lunes, 10 de noviembre de 2014

Cristiano o humano


Título: Ver por los intereses de Dios
Nosotros como cristianos sabemos que estamos aguardando el retorno de Jesucristo, esta es una verdad muy importante que hay que tenerla a la vista, porque significa mucho más de lo que parece. En un primer momento, entre otras cosas, el retorno de Jesucristo indica que nuestra historia humana no ha sido solamente bendecida por el Señor como un proyecto para esta tierra.
Esta es la diferencia o una de las diferencias entre el Cristianismo y las más diversas formas de humanismo. La filosofía, la política, la economía trabajan por hacer más hermosa, más saludable, más justa esta tierra; el cristianismo tiene también una palabra en este sentido, porque el amor que trae Jesucristo a nuestras vidas, florece efectivamente en justicia, en amor, en solidaridad, en trabajo por la paz, pero no se agota ahí.
Nosotros como cristianos no somos solamente como un proyecto de mejoramiento de la tierra, nosotros no somos solamente trabajadores para este mundo, tenemos en nosotros una fuerza, una vida que trasciende la historia, que supera todo lo creado y todo lo visible, es decir, tenemos en nosotros una fuerza, una promesa que apunta hacia eso que sólo Dios puede darnos.
Así como el comienzo de nuestra vida cristiana estuvo marcado por una obra que sólo Dios puede hacer, así también el final de mi historia, de tu historia y de toda la historia, está marcado por algo que sólo Dios puede hacer.
Si a uno se le olvida que sólo Dios podía empezar esta historia de amor, que es la vida cristiana, uno termina creyendo que siendo cristiano significa volverse bueno. Buenas personas y buena gente hay en todas partes, en los ateos, musulmanes, budistas, los que sea; el mensaje nuestro no es solamente: “Sea buena persona”; para que sea buena persona basta con que a uno le vaya bien en la vida y con tener dos dedos de frente.
Con un poquito de inteligencia y con un poquito de suerte uno se vuelve una buena persona, para eso no vino Cristo, para eso no derramó su Sangre Cristo, para eso no tuvo que sufrir hasta el extremo.
Si Cristo pasó por el dolor inenarrable de la Cruz, si Cristo sufrió hasta el extremo, y si fue preciso que derramara su Sangre, no es simplemente por un mensaje de "portémonos bien, sonriamos y seamos buenas personas", es porque hay bloqueos fundamentales, hay barreras en la vida humana que no logramos nosotros derribar con nuestras fuerzas ni con nuestros buenos propósitos.
El que no haya descubierto esto, difícilmente puedo yo llamarlo cristiano. Si tú crees que con todo lo que te propongas lo logras; si tú crees que con tu inteligencia y con tu buena voluntad todo se puede, y para que este mundo sea mejor basta con que todo el mundo piense lo mismo, tú eres un humanista, igual puedes ser ateo, musulmán o lo que fuera; para pensar así no se necesitaba ser cristiano.
Uno empieza a ser cristiano convencido cuando se estrella con la limitación de uno, cuando se estrella con la debilidad de uno, cuando se ve ante una pared, cuando uno siente que cuelga sobre el abismo y uno dice: “De esta no me salvo yo, necesito ser salvado”.
Cuando uno descubre esto, empieza a ser cristiano. Es decir, cuando uno descubre que más allá de la voluntad y los buenos propósitos de uno o de cualquier persona, sólo Dios puede hacerme distinto, y cuando uno empieza a mirar a las demás personas también así, ahí es cuando uno verdaderamente es cristiano.
Esas personas que vemos bloqueadas patinando sobre sí mismas dando vueltas sin lograr salir nunca a flote, esas personas cuando son vistas por los ojos de un humanista que no es cristiano, dirá: “Ah, pero es que édse nunca se lo propone, es que él nunca quiere”. El cristiano, en cambio, sabe que esa imposibilidad radical para redimirnos, es la cara negativa de una moneda que tienela cara positiva. Sólo Dios puede cambiar nuestra vida.
Así pues, el comienzo de la vida cristiana está ahí en el descubrimiento de que sólo Dios puede cambiarme radicalmente a mí, sólo Dios puede cambiar radicalmente a las personas que me rodean y sólo Dios puede cambiar radicalmente esta humanidad. Si uno ya ha descubierto eso, y si uno ha creído en esa palabra, uno tiene su vida cristiana fundamentada en el cimiento que es; si no conoce esto, no conoce la vida cristiana.
Pero aquí pasa lo mismo que una cadena que estuviera colgada, por ejemplo, entre dos edificios. El principio de la cadena no se sostiene sobre sí mismo, luego los eslabones se agarran unos con otros, pero la cadena tiene que estar agarrada al edificio; ese edificio firme en donde está anclado el comienzo la vida cristiana, es la gracia la gracia de Dios.
Yo no podía transformarme a mí mismo, sólo Dios me dio piso, sólo Dios me dio ancla, sólo de Dios puede agarrarme. Luego, cada eslabón se agarra de los otros, de acuerdo, pero el primer eslabón se tenía que agarrar de algo distinto, una cadena no se puede colgar de ella misma, tiene que estar agarrada de algo firme.
Pero la cadena tampoco queda así suspendida. Si yo la tengo agarrada sólo de un lado, al final de la cadena también es necesario que se agarre de otro edificio, la cadena no se puede mantener así colgada, agarrada de sí misma; aunque cada eslabón se agarre a otro, al final tiene que estar soportada de nuevo por algo distinto de ella.
Eso es lo mismo que pasa en la vida cristiana, esa cadena es la vida cristina, ¿por qué la llamo cadena? Porque cada eslabón se va agarrando uno de otro, así como cada día se sustenta en el día anterior y prepara el día siguiente, de acuerdo, pero el principio de la vida cristiana no está en la misma cadena sino en el edificio, en el muro en el que se soporta.
Así también la vida cristiana tiene en el comienzo su soporte, en el muro que es la realidad del amor fiel de Dios, es decir, de la gracia. Y en el otro extremo de la cadena ¿qué hay? La gracia también.
Nos enseña Santo Tomas de Aquino: “Perseverar hasta el final en la fe, es pura gracia”. Ningún acto de nuestra vida merece de suyo, en la justicia, la perseverancia final.
De modo que aquí hay una advertencia para nosotros. Resulta que el perseverar un día y otro día está bien, ¿pero quién te asegura que hasta el final tú vas a perseverar en la fe, vas a perseverar en la misericordia, vas a perseverar en el amor, vas a perseverar en el perdón? ¿Quién te asegura eso?
Por eso hay que aprender a mirar la vida cristiana como esa cadenita que les estoy describiendo, que tiene un comienzo en la firmeza del amor de Dios, en la gracia, y tiene un final en la misericordia y en la gracia de Dios.
De nuevo, sólo en la gracia de Dios está el comienzo de nuestra vida y sólo en la gracia de Dios está el final de nuestra vida; uno no puede garantizar la perseverancia final, así como tampoco puede garantizar el comienzo de la vida cristiana; así como tú no podías producir el comienzo de tu vida cristiana, tú tampoco puedes producir la firmeza final de la fe en la vida cristiana; eso no lo puedes garantizar.
Claro que alguien dirá: "Bueno, eso vale para las personas que no han conocido al Señor, pero yo he conocido al Señor y yo sé que el Señor es firme y yo sé que yo voy a perseverar" ¡No caigas por presunción! Tú no sabes qué tipo de tentaciones te pueden llegar, tú no sabes qué tipo de debilidades te pueden llegar!
Hay obispos que se apartaron de la fe, y hasta donde llegan nuestros ojos, murieron separados de la Iglesia. Hay sacerdotes, hay misioneros, hay religiosas, hay laicos comprometidos, tú no busques tu firmeza en ti, no pienses que tú vas a ser firme hasta el final y que porque has avanzado hasta ahora necesariamente llegarás hasta el final.
Los santos nos enseñan que la perseverancia final hay que suplicarla, hay que rogarla, pero no hay que pensar presuntuosamente que uno necesariamente va a tener la fortaleza que se necesita en esos últimos momentos.
Una vez que entendemos que la vida cristiana empieza por gracia y se sostiene por pura gracia, es decir, que en su comienzo y en su final está agarrada solamente del amor fiel de Dios y de su pura misericordia, una vez que esas cosas quedan claras para la vida de uno, uno también entiende que lo mismo sucede con la historia humana.
Ningún acto de la humanidad fue suficiente para merecer que Cristo se encarnara, ninguno, ningún acto era suficiente para eso; así también ningún acto de la humanidad es digno del retorno de Jesucristo para la consumación de la historia, ninguno.
La historia humana es también como esa hermosa cadena de misericordias de Dios que tiene su comienzo en algo que la humanidad como tal no podía merecer; y que tiene su final en algo que la humanidad como tal no puede merecer.
De aquí la ignorancia radical de la que nos habla el evangelio: “No sabéis el día ni la hora” San Mateo 25,13, esta expresión de Jesucristo no hay que tomarla solamente como especie de manera de asustarnos, como quien dice: "Vivan asustados, vivan miedosos, vivan aterrorizados, porque no saben lo que va a pasar.
Cristo no habla aquí para asustarnos, evidentement, Él nos amonesta para que estemos despiertos y vigilantes, pero no nos está hablando para asustarnos.
“No sabéis ni el día ni la hora” San Mateo 25,13, quiere decir en este lenguaje teológico hermoso que estamos compartiendo hoy, quiere decir, ningún día es digno, ninguna hora es digna, ningún día tiene todas las claves por las cuales tú puedas deducir racionalmente: “Cristo tiene que llegar ahora”; ninguna hora tiene las claves completas para que tú puedas deducir: “Cristo tiene que volver ahora”.
La llegada de Jesucristo, el retorno de Jesucristo no puede ser deducido, no puede ser merecido, no brota de una especie de ley necesaria de la historia humana.
“No sabéis ni el día ni la hora” San Mateo 25,13, quiere decir, ese retorno, esa llegada final del Esposo, que es Jesucristo, sólo vendrá, sólo llegará a nosotros, no por algo que nosotros podamos entender de la historia, sino por algo, por una razón suprema de amor libre, generosísimo de Dios, que querrá completar en ese momento todo lo que nosotros somos.
Por eso, no hay que mirar esta expresión sólo como una expresión de terror: “No sabéis el día ni la hora” San Mateo 25,13, "¡qué miedo!" Que tenga miedo el que no está en amistad con Dios; pero para nosotros, que queremos vivir en amistad con Dios, esta no es una expresión de terror sino es una expresión de admiración y de júbilo.
Yo no sé cuál será el día y ni cuál será la hora, no tengo ni idea. ¿Eso qué quiere decir? Que será puro regalo divino, será puro regalo del amor de Dios. El retorno de Jesucristo es descubrir que Dios va a hacer algo, que no podía brotar de nuestra tierra, que no podía salir de nosotros, algo que tiene su comienzo solamente en su corazón de Padre, y en el fondo, en el centro de su designio celestial.
¿Y cómo podemos aplicar esto a nuestra vida? Bueno, vamos a aplicarlo de tres maneras. Lo primero, para un mundo que vive en pecado, porque eso no lo podemos negar, que el mundo vive distraído de Dios; para un mundo que vive en pecado, “no sabéis ni el día ni la hora” San Mateo 25,13, ¿qué nos dice a nosotros? Hombre, que hay que evangelizar, que hay que propagar la misericordia, que hay que anunciar por todas partes la noticia de Jesús.
Porque es terrible para ellos, no para nosotros, es terrible para ellos que llegue así la muerte, que llegue el final, que vuelva Jesús y que los encuentre sin prepararse.
Qué dolor he tenido yo personalmente, y me imagino que muchos de los que estamos aquí, con ese accidente donde murieron más de doscientas personas. En el curso de unos minutos, despedazados, destruidos, regados en las aguas de un océano impetuoso, ¡eso es terrible! ¿Y esas personas, ¿qué? Pues las dejamos en las manos de Dios, sí, a ellas ya sólo podemos dejarlas en las manos de Dios.
¿Pero y los que no han tenido ese accidente? ¿Los que están todavía cerca de nosotros y que viven mal, y que viven en pecado, y que viven olvidados de Dios? Para ellos esto que dice Jesús es una advertencia muy severa, es una advertencia muy grave, y para nosotros implica el deber, el hermoso deber de evangelizar, el hermoso deber de propagar la noticia de Jesús, porque no podemos estar tranquilos sabiendo que ni esas personas ni nosotros sabemos el día ni la hora.
Cristo viene al final de los siglos, vendrá glorioso, por lo pronto va visitando la historia en cada persona que muere; Cristo viene, ¿y esas personas qué? Me decía hermosamente una persona, meditando en esto: "Yo no puedo ser culpable de lo que las otras personas hagan, pero sí puedo ser culpable de no haber hecho lo posible para que no hicieran eso que hicieron".
Es lo mismo que le dice Dios al profeta Ezequiel: “Si yo le digo al malvado: "¡Vas a morir!", y tú no le adviertes, él morirá por su pecado; pero a ti te pediré cuentas. Si yo digo al malvado: "¡vas a morir!", y tú le adviertes y él no se convierte, él murió, tú salvaste tu vida” Ezequiel 33,8-9.
Ahí está mi responsabilidad. De modo que este es un texto que nos lanza a evangelizar, mire, a dejar de enredarse uno en tantas bobadas, a dejar de enredarse uno en tantas cosas de esta tierra y en sentimientos, emociones, problemas; hay que soltar las cosas y pensar cómo se propaga el nombre de Cristo. Esta es una primera aplicación de este lenguaje.
Segunda aplicación. Si yo no sé ni el día ni la hora, yo tengo que aguardar a mi Señor. Ahora vamos aplicarlo, no para otras personas, sino para nosotros mismos. Tengo que aguardar a mi Señor", y la parábola que nos ha dicho Jesucristo de estas diez doncellas o diez vírgenes, nos invita a aguardar al Señor, no de cualquier manera, es aguardarlo con una cierta calidad.
Hay una calidad de espera, hay una espera cualificada que es propia del cristiano. Todas estas vírgenes estaban aguardando al Señor, todas; debido a su ignorancia de la hora del retorno y debido a su cansancio, todas durmieron, no es eso lo que se les critica, lo que se les critica es la calidad de la espera, unas tenían aceite otras no tenían aceite.
Se han dado muchas interpretaciones sobre lo que significa ese aceite, yo voy a comentarles una interpretación para mejorar la calidad de nuestra espera. ¿Cuál es la diferencia entre las vírgenes necias y las vírgenes prudentes? ¿Las doncellas que no tenían aceite y las doncellas que sí tenían aceite?
Las que no tenían aceite tuvieron que salir a esa hora de la noche a tratar de conseguir en alguna parte, las que tenían el aceite no tuvieron que salir a buscarlo a otra parte, lo tuvieron consigo y por eso pudieron entrar al banquete de bodas cuando llegó el esposo.
¿Esto que parece indicarnos a nosotros? ¿Esto qué nos indica directamente a nosotros? Nos indica una calidad de espera ¿Y en que consiste esa calidad? Si tú puedes responder por ti mismo, tú tienes el aceite; si tú tienes que depender de lo que otros digan, tú no tienes el aceite.
Esta es una interpretación, hay muchas y son muy bonitas todas, yo les comparto esta que me parece muy bella. Fíjate una cosa, cuando Jesús se encuentra con la samaritana, la samaritana va y le dice a la gente: “Miren, a alguien que me ha dicho todo lo que he hecho, ¿será este el Mesías? San juan 4,29.
Y luego toda esa gente de ese pueblo de Sicar, fueron donde Jesús, se encontraron con Jesús y hablaron con Jesús, y nos cuenta la Sagrada Escritura al final de ese capitulo cuarto del evangelio de Juan, la gente de Sicar, del pueblo de Sicar, al final decía esto: “Ahora nosotros no creemos porque tú lo hayas dicho, sino que nosotros mismos nos hemos dado cuenta” San juan 4,40.
Tiene el aceite aquella persona que tiene la convicción radical, que no depende del testimonio de otros, que no depende de las circunstancias exteriores.
El que para creer en Dios depende de las circunstancias exteriores, por ejemplo, que le vaya bien, que tenga salud, que tenga afecto, que sea aceptado, el que depende de las circunstancias exteriores, no tiene aceite; el que, en cambio, tiene una convicción tal, que aunque estuvieran cerradas todas las tiendas, sigue con su lámpara encendida, ese sí tiene el aceite.
¿Qué significa entonces la calidad de la espera? Significa esperar a Jesucristo de tal manera, que aunque todo fallara, aunque todo el mundo dejara de creer, aunque fallaran todos los testimonios externos, aunque la enfermedad se abalanzara, el fracaso económico nos ahorcara, aunque nuestra fama fuera destruida, aunque nadie nos diera una gota de aceite, estuviera entre nosotros una convicción tal, que nuestra vocación cristiana estuviera firme.
¡Me encanta esta interpretación, que uno tenga una convicción así!
Hay una canción que dice eso: “Y aunque todos me digan que eso no es verdad, yo lo siento en mi vida, aun más, mucho más”. Ese es el aceite, tener el aceite con nosotros significa exactamente eso, tener una convicción que no dependa de nadie, que no dependa de que las cosas me salgan bien, que no dependa de que me agradezcan, que no dependa de que me aplaudan, que no dependa de la salud, que no dependa ni siquiera de que mis razones sean acogidas.
Sólo cuando uno espera a Jesús con esa calidad, cuando uno aguarda a Jesús con esa calidad, uno puede encontrarse finalmente con el Señor.
Tengamos en cuenta que esto vale no sólo para el retorno último de Cristo, esto vale para la hora de la muerte de cada uno de nosotros; no se nos puede olvidar que en la hora de la muerte todo se va a derrumbar, todo, nadie puede morir por nadie; cuando tú te mueras, te mueres tú, nadie puede morir por ti, por eso decía el poeta: “¡Pero que solos se quedan los muertos!”
Nadie puede morir por ti, eso significa que toda lógica exterior, todo dinero, toda fama, toda salud, toda prosperidad, todo exterior va a estar cerrado como las tiendas de aceite.
Hay que morir con una fe que esté radicalmente unida a Dios, aunque todo falle, el que muere así, sale al encuentro de Jesucristo; esa es la fe que tenemos que pedirle a Dios, ese es el aceite que tenemos que tener, porque si en ese momento definitivo tenemos que ir a mendigar testimonios, la sala del banquete se cierra y te quedas por fuera.
Pidámosle a Dios esa fe así, una fe indoblegable, una fe indestructible, una fe que pase por encima del rechazo de las personas, de la incomprensión de las personas, del aplauso de las personas; una fe más allá de lo que hagan o digan las personas, esa es la calidad de espera que nosotros hemos de tener.
Y la tercera aplicación. Jesucristo nos invita aquí a velar, nos invita a estar despiertos. Estar despiertos, velar. Yo aprendí esta explicación sobre lo que significa velar y quiero compartirla con ustedes.
Vigilar o estar despierto es indudablemente estar atento a, -uno cree que está despierto porque no está dormido-, pero esa no es la enseñanza de Cristo, no es algo tan elemental. Velar no es lo mismo que no estar dormido, velar es una actitud espiritual, porque mire, uno puede estar despierto cerebralmente o mentalmente y estar dormido a muchas cosas.
La invitación a velar es una invitación a estar profundamente despierto y la manera de estar profundamente despierto, ¿qué significa? Estar profundamente consciente es empezar por ver a qué tipo de cosas uno está insensible, ¿qué opinas de eso? Tomemos la palabra “velad” San Mateo 25,13, no en el sentido de no durmáis, Cristo no dijo no durmáis, sino dijo: “Velad” San Mateo 25,13.
Además, si Cristo estuviera condenando el sueño natural, pues esta parábola no serviría de nada, porque resulta que todas las vírgenes se durmieron con el sueño natural.
Lo que Cristo está diciendo no es: “No durmáis”, sino "velad” San Mateo 25,13, y velad es mucho más que no durmáis, ¿por qué? Porque uno está despierto cuando uno está sensible, uno está despierto y está sensible cuando uno está consciente. Este velar no es una invitación a no dormir, sino es una invitación a ser infinitamente consciente, a ser infinitamente sensible, esto también tiene que ver con la calidad de la espera, ¿a qué tipo de cosas eres sensible tú?
Normalmente, si tú revisas lo que ha sido tu vida cristiana tú habrás descubierto que a medida que Dios va entrando en la vida de uno, uno se va volviendo sensible a más cosas, por ejemplo, uno creía que el mundo estaba más o menos bien, de pronto uno participa de un congreso, por ejemplo, un congreso de la misericordia, uno se da cuenta del tamaño del amor de Dios, uno se da cuenta de que Jesús es maravilloso, amoroso, uno queda fascinado por Cristo.
Al otro día va al trabajo y uno ve la gente, y uno dice: “Pero mire, ¿qué pasa con todo el mundo? Están como dormidos, están como dopados, esta gente parece que no supiera que el amor de Dios existe", ¿ves?
Y si tú les preguntaras dirían: “Yo estoy despierto, “estoy muy despierto”; pero la pregunta es: ¿A qué estás despierto? Estás despierto sólo a tus intereses, a tu plata, a tus ascensos, a tu trabajo, a tus afectos? ¿A qué estás despierto? ¿Para qué estás despierto? ¿Para qué cosas estas despierto? Hay personas infinitamente despiertas a todo lo que les afecte a ellas, e infinitamente dormidas a todo lo que afecte a Dios.
Velar es estar despierto a la manera de Cristo, es decir, tener en nosotros la sensibilidad para los intereses de Dios, esa es la calidad de la vigilancia.
Cuentan los padres de mi comunidad, de varios sacerdotes he oído estas historias simpáticas, sacerdotes ya un poco avanzados en edad que se van volviendo dizque sordos; pero es una sordera condicional.
Había un padre que era especialmente burletero, que vivía en el mismo convento de otro padre ya muy avanzado en años, que tenía una sordera selectiva. Entonces él sólo oía lo que le convenía, por ejemplo, cuando decían: “¿Bueno, entonces cómo es que vamos a hacer la lista de Misas y la lista de confesiones y los trabajos aquí del convento?”
Él decía: "No oigo nada, nada", está sordo; pero si hablaban de otros temas, por ejemplo, a él le encantaban las salidas a tierra calientica, darse sus paseítos. Bueno, ya los años también y el frio en los huesos. "-Bueno, ¿entonces cómo organizamos lo de la salida del próximo domingo", “-Ah, sí, sí, ¿cómo organizamos?"
Ese padre estaba dormido para unas cosas y despierto para otras, lo mismo le pasa a uno, ¿a qué cosas estás despierto tú? ¿Qué hace que se te abren los ojos y que digas: “-¿Qué? ¿Qué? Espere, eso me interesa”; ¿eso lo sientes por la Sangre de Cristo, por el amor de Cristo, por el don del Espíritu, por la gloria de Dios?
¿A qué cosas estás despierto? ¿Cuál es la calidad de tu estar despierto? ¿Cuál es la calidad de tu vigilancia? Jesucristo nos invita con esta parábola maravillosa a saber estar despiertos, a saber descubrir detrás de las cosas aparentemente más ingenuas, más inocentes, más inocuas, a saber encontrar en dónde quedan los intereses de Dios.
Ahí, el que tenga siempre la mirada a los intereses de Dios, el que sepa palpitar con los intereses de Dios como le pasaba a Cristo: “El celo de tu casa me devora” Salmo 69,10; el que tenga eso, ese tiene la verdadera vigilancia.
Así nos lo conceda Dios.
Amén.

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