jueves, 24 de julio de 2014

Newton Gawkins: los diez mandamientos


Newton Gawkins: los diez mandamientos

Por lo interesante del tema, transcribimos a continuación la traducción de una conferencia del famoso pensador ateo británico N. Gawkins, pronunciada en una de las sesiones vespertinas habituales de la Asociación de Librepensadores Ateos de Charing Cross.

El profesor Gawkins es catedrático titular de Pensamiento Crítico y Enología en la Universidad de Nothingham y doctor honoris causa en Materialismo Sinestésico por la Universidad de Anchorage. Además, es el autor de la conocida trilogía de libros El fontanero sordo, Los ateos siempre tienen razón y No me creo nada, que ha contribuido enormemente a popularizar el ateísmo en la sociedad británica.
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El tema de hoy, estimados colegas y amigos, resulta particularmente relevante en nuestra lucha, casi podría decir nuestra cruzada [risas], contra la superstición cristiana.
Durante siglos, milenios incluso, los cristianos han asumido un aire de superioridad moral, una insufrible suficiencia y una vomitiva actitud de soy-más-santo-que-tú, basada, precisamente, en los diez mandamientos. Como sí, de alguna forma, hubiesen inventado ellos la moral o sólo siendo cristiano fuera posible comportarse decentemente. Y, además, tienen la desfachatez de decir que la validez de esos diez mandamientos es universal y que se encuentran en el corazón de todos los hombres, como si ellos pudieran saber lo que hay en nuestro interior y como si en nuestro interior hubiera algo que no sean vísceras, huesos y sangre.
Pues bien, es hora de decir ¡basta! [Voces de “¡Sí!” y “Eso, eso”]. Las cosas no pueden y no deben seguir así. No podemos soportar ni un momento más que los cristianos sigan monopolizando la moral. ¡No pasarán! [en español en el original].
Debemos dejar claro, por un lado, que un ateo puede ser tan decente, respetable y moralmente ejemplar como un cristiano, aunque nosotros no vayamos pregonándolo por ahí como hacen otros. Y a la vez, debemos explicar al mundo que no existe una moral de validez universal que permita juzgar el comportamiento de los demás seres humanos. Sobre estos dos sólidos pilares se basa nuestro pensamiento moral.
Una vez que hemos dejado clara nuestra postura como ateos, vamos a analizar la pretensión de los cristianos. De forma racional, por supuesto, sin dogmatismos. Así pues, ¿qué valor pueden tener esos diez mandamientos?
En primer lugar, es absurdo hablar de “mandamientos”. No sólo porque el Dios que manda esos mandamientos no existe, sino también porque no tiene ningún valor hacer algo por miedo al infierno. Ya Kant demostró que una moral basada en la heterotropía no tiene ningún sentido y es propia de sociedades atrasadas, agropecuniarias y ancladas en el pasado.
El actuar moral debe salir de dentro del ser humano, espontáneamente y sin esfuerzo. Una moral basada en la obligación no tiene ningún mérito, de modo que tenemos que deducir necesariamente que todas las supuestas “buenas acciones” cometidas por los “santos” a lo largo de los siglos carecen de valor, ya que únicamente las realizaban por un interesado deseo del premio del cielo o por un cobarde miedo al castigo del infierno. Así pues, podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que no hay una sola acción de la que puedan enorgullecerse los cristianos en toda la historia de la Humanidad. Más aún, la lógica más elemental nos indica que sólo los ateos pueden considerarse verdaderas personas morales.
Además, resulta tremendamente sospechoso que los mandamientos cristianos sean justamente diez. ¿Por qué diez? ¿Por qué no siete, quinientos veinticinco o π/2? Un número tan redondo como el diez huele a algo falso y compuesto ad hoc para engañar a las masas. Cualquiera que haya contado con el beneficio de una educación moderna sabe que la verdad nunca es tan concreta y tan clara, sino más bien algo difuso, que nunca llega a entenderse bien y que cambia a cada momento. Sólo a los cristianos podría ocurrírseles hablar de la luz de la verdad, cuando más bien habría que hablar de la penumbra de la verdad o incluso de la oscuridad de la verdad.
No podemos olvidar, por supuesto, la antigüedad de los diez mandamientos. Existen, parece ser, desde hace más de tres mil años (cuando ese supuesto Moisés, que probablemente no es más que un personaje literario, supuestamente los recibió de Dios). Una antigüedad así arroja serias dudas sobre su validez. En una época de cambios vertiginosos, como la nuestra, es imposible tomarse en serio la pretensión de que una norma moral dure un centenar de años y mucho menos miles de ellos.
¿Quién va a defender que unos pastores nómadas semianalfabetos y supersticiosos de hace tres milenios pueden tener la misma moral que un hombre culto actual? ¿Acaso hay algo en común entre un ignorante israelita primitivo y un moderno experto en sinestesia materialista como yo, por ejemplo? La moral tiene que ser cambiante, de manera que pueda adaptarse a los nuevos paradigmas de cada época, a la vez que nos permite mirar a las épocas pasadas con una satisfactoria sensación de superioridad.
Otro día trataremos en detalle cada una de esas normas morales arbitrarias, absolutistas e irrefragables con detalle. Sin embargo, basta un mero vistazo rápido para que resulte evidente su falta de sustancia y su inadecuación para nuestro tiempo. “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Je, Je. Un mandamiento dado por un Dios que no existe, a una persona que nunca existió, para mandarle amar a ese Dios que no existía. Es decir, una receta perfecta para vivir fuera de la realidad y, por lo tanto, para condenar a la extinción a cualquier grupo que la practique, según la supervivencia darwiniana del más apto. Además de ser, como hemos dicho, algo vetusto y anticuado, con miles de años de antigüedad.
¿Y qué decir de “No tomarás el nombre de Dios en vano”? Un mandamiento ininteligible. Tuve que estudiarlo durante mucho tiempo hasta encontrar su significado: parece ser que se refiere a la comunión, porque las pequeñas galletas que los católicos toman al comulgar tienen escrito el supuesto “nombre secreto” de Dios, con propiedades mágicas, que no debe recibirse en vano, ya que sus sacerdotes les cobran por él abundantes cantidades de dinero.
“Sacralizarás las fiestas” es, evidentemente, una referencia al carácter fiestero y poco trabajador de los cristianos, sobre todo de los católicos. Personalmente, tengo la teoría de que la significativa similitud entre las palabras “fiesta” y “siesta” en latín (fiestharum y siestharum) no es casual, sino una muestra de que la holgazanería es, en realidad, el valor fundamental del catolicismo, que origina y explica todo lo demás.
Tampoco “Honrarás a tu padre y a tu madre” puede ser un mandamiento válido para nuestra época. Ya Freud, ese maestro y hombre ejemplar, descubrió que, precisamente, el fundamento del progreso y de la madurez es “matar al padre”, así que el verdadero mandamiento debería ser “Matarás a tu padre y a tu madre”. Dejemos claro, estimados compañeros, que no nos referimos a matar literalmente al padre y a la madre, aunque seguro que los católicos nos lo echarán en cara [risas]. Les aseguro que mi padre está vivito y coleando, en un confortable asilo de ancianos de las afueras. Matar al padre en el sentido freudiano consiste, simplemente, en ir más allá de lo antiguo, ya sea la sujeción al padre, a la autoridad de la tradición o a una supuesta verdad absoluta, para avanzar siempre más allá, hacia lo que me gusta imaginar como “el inimaginable y penumbroso espacio sin fin del futuro último para el ser transhumano”.
Resulta ridículo, por otra parte, que la Iglesia Católica se atreva a proclamar “No matarás” como un mandamiento, cuando todo el mundo sabe que los católicos han sido los causantes de la inmensa mayoría de los crímenes y masacres de la historia, como la aniquilación de los mayas, la brutal agresión de la Reconquista española, el genocidio armenio o las guerras del opio en China. Un historial de aniquilación que se extiende incluso a los animales, como muestra el caso de la extinción del tigre de Tasmania, cuyo último ejemplar fue sacrificado para usar su codiciada piel en las vestimentas del papa Gerardo XI. [Gritos de “¡Y quemaron a Galileo!”, ¡Abajo la inquisición!”, “¡¡¡Nazis!!!”].
Confieso que tengo cierta simpatía por los mandamientos sexto y noveno, según la numeración católica: “No cometerás actos impuros” y “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”. No porque esté de acuerdo con ellos ciertamente, sino porque son quizá nuestro mejor aliado en la lucha contra el cristianismo. Hoy en día, nuestras filas aumentan cada segundo con cristianos que no pueden o no quieren cumplir la moral sexual cristiana y enriquecen nuestro bando con lo mejor de la sociedad actual.
¿Y qué diremos de “No codiciar los bienes ajenos”? Valiente tontería. Codiciar los bienes ajenos es la base tanto del sistema capitalista como del sistema marxista y, por lo tanto, de cualquier comprensión posible de la sociedad y la economía. Claro que tampoco podía esperarse que supiera mucho de economía un pastor judeo-egipcio de hace tres mil años, ¿no? Yo no digo que no fuera un experto en esquilar ovejas, pero en economía… [risas]. Lo mismo podríamos decir de las prohibiciones de dos actividades inofensivas como robar o mentir, que con el nombre más exacto de “contabilidad creativa” y “publicidad”, han demostrado ser tremendamente beneficiosas para la sociedad.
En fin, creo que está claro que la reputación de moralidad que los cristianos han intentado crearse es exagerada y no responde en absoluto a la realidad. Como es lógico, a lo largo de los milenios puede haber habido cristianos particulares que se hayan comportado de forma ejemplar, aunque también podemos dudarlo razonablemente, pero es innegable que la moral cristiana resulta arbitraria, difusa, dogmática, oscura, opresora, demasiado concreta y, en general, inmoral.
La verdadera moral es más complicada y, a la vez, mucho más sencilla. Me atrevo a sugerir, como ejemplo, mi propia versión del imperativo catatónico de Kant: Actúa siempre de manera que el universo impersonal y puramente material esté contento contigo. ¿Es que este imperativo racional y lógico no vale mucho más que todos los mandamientos judeocristianos, supuestamente divinos y generalmente inhumanos?
No quiero cansarles, así que voy a terminar por hoy. Nos esperan unas buenas pintas de cerveza en The pig & the pearls [“¡Sí!”, “Eso, eso”]. Sólo diré una cosa más: Los cristianos se creen importantes, ¡pero no lo son! Son como hormigas ante la apisonadora de la historia, insignificantes insectos sin ninguna relevancia. Y no descansaremos ni un segundo de nuestras vidas hasta que sus doctrinas hayan sido erradicadas de la faz de la tierra.
[Aplausos]
Bruno Moreno

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