jueves, 26 de febrero de 2015

Jesús en el desierto


Título: La Cuaresma es Jesus en el desierto

Jesús, en el desierto, es la Cuaresma; la Cuaresma es Jesús en el desierto.
Si encontramos el desierto, y en el desierto a Jesús, tenemos Cuaresma; si encontramos el desierto, pero no encontramos a Jesús, perdemos la Cuaresma; si creemos que hemos encontrado a Jesús, pero no hemos encontrado el desierto, tampoco hubo Cuaresma. La Cuaresma es Jesús en el desierto.
Y Jesús en el desierto, ¿qué hace? Es servido por los Ángeles, es amenazado por las fieras, es tentado por el demonio.
¿Qué hace Jesús en el desierto? Repasa, revive la historia de su pueblo y la hace oración. Jesús ora. Las respuestas que Él da a las tentaciones del demonio son todas tomadas de la Sagrada Escritura.
Jesús repasa la historia de su propio pueblo, medita, ora. Y por eso nosotros, en el tiempo de Cuaresma, estamos invitados, estamos convocados a orar, a orar con Jesús.
Todo género de oración se haya incluido en Cuaresma, pero especialmente hay algunas oraciones que tienen como su lugar más propio en este tiempo: las oraciones de arrepentimiento de nuestras culpas, y las oraciones de súplica o de petición. La conciencia de que somos pecadores y de que necesitamos de Él, y la conciencia también de que sólo Él puede responder a nuestras necesidades.
El ayuno en que transcurre este tiempo cuaresmal nos ayuda a eso, nos ayuda a sentir en nuestro propio cuerpo necesidad; sentirnos necesitados. Por eso, el cuerpo que ayuna, el corazón que se arrepiente, se convierten en oración de súplica. Esa es la Cuaresma. La Cuaresma tiene una bella unidad, una hermosa unidad en torno a Jesús y en torno al desierto.
Los pasajes que hemos escuchado nos invitan a orar. Tenemos, por ejemplo, ese texto del libro de Ester. Cuántas enseñanzas saludables trae ese capítulo catorce de Ester, cuando Ester ora, ruega, suplica, intercede ante Dios.
Vamos nosotros a tomar algunas de las enseñanzas de esta oración de Ester. Porque, aunque el maestro de la oración es el Espíritu Santo y es Él el que ora en nosotros, según nos enseña San Pablo, también es cierto que uno puede aprender mucho de la oración de otras personas.
Porque el Espíritu Santo, ciertamente, está en el pueblo de Dios, habita, palpita y ora en el pueblo de Dios y no sólo en el pequeño rinconcito de mi corazón.
Por eso, los salmos ante todo, y luego muchos textos de la Escritura, y luego muchos libros de oración, de testimonio, nos ayudan, nos enfervorizan, nos sirven, porque son otros corazones orando, y quizá el Espíritu Santo les ha dado a ellos o a ellas palabras que también son para provecho nuestro.
¿Qué enseñanzas podemos tomar de esta súplica de Ester? Vamos a reunir algunas de estas enseñanzas en siete puntos.
Primero: "Señor mío, único rey nuestro, protégeme que estoy sola" Ester 14,3. La oración de intercesión, la oración de súplica, especialmente esa, es el encuentro de dos soledades: sólo Dios y sólo yo.
Sólo Dios quiere decir que desecho de mi corazón todo ídolo, toda idolatría. "Sólo Dios único rey nuestro, sólo Dios" Ester 14,3. Y esto lo decía Ester que pasaba por ser esposa de Asuero y estaba en medio de paganos.
Bueno, que hagan ellos lo que quieran, mi único rey, mi único Señor ere tú; sólo Dios. Pero luego dice: "Protégeme que estoy sola" Ester 14,3.
Es conciencia de la propia soledad, es conciencia de que en las grandes, y profundas, y verdaderas necesidades, estamos solos ante Dios porque, aunque haya muchas personas a nuestro alredededor, nadie puede vivir la vida de otro y nadie puede morir la muerte de otro. Sólo Dios y sólo yo.
Y esta primera enseñanza habrá que completarla luego en su dimensión comunitaria, porque ella ora a nombre de un pueblo.
Pero hay un momento profundo en la oración, que es un momento de soledad, y eso lo saben especialmente los monjes que escogieron para sí este nombre, monakos en griego, quiere decir solo, único, uno solo, esto no por capricho, no porque uno no se aguanta esa gente torpe que no sabe ni orar, no, no es un desprecio de la gente, es una conciencia del límite de la gente.
Monakos, solo. A solas con el Solo, decía algún monje para describir la oración. Y sólo en esa soledad podemos tener a Jesús en el desierto y podemos tener Cuaresma. Ese es el primer punto.
Segundo: "Desde mi infancia oí en el seno de mi familia como tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones" Ester 14,5. Es una oración que surge, que nace de una historia. La oración nace de una historia, nace de la historia de las providencias, de las bondades de las obras de Dios.
Yo no debo empezar por imaginarme a Dios, sino empezar por escuchar cómo es Él, quién es Él, ¿y de dónde aprenderé cómo es Él y quién es Él? De sus obras, de su historia.
Por eso, toda oración verdadera tiene una base profunda, ente bíblica, porque tiene su raíz y la hunde profundamente en la historia de las obras d Dios. Y esa historia es precisamente la que había oído Ester, y es precisamente la que también nosotros tenemos.
Por eso también le dice: "Les cumpliste lo que habías prometido" [:Categoría:Ester 014_005|Ester 14,5]]. Tú escogiste a nuestros padres entre todos sus antepasados para ser tu heredad perpetua, y les cumpliste lo que habías prometido" Ester 14,5.
¿En qué me sustento yo para tener confianza en que Dios me va a oír? Me sustento en que Él ha oído muchas veces, Él ha escuchado muchas súplicas, Él ha atendido nuestras necesidades, pero sobre todo, Él ha cumplido sus promesas. Segunda enseñanza.
Tercera: "Atiende, Señor; muéstrate a nosotros en la tribulación" Ester 14,12; "muéstrate a nosotros en la tribulación" Ester 14,12. La oración a veces se ha comparado con es lucha que tuvo Jacob con el ángel. La oración a veces tiene características como de una lucha con Dios; pero, atención, es una lucha en la que si uno pierde, gana.
Cuanto más recio, indescriptible se quiera presentar uno, peor para uno. El que entra en la oración tieso como un riel, sale seco como un riel. Yo nunca he visto que un riel mane agua; si uno entra tieso, sale tieso.
Entonces, aquí se nos dice: "Muéstrate a nosotros en la tribulación" Ester 14,12. Hay un momento de conocimiento de sí mismo, un conocimiento de la propia situación. Pero ese conocimiento se vuelve reconocimiento; yo no sólo conozco, sino me reconozco necesitado.
Desde esa base, desde esa humildad, desde esa base y humildad puede crecer la luz de Dios, ahí puede sembrar Dios. Nunca olvidemos que humildad viene de "humus", que significa tierra. Por eso, en algunas comunidades religiosas como la nuestra, cuando se trata de hacer signo de humildad, la persona cae a tierra, para que se vea que es tierra, humus.
Entonces, cuando uno está extendido en la tierra cuan largo es y también cuan ancho es, ahí la persona recuerda que es humus, que es tierra. Humildad.
Pero la humildad viene del reconocimiento profundo de lo que yo soy. El que llega contrito, sale entero; el que llega entero, sale estéril. Esas son leyes de la oración, que es bueno saberlas.
El que llegue con el corazón entero, impenetrable, impermeable, indescriptible, porque, "un momentico, soy yo el que voy a orar, no es cualquier persona, soy yo, por favor, quien va a orar. De manera Señor Dios que te conviene oírme, porque...." Un corazón así no logrará nada.
Se trata de un corazón contrito. El que llega con el corazón contrito, ese sale con el corazón nuevo; en cambio, el que llega con el corazón impermeable, inquebrantable, inquebrantado, ése sale con su corazón seco, estéril. Esa es una tercera enseñanza.
Cuarta enseñanza: "Dame valor, Señor, Rey de los dioses y Señor de poderosos" Ester 14,12. Hay un momento de anonadamiento, de humildad, "no soy nada"; pero la oración no es para anularme yo, en esto se diferencia del Budismo y de la Nueva era y demás yerbas. Aquí se trata no de anularme yo, se trata de que Dios se glorifique.
Por consiguiente, la súplica es: "Dame valor, Señor,; que no sea mi valor altanero, presuntuoso; que no sea mi manera de ser presumida, autosuficiente, que sea tu valor. Pero sí hay un momento constructivo.
Si la oración en la tercera enseñanza que dijimos es destructiva en el sentido que yo tengo que destruir mis ídolos y darme cuenta que nos soy nada, hay también un momento constructivo en el que yo descubro que de Él proviene mi fuerza, que Él me ama. Y todas esas historias de que hablábamos en el segundo punto, también se cumplen ahora.
Y luego dice: "Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león, haz que cambie y aborrezca nuestro enemigo para que perezca con todos sus cómplices" Ester 14,13. Lo que está pidiendo expresamente Ester entra entre la lógica de este libro.
Resulta que los judíos están siendo falsamente acusados ante el rey, y el rey está resuelto a exterminarlos, ese deseo ha salido del corazón del rey. Y lo que está pidiendo Ester es precisamente que ese corazón cambie. De aquí tomamos nuestra quinta enseñanza: sólo Dios cambia los corazones, sólo Dios.
Como decía hace poco en otra predicación, querer es poder, de acuerdo, pero ¿quién hará que yo quiera? ¿Quién lo hará? ¿Quién me dará efectivamente querer y no dejar de querer el bien? ¿Quién hará que yo prefiera el bien, si tantas veces he visto que prefiero males, prefiero ídolos, prefiero otras cosas?
Entonces, nuestra quinta enseñanza es: sólo Dios convierte los corazones, por eso la oración de petición, más que buscar o pedir otras cosas, lo principal que habría pedir es: "Señor, tú obra en mi corazón, tú obra en ese corazón, tú obra en los corazones, tú obra en los corazones, que se realice tu obra en los corazones."
El espacio privilegiado para llegar a los corazones de las otras personas es orar por ellas.La historia de la Iglesia tiene muchos ejemplos de esta realidad. Así por ejemplo, Santa Mónica y San Agustín.
Cambiar el corazón, ¿quién va a cambiar el corazón? San Agustín sentía que- en primer lugar no era San Agustín en esa época, era don Agustín, profesor prestigios de retórica, era un duro, era reconocido como el duro, el templado, el teso, y él sentía que podía argumentar cualquier cosa y ganar cualquier discusión. ¿Ustedes se imaginan una conversión entre Agustín y la mamá?
"¡Ay, mamá!¡ay, mamá!¡ay, ay...." Pero todo sale del corazón. Cada uno va tras de su amor, cada uno tiene un amor en el alma y eso es lo que busca, y en ese corazón y en ese amor sólo tiene potestad Dios. El que ora por los corazones, ése hace verdadera oración de súplica.
Además hay una cosa, cuando uno ruega a Dios que obre en los corazones, uno puede tener la certeza de que ahí no se equivoca. En cambio, si yo pido: "Señor, te pido que mi prima, a la que ya se le están pasando los años, parece que ya la dejó el tren, que no la deje el humo, Señor".
"Ya ha pasado tanto tiempo, hombre, ya está bueno; todavía le queda un último chancecito." Y usted qué sabe si si eso es lo mejor para su prima. De pronto no es lo mejor para ella. No sabemos de qué va a libara Dios a ese pobre hombre que se casaría con ella.
De manera que Dios tiene sus planes. No se sabe si esa es una buena oración de súplica, no se sabe si eso conviene. En cambio, si yo digo: "Señor, realiza tu voluntad; obra tú en los corazones; dirige tú los amores", ahí estoy obrando bien. Además, cuando oro así, yo sé que en mi amor sólo tiene poder el amor.
Santo Tomás de Aquino tiene una frase tan bella, dice: "No es el odio el que vence al amor, sino un amor el que vence a otro". Que un amigo me traicionó, ¿qué quiere decir eso? Que el amor al dinero ganó más que el amor que tenía por mi amistad. Al amor sólo lo vence el amor.
Por consiguiente, cuando rogamos por los corazones de las personas, en realidad le estamos diciendo a Dios: "Que tu amor, es decir, tu Espíritu de amor, tu Espíritu que es amor, obre". Y por eso es una gran petición pedir por los corazones, porque en el fondo es pedir el don del Espíritu Santo para esa persona y también para uno.
"A nosotros, líbranos con tu mano" Ester 14,14. Esta es la sexta enseñanza. Empecé diciendo que la oración era a solas con el Solo, pero ahora debo decir que ella, aunque está sola, está orando a nombre. Que toda oración sea a nombre de.... Este es uno de los modos más bellos de ejercer el sacerdocio real. Toda oración sea a nombre.
¿Por qué se dice que nosotros somos sacerdotes? Pues porque tenemos algo para ofrecer. Todos somos sacerdotes, porque todos tenemos algo que ofrecer. Y el culto razonable, del que nos habla San Pablo, es que cada uno ofrezca su propio cuerpo y desde luego, con el cuerpo la propia vida. Pues bien, cada uno es también sacerdote cuando ora por los demás.
Cuando cada uno, sea en privado o en público, suplica por los otros está también ejerciendo el sacerdocio real; cuando cada uno ora por los otros, es Cristo el que está intercediendo ahí, para que la intención de la necesidad de todos pueda recibir de la providencia divina verdadera respuesta.
Por eso, toda oración, esta es la sexta enseñanza, tiene una dimensión sacerdotal, y en ese sacerdocio, puesto que yo no soy un ente aislado del resto de la humanidad, debe saber incluir, incorporar, aunar las necesidades de mis hermanos.
Así ora ella y dice: "A nosotros líbranos con tu mano; a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme" Ester 14,14.¡Qué bello! Aquí están la sexta y la primera enseñanza: "A nosotros líbranos; a mí, protégeme" Ester 14,14. Ahí está obrando Ester como quien ejercita su sacerdocio real.
Séptima enseñanza: la última invocación que hace Ester en el trozo que nos ha traído nuestra madre la Iglesia hoy es: "Tú, Señor, que lo sabes todo" Ester 14,15. Las últimas palabras de esta oración son para dejarle a Dios todo. "Tú o sabes todo" Ester 14,15.
"Mira, mi corazón me dice esto, yo quisiera esto, me parece bien esto otro, pero eres tú el que lo sabes todo".
Esto equivale a aquella petición que tenemos en el Padre Nuestro: "Hágase tu voluntad". "A mí me parece que lo mejor sería que fulano de tal saliera de la cárcel"; "a mí me parece que lo mejor sería que esa otra persona se curara; eso es lo que a mí me parece, pero tú eres el que lo sabe todo".
Orar así, tomar estas enseñanzas, apropiarlas a nuestra vida es llegar a ser verdaderos orantes; esto es unirnos a Cristo en el desierto, esto es tener Cuaresma.@fraynelson

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