jueves, 6 de noviembre de 2014

La conversión no se limita al aspecto moral




Hermanos:
Entre tantas cosas que podríamos destacar del texto de la primera lectura, es bien interesante buscar qué es lo que tiene valor en nosotros. Porque San Pablo consideraba valiosas una cantidad de cosas, y cuando apareció Cristo en su vida, el valor de esas cosas cambió.
Cristo llega a nuestra vida y transforma nuestra manera de mirar y de valorar el modo de ponderar lo que tenemos, lo que hacemos, lo que queremos. Este es el primer aspecto que quisiera destacar junto con ustedes, mis amigos.
Cuando Cristo llega a nuestra vida, cambia nuestra forma de valorar, cambia nuestra forma de descubrir qué tiene valor, qué tiene peso, qué tiene importancia. San Pablo llega a decir, que "considera basura todo lo que antes era valioso para él. Ahora, se ha convertido como en una basura" Carta a los Filipenses 3,7-8. Otra traducción dice, "como peso muerto".
¿Y por qué? ¿Por qué es basura? ¿Por qué resulta tan poco valioso delante de Cristo? La explicación es, porque no dura, porque resulta inútil, porque únicamente produce vanidad.
Toda aquella observancia de la ley, toda aquella obediencia a los mandatos de Moisés, todo aquel esfuerzo increíble, minucioso, meticuloso por realizar las observancias de la ley, todo eso, finalmente, conducía al orgullo, a la vanidad. Es indudable que había cosas buenas en la observancia de la ley. Pero, ese orgullo, esa vanidad, esa falsedad, ¿de qué servían? ¿Qué nace de ahí?
Luego, Cristo viene a nuestra vida y nos enseña a valorar nuestras cosas de otro modo, porque nos obliga a preguntarnos: ¿Qué nace de aquí? ¿Qué queda de esto? ¿Esto qué fruto produce? Si nosotros pasamos por ese tamiz, si nosotros pasamos por ese colador las cosas de nuestra vida, seguramente, vamos a encontrar como San Pablo, que hay muchas que en realidad son basura.
Los predicadores en todos los tiempos, han utilizado, por ejemplo, la mirada a la muerte. Cuando te estés muriendo, cuando partas de esta tierra, ¿qué importará lo que ahora parece importar tanto? ¿Qué importará? ¿Qué importancia tendrá? Por eso, San Agustín nos enseña a preguntarnos: "¿Quid hoc ad aeternitatem?" ¿Qué queda de esto? ¿Qué relación hay entre esto y la eternidad? ¡Una pregunta que nos ayuda a valorar nuestras cosas!
Bueno, este es un primer aspecto que podemos destacar en esa lectura. Mas, hay otros aspectos. Dice Pablo, que "él tendría mucho de qué gloriarse", y dice, que "él llevaba una conducta irreprochable" Carta a los Filipenses 3,4-6.
Casi siempre consideramos la palabra conversión como dejar los vicios y empezar a portarse bien. Eso es lo que suele significar conversión, si una persona, dado el caso, era adicta a la droga, o vivía alcoholizada, tenía un vicio del alcohol o de la droga, y se deshace de ese vicio.
O si una persona deja el adulterio en el que estaba y empieza a llevar una vida correcta, una vida recta, entonces decimos, "se convirtió". Eso es lo que se llama una conversión moral, una conversión en las costumbres.
Pero, este texto de Filipenses es muy importante para comprender qué fue lo que sucedió en el Apóstol San Pablo. Todos recuerdan con seguridad, ese capítulo noveno de los Hechos de los Apóstoles, donde se narra la conversión de Pablo, cómo iba llegando a la ciudad de Damasco, una luz lo encegueció y él se convirtió.
Mas, repito, solemos pensar que esa conversión de Pablo fue como las conversiones morales que nosotros escuchamos en los testimonios en un grupo de oración, en un congreso.
¿Fue la conversión de San Pablo una conversión moral? El texto que hemos oído de la Carta a los Filipenses no nos deja duda. La conversión de él no fue dejar unas malas costumbres por empezar a corregirse, a llevar una vida recta de un cierto punto en adelante.
Y esto es interesante, no sólo por comprender la vida de Pablo, de alguna manera, sino también para que no pensemos que el cristianismo se limita a ser una buena persona, a portarse bien.
Ser cristiano no es simplemente portarse bien. Porque, ya Pablo se portaba bien y precisamente, porque se portaba bien, quería que todo el mundo se portara bien. Utilizaba los recursos que le daba su rectitud de vida, sus amistades, su relación impecable con el judaísmo, para obligar, para presionar a que los demás se portaran bien.
Convertirse no es simplemente portarse bien. O dicho de otra forma, la conversión no se limita al aspecto moral. Convertirse no es en primer lugar reformar nuestras costumbres, sino es en primer lugar, abrirnos a la oferta de Dios, abrirnos al regalo que Él nos trae.
Es la esencia misma de la conversión lo que está en juego aquí. Si convertirse consiste en portarse bien, entonces Pablo no tenía que convertirse. Pero, si convertirse es en primer lugar abrirse al plan de Dios para que Dios cumpla su voluntad en nosotros, entonces Pablo sí que necesitaba convertirse. Y la compasión de Dios lo alcanzó en el camino de Damasco, para que recibiera esa conversión.
Pidamos, entonces, al Señor, que su misericordia triunfe en nuestra vida, que nosotros podamos abrirnos completamente a su acción, a su propuesta, a su plan. ¡Que Él haga por completo su querer en nosotros!
Estamos seguros, que cuando eso suceda, -volviendo al principio de esta predicación-, nuestros valores van a cambiar. ¡Nuestra manera de estimar las cosas va a cambiar! Todo orgullo caerá y sólo brillará la gloria de Dios.

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