sábado, 14 de marzo de 2015

El corazon humano necesita herirse para abrirse.



Se golpeaba el pecho el publicano, como quebrantando el corazón; se golpeaba el pecho el publicano, como imitando en ese gesto lo que Dios hacía mucho estaba haciendo, tocando a la puerta de su alma; se golpeaba el pecho el publicano, después de golpear de muchas maneras otras vidas; se golpeaba el pecho el publicano, como buscando justicia sobre sí mismo, después de haber sido injusto tantas veces con sus hermanos.

Esta actitud, humilde y arrepentida, abre finalmente el corazón. Parece que el corazón humano necesita herirse para abrirse y parece que la entrada de Dios en nuestra vida requiere de alguna violencia, de alguna fuerza. Pero hay que escoger si uno es el que va a hacer esa fuerza, o espera a que el mundo, la vida o la realidad, le abran la puerta a la fuerza.

El corazón humano no se abre por las buenas, intenta asegurarse por sí mismo. De manera que la escogencia es: o prefiere abrir tú mismo tú alma, y para eso tendrás que negarte, tendrás que esforzarte, o esperas a que los golpes de la vida, a que la realidad de la vida te abra el alma.

El que hace penitencia, el que se arrepiente, ha escogido el primero de estos caminos; el que se agacha, no esperó a que lo tumbaran; el que abre el corazón, no esperó a que lo hirieran; el que llora de arrepentimiento, no esperó a que lo hicieran llorar de resentimiento.

Y por eso, una vida penitente y humilde es una vida en la que Dios puede obrar más rápidamente, porque Dios obra en todas las vidas. Dios llega a todos los corazones y llega allá a golpear, pero el que ha golpeado primero su corazón, como este publicano que golpeaba su pecho; el que ha golpeado primero su corazón, se economiza muchos golpes de la vida.

Cada golpe que damos a nuestro propio pecho, es un golpe que le economizamos a la vida, y cada lágrima que derramamos en arrepentimiento de nuestras culpas, es una lágrima que le economizamos a la vida.

Y cada vez que decimos: "Es cierto, soy culpable, piedad", le economizamos un golpe, un traspiés, un problema a la vida. Por eso el publicano, que seguramente sabía bien de negocios en su calidad de cobrador de impuestos, también aquí estaba haciendo un muy buen negocio.

Porque es buen negocio abrir la puerta antes de que lo tiren abajo y es muy buen negocio dejar que Cristo reine en el corazón antes de que el corazón tenga que ser esclavo de los pies de Cristo.

El que se presenta erguido ante Dios, más tarde o más temprano, por el cansancio, la enfermedad, la incoherencia, el absurdo, los golpes, bajará la cabeza, ¿por qué no bajar de una vez?

Mire que es un buen negocio, ¿por qué no bajar la cabeza sabiendo que un día habrá que bajarla? ¿Por qué no arrepentirse ya sabiendo que algún día tendrá que arrepentirse? ¿Por qué no suplicar a Dios, como lo hace una oración de Tercia en la liturgia, que nos dé las lágrimas ya y no esperar a que las lágrimas vengan por el peso de los acontecimientos? Este es un mensaje penitencial propio de las lecturas de hoy.

Quisiera terminar esta doble reflexión compartiendo con ustedes algo gracioso. Es que la oración del fariseo es graciosa, ¿no? "Te doy gracias porque no soy como los demás" San Lucas 18,11. Cuidado, que hay cristianos que oran y dicen: "Señor, te doy gracias porque me salvaste de ser fariseo", con lo cual repetimos el mismo error.

La única manera de escuchar con provecho esta parábola, es buscar lo que hay de fariseo en cada uno de nosotros; es buscar lo que hay en nosotros de esa crueldad y de esa gana de juzgar a los otros y quedar mejores que ellos; la única manera de oír con provecho esta parábola es oírla como si uno fuera el único ser en el mundo.

Así predicaban los antiguos maestros espirituales a los monjes del desierto: "¿Quieres oír el Evangelio y que dé fruto en ti? Óyelo como si tú fueras el único corazón que existiera, como si no existieran sino Cristo y tú en el universo".

En el momento en el que uno intenta aplicarle la palabra a otra persona: "ojala esto lo estuviera oyendo fulanito o menganita", en ese momento deja de dar fruto. Oye la Palabra de Dios como si sólo existieran Cristo y tú, Cristo y tú en el universo.

Oír así a Jesucristo es permitirle que Él despliegue toda su gracia, su sabiduría y su poder en nosotros.

Así nos lo conceda Dios para gloria suya.

Amén.@fraynelson

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