sábado, 26 de julio de 2014

Joaquin y Ana

Tribulaciones de Pablo y exhortación a la santidad
2Co 6,1-7,1
Hermanos: Secundando su obra, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación. 
Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca damos a nadie motivo de escándalo; al contrario, continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios con lo mucho que pasamos: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, saber, paciencia y amabilidad, con dones del Espíritu y amor sincero, llevando la palabra de la verdad y la fuerza de Dios. Con la derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la justicia, a través de honra y afrenta, de mala y buena fama. Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los moribundos que están bien vivos, los penados nunca ajusticiados, los afligidos siempre alegres, los pobretones que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen. 
Nos hemos desahogado con vosotros, corintios, sentimos el corazón ensanchado. Dentro de nosotros no estáis encogidos, sois vosotros los que estáis encogidos por dentro. Pagadnos con la misma moneda, os hablo como a hijos, y ensanchaos también vosotros. 
No os unzáis al mismo yugo con los infieles: ¿qué tiene que ver la justicia con la maldad?, ¿puede unirse la luz con las tinieblas?, ¿pueden estar de acuerdo Cristo y el diablo?, ¿van a medias el fiel y el infiel?, ¿son compatibles el templo de Dios y los ídolos? Porque nosotros somos templo del Dios vivo; así lo dijo él: «Habitaré y caminaré con ellos; seré su Dios y ellos serán mi pueblo.» Por eso, salid de en medio de esa gente, apartaos, dice el Señor. No toquéis lo impuro, y yo os acogeré. Seré un padre para vosotros, y vosotros para mí hijos e hijas, dice el Señor omnipotente. 
Estas promesas tenemos, queridos hermanos; por eso, limpiemos toda suciedad de cuerpo o de espíritu, para ir completando nuestra consagración en el temor de Dios.

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Por sus frutos los conoceréis

San Juan Damasceno, obispo
(Sermón 6, Sobre la natividad de la Virgen María, 2.4.5.6 PG 96,663.667.670)
Ya que estaba determinado que la Virgen Madre de Dios nacería de Ana, la naturaleza no se atrevió a adelantarse al germen de la gracia, sino que esperó a dar su fruto hasta que la gracia hubo dado el suyo. Convenía, en efecto, que naciese como primogénita aquella de la había de nacer el primogénito de toda la creación, en el cual todo se mantiene. 
¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana! Toda la creación os está obligada, ya que por vosotros ofreció al Creador el más excelente de todos los dones, a saber, aquella madre casta, la única digna del Creador. 
Alégrate, Ana, la estéril, que no dabas a luz, cantar de júbilo, la que no tenías dolores. Salta de gozo, Joaquín, porque de tu hija un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y será llamado: «Ángel del gran de designio» de la salvación universal, «Dios guerrero». Este niño es Dios. 
¡Oh bienaventurados esposos Joaquín y Ana, totalmente inmaculados! Sois conocidos por el fruto de vuestro vientre, tal como dice el Señor: Por sus frutos los conoceréis. Vosotros os esforzasteis en vivir siempre de una manera agradable a Dios y digna de aquella que tuvo en vosotros su origen. Con vuestra conducta casta y santa, ofrecisteis al mundo la joya de la virginidad, aquella que había de permanecer virgen antes del parto en el parto y después del parto; aquella que, de un modo único y excepcional, cultivaría siempre la virginidad en su mente, en su alma y en su cuerpo. 
¡Oh castísimos esposos Joaquín y Ana! Vosotros, guardando la castidad prescrita por la ley natural, conseguisteis, por la gracia de Dios, un fruto superior a la ley natural, ya que engendrasteis para el mundo a la que fue madre de Dios sin conocer varón. Vosotros, comportándoos en vuestras relaciones humanas de un modo piadoso y santo, engendrasteis una hija superior a los ángeles, que es ahora la reina de los ángeles. ¡Oh bellísima niña, sumamente amable! ¡Oh hija de Adán y madre de Dios! ¡Bienaventuradas las entrañas y el vientre de los que saliste! ¡Bienaventurados los brazos que te llevaron, los labios que tuvieron el privilegio de besarte castamente, es decir, únicamente los de tus padres, para que siempre y en todo guardaras intacta tu virginidad! 
Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. Alzad fuerte la voz, alzadla, no temáis.

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Avui considerem una paràbola que és ocasió per a referir-nos a la vida de la comunitat on s'hi barregen, contínuament, el bé i el mal, l'Evangeli i el pecat. L'actitud lògica seria liquidar aquesta situació, tal com ho pretenen els servents: «¿Vols que anem a arrencar el jull?» (Mt 13,28). Però la paciència de Déu és infinita, espera fins al darrer moment —com un pare bo— la possibilitat del canvi: «Deixeu que creixin junts fins al temps de la sega» (Mt 13,30).

Una realitat ambigua i mediocre, però en ella hi creix el Regne. Es tracta de sentir-nos cridats a descobrir els senyals del Regne de Déu per tal de potenciar-lo. I, d'una altra banda, no afavorir res que ajudi a conformar-nos en la mediocritat. Nogensmenys, el fet de viure en una barreja de bé i mal no ha d'impedir l'avenç en la nostra vida espiritual; el contrari seria convertir el nostre blat en jull. «Senyor, ¿no vas sembrar bona llavor en el teu camp? D'on ha sortit, doncs, el jull?» (Mt 13,27). És impossible créixer d'una altra manera, ni podem cercar el Regne en cap altre lloc que no sigui en aquesta societat en la que vivim. La nostra tasca serà fer que neixi el Regne de Déu.

L'Evangeli ens convida a no atorgar crèdit als “purs”, a superar els aspectes de puritanisme i d'intolerància que hi puguin haver en la comunitat cristiana. Fàcilment es donen actituds d'aquest tarannà en totes les col·lectivitats, per més sanes que intentin ser. Abocats a un ideal, tots tenim la temptació de pensar que uns ja l'hem assolit, i que d'altres es troben lluny. Jesús constata que tots estem en camí, absolutament tots.

Vigilem per a no deixar que el maligne es fiqui en les nostres vides, cosa que succeeix quan ens acomodem al món. Deia santa Àngela de la Creu que «no s'ha de donar oïda a les veus del món, que arreu es fa això o allò; nosaltres sempre el mateix, sense inventar variacions, i seguint la manera de fer les coses, que són com un tresor amagat; són les que ens obriran les portes del cel». Que la Mare de Déu ens concedeixi acomodar-nos només a l'amor.
P.Manuel Sánchez Sánchez

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“Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada”. Hablaba ayer con un amigo que me confesaba su falta de fe. En un primer momento intenté persuadirle de que ese tipo de consideraciones se debían al cansancio y a la necesidad de unas buenas vacaciones. Él volvió a insistir, hasta el punto que empezaron a asomarse unas lágrimas en sus ojos, que me hablaban de lo sincero de su convencimiento. Intentando “escarbar” en las verdaderas motivaciones le insinué que, en ocasiones, nos dejamos engañar por las apariencias de determinaciones éxitos humanos hasta que llega la hora de la contradicción. Llegados a este punto, mi amigo se puso serio y me dijo: “¿Es que acaso me estás sugiriendo que hago las cosas por motivos egoístas?”.

 

Recuerdo a un sacerdote anciano, años atrás, que asegurándome de la inexistencia de recetas para ser santo, me dijo que, ante momentos de oscuridad de no ver claramente si Dios era el sentido auténtico de su ministerio, tenía un sabio remedio: “Pepe (se decía así mismo), cuando seas bueno hablaremos”… y las dudas se alejaban en ese preciso instante. Esto recordaba teniendo frente a mí a ese amigo con sus “grandes” problemas de fe. Echamos la culpa a Dios de lo que corresponde únicamente a nuestro comportamiento. Hacemos fuente de nuestras creencias lo que baratamente nos ofrecen: “Eres un tipo extraordinario… lástima que malgastes tu tiempo con tantos hijos”, “Tienes todo un futuro por delante… lástima que te ate tanto tu familia”, “Tu poder de convicción podría ser mucho más útil y provechosa si no estuvieras condicionado por tu moral cristiana”… Etc.

 

Todas estas palabras engañosas “embadurnan” nuestros pensamientos, y llegamos a actuar en contra del más elemental sentido común. ¿Cuál es el problema?: que en el interior de toda mentira anida un aspecto de la verdad… pero sólo un aspecto, no toda la verdad. Y lo que más nos duele es que, confesándonos pobres, miserables y faltos de fe, nos digan que somos unos soberbios. ¡Cuánta autocompasión nos reclamamos! ¿No recuerdas las palabras de Jesús al joven rico?: “¿Por qué me llamas bueno?… sólo Dios es bueno”. Si no logramos ver en Cristo al Hijo de Dios, simplemente nos quedaremos con el “ajuar”: las flores del campo, lo espectacular de sus milagros…

 

“Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Decidir en aquellas cosas que sólo le corresponden a Dios tiene muchos riesgos: “no tengo fe”, “que mal me tratan”, “no hay remedio”… Nos cuesta una enormidad dejar que el tiempo de Dios actúe en nosotros. Olvidamos que la santidad no es incompatible con nuestros defectos y pecados, y nos empeñamos en construir castillos en el aire. Dios cuenta con lo que eres, y de esa manera te quiere. ¡Por supuesto que es necesaria la lucha ascética! Pero no puedes cifrar el camino hacia Dios como una realización meramente personal. Escucha: Menos autocompasión, y más acudir al sacramento de la confesión, que es donde Dios abre los brazos de su amor para que te vuelques sin temor alguno. Ya vendrá el tiempo de la siega… Mientras tanto: a ti, ¿qué?

 

La Virgen siente un respeto reverencial por la hora de Dios. Ese entrar lo divino en la historia es un misterio que nos supera, y del que no podemos apropiarnos como si fuera una golosina. Y cuando te vengan dudas de fe, respóndete como aquel anciano sacerdote: “Cuando seas bueno hablaremos”.



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