sábado, 17 de enero de 2015

Sigueme


Título: Sigueme, empieza a aprender, participa de mi historia, vivamos juntos esta aventura", nos dice Jesus


El evangelio de hoy nos habla de la enseñanza de Jesús: la gente acudía a Él y Él les enseñaba.
Pero hoy aprendemos que Jesús enseña no solamente con palabras, no es un profesor de discursos bonitos; muchas veces son más elocuentes los hechos de Jesús.
Qué hermosas, qué sabias, qué profundas son sus palabras, pero a esas palabras parecen ganarle los hechos, porque Jesús, llamando a Mateo, dijo un discurso de una sola palabra: “sígueme” San Marcos 2,14, pero en esa palabra está toda la historia del amor de Dios.
Que Dios llame al hombre, al hombre pecador, al hombre que le ha dado la espalda, al hombre que ha huido de Dios, que Dios lo llame a ese hombre, que se vuelva a él, que se haga visible ante él y que se deje oír de él, no para aplastarlo como a un insecto, no para aterrarlo como a un condenado, sino para llamarlo, para cautivarlo, para seducirlo.
Ahí está todo el discurso de Dios, un discurso de una sola palabra, pero un discurso que lo dice todo: “sígueme” San Marcos 2,14, y qué importante captar la grandeza de esa palabra, porque mira que nosotros siempre vamos detrás de algo, siempre vamos detrás de alguien.
Cuando éramos niños, siempre teníamos un héroe o un superhéroe, llegamos a jóvenes y siempre nos fijamos en alguien, muchísimas veces es un actor o una actriz, un cantante, un gran deportista, un gran corredor de fórmula uno.
Otros muchachos tienen otros ideales y buscan a los filósofos, a los científicos o a los políticos. Siempre vamos detrás de alguien, siempre hay alguien delante, y ese que va adelante ¿a dónde nos conduce?
¿Quién iba delante de Mateo, quién estaba guiando la vida de Mateo? Su codicia seguramente, tal vez el deseo ambicioso de tener las mismas comodidades o las mismas riquezas que otros recaudadores de impuestos. Eso era lo que tenía poder en la vida de Mateo.
Cuando Jesús le dice “sígueme” San Marcos 2,14, le esta diciendo: “Eso ya no tiene que tener poder en ti; “eso, ese dinero, esa codicia ya no puede tener poder en ti, ya no vayas detrás de eso, ven detrás de mí”.
De manera que “Sígueme” San Marcos 2,14, es la palabra que le dice al que está extraviado: "No te pierdas más en esos caminos, encuéntrame a mí que soy el camino, sígueme".
Otra reflexión que podemos hacer con esta palabra es aquello de “aprende de mí". Mateo ya era un hombre, como se dice, hecho y derecho. No es tarde para empezar a aprender, a Jesús no le parece tarde.
“Sígueme” San Marcos 2,14, no le dijo Jesús a un niño de tres años o de cuatro años para cultivar a un inmaculadito; "sígueme" San Marcos 2,14, significa empieza a aprender, y se lo dice a un hombre viejo, a un hombre envejecido por el pecado.
"Sígueme, empieza a aprender", esto es una ternura muy grande porque a veces uno piensa que sólo los que empiezan bien tendrán futuro, y Jesús aquí nos muestra que no; no es tarde, a Jesús no le pareció tarde.
Empieza a aprender, y esa paciencia de Jesús. El refrán dice “loro viejo no aprende a hablar” , y Mateo era loro viejo y lo puso a hablar; y hay un evangelio que se llama evangelio según san Mateo donde está la prueba de que sí aprendió a hablar.
Y uno, que ha sido envejecido en pecados, entonces uno dice: “pues yo también seré loro viejo, pero Jesús también me enseñará a hablar y también Jesús me enseñará a cantar y yo también quiero aprenderme esa canción que es la canción de la gracia, que es la canción de la misericordia”
Si aprendió Mateo que tenía todo en contra: la edad, las malas costumbres, las malas amistades; era un caso perdido, pero a Jesús no le parece tarde.
Jesús no se fue paseando por los jardines infantiles -que no los había- , jardines infantiles para buscar niños inmaculados y decir: "Bueno, aquí están los míos, los que nadie me va a tocar, y aquí vamos a crecer sin cometer una falta", no hizo eso.
Nos invitó a amar y a cultivar la santidad y las demás virtudes en los niños, claro, nadie le quita importancia a eso, pero su mensaje no es solamente para los niños, su mensaje no es solamente para los inocentes.
Más bien el evangelio de hoy como que le da la vuelta a la cosa, porque los que se sentían inocentes fueron los que no entendieron el mensaje; los que sentían que no tenían esas faltas fueron los que se creyeron autorizados para criticar a Jesús.
Pero a tanto llega la paciencia de Cristo que en vez de agarrarlos a cachetadas, les da una explicación también, a ver si también ellos entienden.
"Mira, es que yo voy por los enfermos, es que yo estoy buscando a los pecadores, sígueme". Sígueme significa también “participa de mi historia, vive esta aventura conmigo", y eso es grandioso porque eso puso a Mateo a ver cosas maravillosas.
¿Qué grande es estar cerca de Jesús y ver cosas maravillosas¡ El ejemplo que yo siempre doy es el de la confesión porque me parece una misericordia muy grande de nosotros los sacerdotes.
Yo, en la confesión, me siento muchas veces como un apóstol, porque es estar ahí cerquita, cerquitica de Jesús, viendo lo que Jesús hace, cómo Jesús orienta, perdona, sana, restaura un alma.
Sígueme significa “compartamos una historia y vivamos juntos esta maravillosa aventura”, pero, ojo, eso tiene un precio. Sígueme significa lo que dice el mismo Cristo en otras partes: "si a mí me odian, te odian a ti; si a mí me rechazan, te rechazan a ti; si a mí no me entienden y me condenan y me crucifican, a ti te va a pasar todo eso".
O sea, que sígueme no es: "vamos al paraíso de las emociones"; sígueme es también: "vamos al calabozo, vamos a la soledad, vamos al combate, vamos al desierto, vamos". Es un discurso maravilloso, un discurso con una sola palabra.
Sígueme, y con esa palabra que la podemos oír, pero con unos ojos que no podemos ver, pero nos podemos imaginar; Jesús hizo el discurso tal vez más bello de este comienzo de su ministerio.
Muchas veces, meditando en este evangelio, trato de pensar, trato de imaginar, trato de soñar y de pintar en mi alma los ojos de Jesús cuando le dice a este hombre: “Sígueme” San Marcos 2,14.
Qué había en esos ojos, ¿cómo le miraba, con cuánta sabiduría, con cuánta piedad; cómo le miraba; sígueme, sígueme.
Que el Señor deje caer esa misma mirada sobre nuestra alma este día; que nosotros podamos sentir esa misma voz, y movidos por el Espíritu, podamos también responder, podamos también decirle: "me va a doler, tal vez me voy a caer, pero en tu nombre, Señor, lo voy a intentar".
Y quiero que a mí me pase lo que te vaya a pasar a ti, y quiero que tú seas mi maestro, y quiero que tú vayas delante y yo detrás de ti. De ti quiero aprender y de ti recibir y contigo estar para siempre.
Amén.

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