pues cae en el pecado, recae en el pecado.
La historia de la iglesia, la historia de cada cristiano, la historia de la humanidad es una historia dramática, eso nos lo recuerda el Apocalipsis por medio de una cantidad de imágenes. Una historia dramática quiere decir, entre otras cosas, que su desenlace no sucede pacíficamente.
Hacemos muy bien cuando oramos con la iglesia y repetimos: "Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
La hora de nuestra muerte es nuestro Apocalipsis. Hacemos bien en encomendar a Dios y a la oración y a la fe y a la ternura de María este momento de la muerte, porque ese es el momento de la lucha decisiva. A San Martín de Porres, el obispo, santo el primero y primero de los canonizados no mártir.
A San Martín de Porres le sucedió esto: Este obispo estaba ya acercándose al final de la vida y le fue concedido ver cerca de él, la espantosa pero realísima figura del demonio. Con voz recia y serena, dirigiéndose expresamente a él, al demonio, le dijo: "¿Qué pretendes de mí, bestia feroz? Nada encontrarás en mí, porque soy de Cristo". Y alejó así a este último ataque.
Entonces, nuestra primera enseñanza es: la vida del cristiano es dramática, y la manera en que a uno le vuelvan a dar de lo mismo es creer que uno ya está curado, creer que uno ya está curado, creer que uno ya venció, que ya superó.
¿Usted sabe cuál es la gran técnica en el tratamiento de los alcohólicos, según los Alcohólicos Anónimos? La gran técnica es decirle a la persona: "Lo suyo es incurable".
Esto es lo que cura. Fíjate la paradoja: lo que cura al alcohólico y lo que hace que no recaiga es decirle que "lo suyo es incurable"; la persona al principio desespera: "¿Cómo va a ser incurable? Eso cualquiera lo domina".
"Si fuera difícil dejar el trago, yo ya he dejado el trago quinientas treinta veces". El hombre ese, siente que su problema es curable y cada vez que se siente curado, recae.
Hermanos míos, parece que la gran estrategia es decirse uno: "Lo mío es incurable, mi tendencia al pecado es incurable, y esto le da un color de drama a mi existencia que es dramática". La persona reniega: "No, ¿cómo va a ser incurable? Pero ¿no existe la redención? ¿Pero va a estar toda la vida peleando? ¿Cómo va a ser eso?"
Después de que la persona ha echado toda su babaza, después de que ha pateado las paredes, las piedras, se ha arrancado los cabellos, se ha dormido después de largo llanto, al otro día se despierta, entonces se le dice: "¿Sabe una cosa? Lo suyo es incurable".
¿Cómo va a ser incurable?" Y arranca otra pataleta. Al tercero, cuarto o quinto día, a las dos semanas, a los tres meses, o a los cinco años la persona llega a la conclusión: "Mi tendencia al alcohol es incurable".
Cuando cae en la cuenta que eso es así y cuando ya se trata a sí mismo como un incurable, empieza a tenerse misericordia y esa es la raíz de la sanación.
Es que la persona que no admite que lo suyo es incurable se trata con crueldad: "Yo tengo que superar esto, porque yo no soy un alcohólico y no tengo tendencia al alcohol; yo puedo vencer esto en realidad, porque soy una persona sana, yo soy una persona buena, sólo que me han pasado cosas malas, pero yo soy bueno".
¿Sabe qué? ¿Usted cree que decir que es bueno, es bueno para usted? No, porque cada vez que usted dice: "Yo nací bueno, yo soy bueno", contradiciendo lo que hemos explicado del pecado original, cada vez que la persona dice: "Es que yo soy bueno, es que soy mucho lo bueno, pero es que mire, hay buenos y yo; yo soy muy bueno pero es que lo que pasa es que no me han dado la oportunidad; yo soy bueno, lo que pasa es que hay otra persona ciega; yo soy bueno, lo que pasa es que me cogen en mal momento".
¿Cuándo empieza su mal momento, como a las cinco y media de la mañana? ¿Y cuándo se acaba, como a las once de la noche? "Me cogen en mal momento, pero yo soy bueno". ¿Sabe para qué sirve eso? Esa también es estrategia sutil y es astuta del demonio. Qué bueno que usted diga que es bueno, ¿sabe para qué sirve eso? Para que usted se maltrate.
"¿Cómo yo siendo bueno, logré hacer esto? "Yo que soy tan bueno, ¿por qué no logro ser feliz? Yo que soy tan bueno, si yo tengo todo para ser bueno, ¿por qué no logro yo que haya bondad en mi vida, si yo soy bueno?
Fíjate como la frase: "Yo soy bueno" es la peor de las crueldades que puede decirse una persona, porque cada vez que se tropiece con su pecado y cada vez que se tropiece con la mediocridad de los demás, ¿qué le toca hacer? Llorar, maldecir, patalear, alegar.
En cambio, el otro que ha caído en la cuenta de que lo suyo es incurable, tiene un acto de misericordia para consigo mismo y llega a la conclusión: "si lo mío es incurable, yo tengo que vivir con este alcohólico que yo soy".
Mira, esto es esencial en el tratamiento de una cantidad de problemas psicológicos, pero frente a esos problemas psicológicos hay una enfermedad mas profunda que toda psicología, que es el pecado.
Pues bien, una vez que nos reconocemos que somos reos de ese pecado y necesitamos de esa salvación y entendemos que esa es nuestra condición, verdaderamente nos abrimos a la gracias de Dios y soportados en Él, entonces sí damos lo mejor y mayor de nosotros mismos. Una vida distinta se abre, una vida nueva, esa vida que Dios quiso para nosotros.
Fiémonos de Él; fiémonos de su nombre; fiémonos de su Palabra. La victoria es suya.
Amén.@fraynelson

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