martes, 27 de enero de 2015

Hágase tu voluntad


Título: La ofrenda a Dios de la propia voluntad es el culmen de todos los sacrificios


Dios es maestro, es pedagogo, y nos va enseñando de acuerdo con la naturaleza que Él nos dio. Así como nosotros somos temporales, primero niños y luego adultos, primero ignorantes y luego instruidos, primero jóvenes, luego maduros; así también Dios, en la historia del mundo, trató a la humanidad, primero como niña, mientras alcanzaba la madurez.
Trató a su pueblo primero como ignorante, mientras le iba instruyendo, y por medio de figuras, de símbolos, de ritos, iba instruyendo, iba corrigiendo, iba conduciendo a su pueblo.
Dios administra la historia y esta administración que los autores antiguos llamaban economía, esta economía de la salvación Dios la sigue realizando en nuestra vida, en la vida de nuestras familias y comunidades y en la historia misma del universo.
Por eso, meditar sobre las enseñanzas que Dios quería dar, incluso a nuestros antepasados, por medio de figuras rudas, nos ayuda a comprender también lo que Dios quiere hacer con nosotros, porque en todo lo que Dios hace hay que mirar primero lo que ha hecho, pero segundo, lo que eso significa.
Jesucristo quería que las personas, por ejemplo, cuando eran sanadas, supieran entender la diferencia entre esas dos cosas, entre lo que es la obra que Dios había hecho por ellos, y lo que es el significado de esa obra.
La obra muchas veces es temporal, es finita, es corporal o material. Por ejemplo, sanar a un cojo, es una obra maravillosa, ¿pero cuánto tiempo va a durar andando con esas piernas? Llegará inevitablemente a la ancianidad y por debilidad, por enfermedad, por ancianidad, finalmente dejará de utilizar las piernas que Dios le sanó.
El milagro como tal termina en el tiempo, pero el significado del milagro trasciende el tiempo. Parece que aquí está la razón por la que Jesucristo muchas veces mandó a la gente que no hablara de lo que le había hecho, por ejemplo, cuando sana a ese leproso y le dice: “No se lo cuentes a nadie” San Marcos 1,44.
Parece que una de las intenciones de Jesucristo era: "No te quedes en la materialidad de este momento, de esta sanación, de todas maneras esta carne que ya está limpia de la lepra, luego se cubrirá de muerte, porque tendrás que morir".
Lo importante no es tanto que te hayas curado de esa lepra, lo importante es, que más allá de esa lepra, hay algo que Dios te quiere decir y por eso Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, mandaba a la gente a la que había sanado, la mandaba como a retiro: “No le digas a nadie” San Marcos 1,44.
Como quien dice: "Entra en ti mismo, comprende el tamaño de la obra que Dios ha hecho por ti, no te quedes en la obra, busca el significado".
Algo así es lo que nos viene enseñando la Carta a los Hebreos, cuando se refiere a los sacrificios del Antiguo Testamento. Mire esta pedagogía tan maravillosa de Dios: primero le enseñó al pueblo a ofrecer cosas.
Uno lee el Deuteronomio y le da casi ternura de pensar lo que se ofrecía: por por ejemplo, una parte de las primeras espigas, que tenían unos rituales: esas primeras espigas se agitaban ritualmente, entonces iba el campesino hebreo allá donde el levita y llegaba agitando su espiga de trigo, cosas casi infantiles, cosas materiales, corporales y transitorias.
Primero les enseñó a eso, a desprenderse de una parte de su cosecha, a no utilizar y no disfrutar todo, a separar algo de lo que tenían para dárselo a Dios, así empezaron las ofrendas; y lo mismo con los animalitos: hay que tomar una parte del rebaño para entregársela a Dios; luego el mismo Dios le iba decir al pueblo: "¿Acaso yo me alimento de carne, o de sangre, o de cebo de carneros?"
Dios no necesitaba nada de eso, pero entonces enseñaba al pueblo a que sacaran de su rebaño, a que sacaran de lo suyo, ahí lo importante no era que ese animalito fuera quemado en holocausto, por ejemplo, lo importante era que enseñaba a las personas a sacar algo de lo suyo, a desprenderse de lo que tenían.
Ya el salmo que nos citaron hoy en la Carta a los Hebreos trae un paso adicional: aparece ahí prefigurado el rostro, el estilo de otro tipo de ofrenda: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas; pero me has preparado un cuerpo” Salmo 39,7.
Entonces el primer paso era entender que no todo lo mío es para mi, que yo tengo que aprender a separar algo para Dios; el segundo paso es: tengo que descubrir mi propio cuerpo como ofrenda.
Así, por ejemplo, lo escribe San Pablo a alguna comunidad de gentiles, les dice: “Ustedes antes entregaron los miembros de su cuerpo a la impureza y eran armas de iniquidad y de injusticia esos miembros, ahora entreguen su cuerpo a la obra de Dios” Carta a los Romanos 6,13.
Entonces, descubrir el propio cuerpo como ofrenda, descubrirnos como templos de Dios, como instrumentos de Dios, darle las manos a Dios, darle la mirada a Dios, darle la voz a Dios, darle el tiempo a Dios, ya es una ofrenda superior, ya no es dar algo de lo que yo tengo, sino que ya es dar algo de lo que yo soy.
La culminación de este proceso está en lo que dice el mismo salmo y que es el retrato vivo de la ofrenda de Jesucristo: ya no es sacrificar lo que yo tengo, ni siquiera es sacrificar el propio cuerpo con penitencias, con ayunos o con muchos trabajos por Dios.
Es el sacrificio de la propia voluntad, es la ofrenda del propio querer, es el intento, luego fortalecido por la gracia de darle lo que uno quiere, el proyecto de su vida, el centro de su existencia a Dios.
Admirémonos, hermanos, de cómo a través de este proceso, Dios pudo tomar a un pueblo rudo, un pueblo de campesinos, un pueblo de ganaderos, un pueblo de nómadas o de guerrilleros; tomar a este pueblo, y a través de cosas tan concretas, irlo conduciendo hasta llevarlo a la ofrenda de sí mismo.
En todo este proceso el que va adelante es nuestro Señor Jesucristo, es Él el primero en dar ese sí, en dar esa obediencia; la obediencia es el resumen de todas las ofrendas del Antiguo Testamento, el llegar a decirle a Dios: “Hágase tu voluntad”, llegar a ese punto es llegar a la culminación de todos los sacrificios, es reunir en nuestra propia vida todo lo que Dios venía preparando.
Cuando nos alimentamos del sí de Jesucristo en la Santa Misa, pidámosle a Dios que haga también de nuestra voluntad, de una ofrenda de nuestro cuerpo, un sacrificio, y de todo lo que tenemos y de todo lo que podemos, una oblación que sea agradable ante sus ojos.@fraynelson

















No hay comentarios:

Publicar un comentario