domingo, 27 de julio de 2014

Quienes me llaman inútil ?


Meditación del Papa Francisco

En particular me detengo en el juicio final. ¡No tengáis miedo! Escuchemos lo que dice la Palabra de Dios. Al respecto, leemos en el evangelio de Mateo: Entonces Cristo "vendrá en su gloria, con todos sus ángeles... Y todas las gentes se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros, como separa el pastor las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda… Aquéllos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna"[...] 
Si nos cerramos al amor de Jesús, somos nosotros mismos los que nos condenamos, somos condenados por nosotros mismos. La salvación es abrirnos a Jesús y él nos salva. 
Y si somos pecadores, todos somos pecadores, todos lo somos, todos, y pedimos perdón, y vamos con el deseo de ser buenos, el Señor nos perdona, pero para esto debemos abrirnos, abrirnos al amor de Jesús, que es más fuerte que todas las demás cosas, el amor de Jesús es grande. El amor de Jesús es misericordioso, el amor de Jesús perdona, pero debes abrirte, y abrirse significa arrepentirse, lamentarse de las cosas que hemos hecho que no son buenas. (S.S. Francisco, 11 de diciembre de 2013).. 

Reflexión 

Cuando vemos que la sociedad vive cada vez más descristianizada, nos lamentamos y vemos lo poco que podemos hacer. Ese sentimiento de impotencia es natural. Sin embargo, los mecanismos del Reino de los Cielos funcionan de manera diferente. ¿Por qué? Porque el verdadero actor es Dios, y como Él es Todopoderoso puede hacer que cambie hasta lo más difícil. 

Al contemplar la vida de los santos, como la de S. Francisco de Asís, vemos cómo se realiza una gran obra a través de ese "pequeño instrumento". Esto es lo que Jesús quiere decirnos: "no te preocupes si sólo eres una semilla diminuta. Siémbrate en mi Corazón y verás hasta dónde puedes". 

Así lo hicieron un grupo de gente sencilla que siguió a Jesús: sus apóstoles. ¿Quién les iba a decir que después de dos mil años la Iglesia estaría presente en tantos lugares y atendería las necesidades materiales y espirituales de millones de personas? Esto se debe a que la fuerza de la Iglesia no está en lo que pueda hacer cada uno por su cuenta, sino en el poder de Dios con las personas que se entregan a fondo. 

El secreto consiste en cambiar el propio corazón por el de Jesús, pareciéndonos a Él en todo lo posible. Así se transforma también nuestra familia y las personas de nuestro entorno. Y entre todos, impulsados por Cristo, podemos traer a este mundo la civilización del amor. 

Propósito 

Sembrar amor al escribir un correo electrónico o una nota a quien se ha alejado de Cristo. 

Diálogo con Cristo 

Señor, gracias por la semilla de la fe que recibí el día de mi bautismo. Quiero que ésta crezca para que pueda convertir, con tu gracia, mi vida en tierra buena, sin obstáculos ni cizaña que detengan los frutos de amor que Tú produces. 
P.Clemente González

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«Así dice el Señor: De este modo consumiré la soberbia de Judá, la gran soberbia de Jerusalén. Este pueblo malvado que se niega a escuchar mis palabras, que se comporta con corazón obstinado y sigue a dioses extranjeros, para rendirles culto y adoración, será como ese cinturón, que ya no sirve para nada. Como se adhiere el cinturón a la cintura del hombre, así me adherí la casa de Judá y la casa de Israel -oráculo del Señor-, para que ellas fueran mi pueblo, mi fama, mi alabanza, mi ornamento; pero no me escucharon.» Siempre son interesantes esto que cuando estudiaba el profesor llamaba “parábolas en acción,” (aunque siempre pensé que era una acción que era una parábola, pero bueno). El pobre Jeremías perdió un buen cinturón, que quedo inservible, para expresar lo que el Señor quería. El pueblo de Judá se había hecho poderoso y se olvidó de Dios, se dedicó a servir a otros dioses y, por lo tanto, cuanto más poderoso era más inútil se hacía. Había pueblos mucho más grandes que ellos, mejor armados y organizados, con historia más intensa y mayor sabiduría, pero no tenían al único Dios. Los muy obtusos se olvidaron de lo que les hacía grandes y se creyeron algo, pero sin Dios no eran nada, se convertían en un pueblo completamente inútil.

“En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: -«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»” no sé si esto es una parábola en acción, pero al menos es una parábola. Es lo contrario de la primera. La más pequeña de las semillas, cuando la planta el Señor, se convierte en la más alta del huerto- Puede parecer que no vale nada, pero si se deja cuidar por Dios recibe su grandeza.

La conclusión es bien sencilla, cada uno tenemos que decidir ser útiles como la mostaza o la levadura o inútiles como el cinturón de Jeremías. Tendremos que decidirlo personalmente, pero también como nación. Parece que España y otros países se han creído algo, pueden prescindir de Dios y entregarse en manos de los ídolos. Claro que siempre llega una crisis económica y san euro no viene en nuestro rescate. Y cuando pasen algunos años más y el drama de tantas familias destrozadas, de tantas personas que nunca han aprendido a amar, de los niños que nunca llegaron a nacer y de los ancianos que hemos quitado de en medio como estorbo, alzaremos nuestros brazos al… ¿parlamento? Pero allí no nos dirán que somos “su pueblo, su fama, su alabanza, su ornamento,” mirarán para otro lado y le echarán la culpa a los Estados Unidos, a la Unión Europea o a las olimpiadas de Pekín. Pero si les llaman inútiles se enfadan.

Prefiero no ser un inútil. Nunca gobernaré la nación, tal vez no mande ni en mi parroquia pero procuraré dejar que Dios me cuide, no separarme de Él ni lanzarme en brazos del mundo que es tan mal pagador. Para eso más oración, más entrega, más mortificación. Algunos me dicen que eso es inútil, pero ¿por qué será que siempre me lo dicen los inútiles?.

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I que et creies que és la teva consciència? segur que el teu veritable refugi, no t'enganyis ..... no hi ha un altre.

 
Ante las dificultades, mientras llega el cansancio de la vida, cuando aumentan los dolores del cuerpo o del alma, buscamos refugios de paz, de alegría, tal vez de olvido. 

Los refugios pueden ser variados. Hay quienes simplemente buscan su refugio en el sueño, como una especie de bálsamo para olvidar las penas y las angustias de cada día. Otros se refugian en un cuarto de su casa, o entre libros, o en el bar donde encontrar amigos y ambientes diferentes. Otros anhelan ese refugio en el trabajo, o en el coche, o en la televisión, o en la computadora, o en la música. Algunos, por desgracia, se crean un mundo artificial de sensaciones con la droga o con el alcohol, para consolar (falsamente) penas y dolores del alma. 

Muchos de los refugios son simplemente un engaño, como un espejismo que enciende ilusiones pasajeras en el corazón, para luego dejarnos indefensos y cansados frente a los problemas que ahí siguen, con su peso de amenazas y con su martilleo obsesivo. 

Existen, sin embargo, otro tipo de refugios que pueden ser sanos, que restablecen las fuerzas del alma para reemprender la lucha. Un rato de deporte, un diálogo con un amigo sincero, un libro bueno, devuelven serenidad al alma, abren horizontes de esperanza, nos preparan para volver con más bríos al combate de cada día. Pero en muchas ocasiones esos refugios también son insuficientes. 

Por eso hace falta reconocer que sólo existe un refugio realmente bueno para cada corazón humano. Es el que se alcanza desde el encuentro sincero con Dios. Porque Dios da sentido a la vida, nos ha creado, nos tiende la mano como Salvador, nos espera cada día y tras la hora definitiva de la muerte. 

A Dios nos acercamos en esos momentos de oración sincera, cuando le abrimos el alma, cuando le pedimos ayuda, cuando nos ponemos llenos de confianza entre sus manos. A Dios lo tocamos cuando podemos recibir los sacramentos, especialmente el gran regalo de la misericordia (la confesión) y el inmenso abrazo que es posible en cada Eucaristía. A Dios lo escuchamos con el espíritu abierto cuando leemos su Palabra, cuando creamos en nuestro interior espacios de silencio que nos permiten escuchar sus susurros cotidianos. 

Es Dios el verdadero refugio que anhelamos. Porque sólo Dios conoce plenamente lo que hay en cada corazón humano. Porque sólo Él puede ofrecer consuelos verdaderos y palabras de ternura que curan y que lanzan a vivir desde una fe intensa, una esperanza alegre y un amor hecho servicio a quienes recorren a nuestro lado el mismo camino del existir terreno. 
P. Fernando Pascual

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