domingo, 27 de julio de 2014

El Tesoro es la Palabra...lo fue lo es y lo será.

Avui, l'Evangeli ens vol ajudar a mirar endins, a trobar quelcom amagat: «Amb el Regne del cel passa com amb un tresor amagat en un camp» (Mt 13,44). Quan parlem de tresor ens referim a quelcom d'un valor excepcional, de la màxima vàlua, no a coses o situacions que, encara que estimades, no deixen d'ésser fugisseres i quincalla barata, com són les satisfaccions i plaers temporals: allò que tanta gent s'extenua cercant al defora, i es desencisa un cop trobat i experimentat.

El tresor que proposa Jesús és colgat al més pregon de la nostra ànima, al nucli mateix del nostre ésser. És el Regne de Déu. Consisteix a trobar-nos amorosament, de manera misteriosa, amb la Font de la vida, de la bellesa, de la veritat i del bé, i a romandre units a la mateixa Font fins que, acomplert el temps del nostre pelegrinatge, i lliures de tota bijuteria inútil, el Regne del cel que hem buscat al nostre cor i hem conreat en la fe i en l'amor, s'esbadelli com una flor i aparegui la lluïssor del tresor amagat.

Alguns, com sant Pau o el mateix bon lladre, s'han topat amb el Regne de Déu sobtadament o de manera impensada, perquè els camins del Senyor són infinits, però normalment, per arribar a descobrir el tresor, cal buscar-lo intencionadament: «També passa amb el Regne del cel com amb un mercader que busca perles fines» (Mt 13,45). Potser aquest tresor només és trobat per aquells que no es donen fàcilment per satisfets, pels qui no s'acontenten amb poca cosa, pels idealistes, pels aventurers.

En l'ordre temporal, dels inquiets i inconformistes en diem persones ambicioses, i en el món de l'esperit, són els sants. Ells estan disposats a vendre-ho tot per tal de comprar el camp, com ho diu sant Joan de la Creu: «Per a venir a posseir-ho tot, no vulguis posseir quelcom en res».

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La Palabra..... ese es el Tesoro, lo fue lo es y lo será.

¡Qué buena pregunta la que hace Jesús en esta predicación! Me parece que esta pregunta habría que escribirla en las puertas de los templos, de los salones de catequesis, de las aulas de religión en los colegios, y seguramente, en muchos otros sitios.
Ustedes tengan la gentileza de imaginarse, que a la puerta de esta iglesia, ahora que salgan, está escrita la Palabra de Jesús que hemos escuchado; esta pregunta: "¿Entendisteis todo esto?" San Mateo 13,51.
"¿Entendisteis todo esto?" San Mateo 13,51. Sería muy bueno preguntarle a los cristianos al salir de la iglesia: "¿Entendisteis, vosotros, lo que pasó allí en el altar? ¿Entendisteis lo que pasó aquí en el ambón, donde se predica la Palabra? ¿Entendisteis lo que estaba haciendo ese señor con su ruana de color, que casulla llaman? ¿Entendisteis? ¿Entendisteis lo que sucedió? ¿Entendisteis todo?"
"Ellos respondieron que sí" San Mateo 13,51, dice el evangelio. Y Jesús añadió: "Todo escriba que se ha hecho discípulo, se parece a un dueño de casa, que va sacando de sus cofres cosas nuevas y cosas viejas" San Mateo 13,52.
Porque, efectivamente, cuando venimos a la iglesia, aquí se nos ofrecen cosas nuevas y viejas. El Evangelio es al mismo tiempo, vetusto y novísimo.
El Evangelio es como pan sacado del horno, hoy, ya, para ti, pero es también el pan de toda la eternidad. Es el mismo alimento que recibieron los Apóstoles, es el mismo alimento que recibieron los Santos, es la misma Palabra que transformó el corazón de muchos.
¿Cuántas personas han escuchado este evangelio? "Con el Reino de los Cielos sucede como con un tesoro bajo tierra" San Mateo 13,44. ¿Usted no sabe que esta frase ha hecho llorar de alegría a tantos? ¿Usted no sabe que hay gente que al escuchar estas palabras, ha sentido en su corazón?: "¡Eh! ¡Yo soy! ¡Yo soy ése que ha encontrado ese tesoro!"
Y cuando Jesús nos habla "de la perla fina y de aquel comerciante que deja el comercio por comprar su perla" San Mateo 13,45-46.
¿usted no sabe que algunas veces, cuando se ha leído este texto, a lo largo de los siglos, en todas las lenguas, en multitud de culturas, despreciando las fronteras, atravesando los corazones, con señorío y majestad, muchas personas han sentido: "¡Eh! ¡Ése soy yo! Está hablando de mí. ¡Usted está hablando de mí!"?
Efectivamente, esa es la Palabra de Dios. Es la Palabra de Dios y es la Palabra del Hijo de Dios que se llamó a sí mismo Hijo del Hombre. Es una Palabra de Dios dicha en lenguaje humano. Es una Palabra tan profundamente humana, tan capaz de retratar la realidad humana, que sólo Dios puede pronunciarla, porque sólo Dios sabe, qué significa eso de ser humano.
Pues, esta Palabra que es tan antigua y que es tan nueva, se nos presenta así, con toda la humildad de una lectura. Mire, nos vamos a ir en esta noche de este templo; acabada la celebración, ustedes y yo nos iremos, apagaremos las luces y volverá el silencio a arroparlo todo.
Y así, retornaremos quizá algún día a esta iglesia o a otra, y tal vez, en una oportunidad distinta, volvamos a escuchar estas lecturas.
¿Pero usted sabe una cosa? Primero se va usted de la tierra que esta Palabra. Usted, con todas sus alegrías y tristezas, con todas sus soberbias y humildades, con todos sus defectos y virtudes, un día tendrá que irse de esta tierra.
Cuando usted se haya ido de esta tierra y yo me haya ido de este Convento, aquí se estará predicando todavía: "Dijo Jesús a la multitud: Con el Reino de los Cielos sucede..." San Mateo 13,44-45; San Mateo 13,47.
Es impresionante la vitalidad de esta Palabra. Es impresionante comprobar que esta Palabra educó a los Doctores, fortaleció a los Mártires. Es impresionante saber que esta Palabra tiene poder para perdonar pecados. Es impresionante saber que tiene poder para iluminar la mente de quien se deja iluminar. Es maravilloso reconocer que de esta Palabra, ha nacido la esperanza para muchas personas.
Y por eso, aunque sea dicha con toda humildad y como una palabra más que aparece y desaparece, esta Palabra es más fuerte que todas las noticias de hoy. Se imprime en papel como cualquier otra noticia. Usted la puede despreciar, se puede distraer, como si estuviera leyendo el periódico, o como si estuviera leyendo un libro de Biología, o la última noticia sobre el último programa de software.
Usted puede despreciar esta Palabra. Está escrita en papel como cualquier otra. Pero, dígame, ¿a usted qué le van a importar de aquí a un mes, las noticias del periódico de hoy? Es posible que le interesen, es posible que usted sea un historiador, un politólogo, un economista.
Mas, dentro de cien años, ¿a quién le importarán las noticias de hoy?

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Meditación del Papa Francisco 

Pero alguno puede decirme: Padre, pero yo trabajo, tengo familia, para mí la realidad más importante es sacar adelante mi familia, el trabajo. Cierto, es verdad, es importante ¿pero cuál es la fuerza que mantiene unida la familia? Es precisamente el amor, ¿y quién siembra el amor en nuestros corazones? Dios, el amor de Dios. Es precisamente el amor de Dios que da sentido a los pequeños compromisos cotidianos y también ayuda a afrontar las grandes pruebas. 
Esto es el verdadero tesoro del hombre. Ir adelante en la vida con amor, con ese amor que el Señor ha sembrado en el corazón, con el amor de Dios. Y esto es el verdadero tesoro. Pero, ¿el amor de Dios qué es? No es algo vago, un sentimiento genérico; el amor de Dios tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Jesús. (S.S. Francisco, 11 de agosto de 2013). 

Reflexión 

En una ocasión, un gran rey cruzaba el desierto. Lo seguían sus ministros. De pronto, uno de los camellos se desplomó a tierra y se rompió el baúl que cargaba en su joroba. Una lluvia de joyas, perlas preciosas y diamantes se desparramó sobre la ardiente arena. El rey dijo a sus ministros: 

– "Señores, yo sigo adelante. Ustedes, si quieren, pueden quedarse aquí. Todo lo que recojan, será suyo". Y continuó su viaje sin parpadear, pensando que ya nadie lo seguiría. Al cabo de un rato, se da cuenta de que alguien viene detrás de él. Vuelve la mirada hacia atrás y ve que es uno de sus ministros. El rey le pregunta: 

– "¿Qué no te importan las perlas y diamantes de tu rey? Podrías ser rico toda tu vida..." 

Y el ministro replica: 

– "Me importa más mi rey que todas las perlas de mi rey". 

Esta bella historia del poeta persa Firdusi podríamos aplicarla perfectamente al Evangelio que hoy nos ofrece el Señor para nuestra meditación: "El Reino de los cielos –nos dice– se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra aquel campo". 

Entre ambos relatos hay algunas diferencias: en la primera narración el ministro "deja" los tesoros de su amo; mientras que en la segunda, el hombre de la parábola "compra" el campo para adquirir el tesoro que ha encontrado. Parecería, según esto, que ambas narraciones resultan contrapuestas entre sí. Pero, no obstante estas variantes, el contenido de fondo es bastante semejante. Trataré de explicarme. 

Lo que nuestro Señor quiere resaltar con la parábola del tesoro escondido –como también con la otra parábola que viene a continuación, la del mercader de perlas finas– no es tanto el objeto material del tesoro escondido, sino la decisión fundamental de estos dos hombres de dejar todo para llegar a poseer ese tesoro de incalculable valor que han encontrado. “Va a vender todo lo que tiene –nos dice Cristo– para comprar aquel campo”. Este es el mensaje esencial de la parábola: vender todo para poder comprar todo. Aquí está precisamente el punto de convergencia con el cuento persa: también el ministro deja sus perlas para quedarse con lo verdaderamente importante, que es su rey. 

A la luz de esta última historia comprendemos que el tesoro escondido de nuestra parábola no es algo material, sino que es Cristo mismo, nuestro Rey supremo: importa infinitamente más el Señor de las cosas que las cosas del Señor. En efecto, todos los teólogos y biblistas católicos afirman con unanimidad que el Reino de los cielos del que Cristo nos está hablando en estas parábolas es ÉL mismo. El centro de su mensaje es su Persona. ¡Él es el único y verdadero tesoro de nuestro corazón! 

Bernal Díaz del Castillo, en su "Historia de la conquista de la Nueva España", nos narra que el capitán Hernán Cortés, cuando desembarcó con sus hombres y puso pie en el continente americano, quemó todas las naves. El mensaje era clarísimo: había que acabar con todo lo que significara una huida, un retorno al pasado o la posibilidad de una marcha atrás. No había escapatorias. La única opción posible era ir hacia adelante. 

Es el mismo mensaje que Cristo nos da en el Evangelio de hoy: no hay marcha atrás. Hay que "quemar" todo, "vender" todo para comprar ese tesoro escondido. Desafortunadamente, hoy en día son muy pocos los cristianos que están dispuestos a "quemar" las naves de sus seguridades personales o a "vender" todas sus posesiones con tal de alcanzar a Cristo. 

¡Cuántos hoy en día se llaman "buenos cristianos", pero siguen aferrados como lapas a su propio egoísmo y vanidad, y no quieren prescindir de sus frenéticos apegos a las riquezas, a las comodidades, a la vida fácil y a los placeres mundanos! Es mil veces más sencillo arrancar una concha o un erizo de un acantilado marino que mover su voluntad de sus apegos desordenados. Y lo peor de todo es que muchas veces estas cosas conducen al hombre al pecado, no porque sean malas en sí mismas, sino porque es tal la ambición con la que se vive que le impiden acercarse a Dios y abrir el alma a su gracia redentora. 

Es ésta la lógica "paradójica" del Evangelio: llorar para reír, sufrir para ser feliz, dejar que te persigan para entrar en el Reino de los cielos, morir para vivir, vender todo para poseerlo todo... ¡Así es el Evangelio: una paradoja que conduce a la felicidad y a la vida eterna! San Pablo, que bien sabía de estas cosas, y no por oídas sino por experiencia personal, así lo expresa: "lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aun todo lo tengo por pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo" (Fil 3, 7-8). Ésta es la ley cristiana del "perder todo para ganarlo todo"."El que pierda su vida por mí, la encontrará". 

Hoy Cristo también está hablando con el mismo amor a tu alma. No le cierres tus entrañas. Escúchalo. Déjalo entrar en tu corazón y dale una respuesta pronta y generosa. No tengas miedo. Él está contigo y te da las fuerzas necesarias para responder con amor a su llamada. 

Propósito 

¿Qué es lo que tú tienes que vender? ¡Ve, pues, lleno de alegría, a vender todo lo que tienes –aquello que te impida acercarte a Cristo– y compra ese campo que esconde el maravilloso tesoro, que es Jesucristo mismo! 
P.Sergio Córdova

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